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La identificación de la Iglesia con el nacionalismo ha menguado espectacularmente, y parte de la jerarquía y del clero son víctimas del viraje emprendido hace pocos años por el Vaticano y la Conferencia Episcopal Española. La anterior línea marcada por obispos como Setién o Uriarte, connivente con el nacionalismo, está desautorizada, y los vientos que llegan de Roma y Madrid se orientan hacía activos movimientos conservadores representados por monseñor Blázquez y su nuevo obispo auxiliar Mario Iceta.
Durante décadas la Iglesia vasca ha sido objeto de controversias y críticas por su excesiva identificación con el nacionalismo. La ideología ha marcado la labor pastoral y la actividad pública de una gran parte del clero. A principios del siglo XX, anclada profundamente en el ámbito rural, consiguió una fuerte implantación. Más tarde, fue perseguida por su lealtad al Gobierno Vasco y a la República. Dieciséis sacerdotes fueron fusilados por los franquistas, otros 250 encarcelados en Carmona, y cerca de 700 tuvieron que exiliarse. Esta represión provocó una enorme solidaridad dentro del clero, que comenzó a reorganizarse clandestinamente después del destierro del obispo Mateo Múgica. Lo que más tarde se llamaría "la Fábrica de curas" (los seminarios de Derio y de Vitoria) se llenó de jóvenes, en su mayoría provenientes del mundo rural y euskaldún (vascoparlante).
En 1960, 339 sacerdotes presentaron a la jerarquía y a la Secretaría de Estado del Vaticano un escrito en el que denunciaban las detenciones, las torturas, la censura y la represión del régimen. Ese texto, en el que también se reclama "la defensa de los derechos del pueblo vasco y de su lengua", impacta en Roma y enfurece a los dirigentes de Madrid, pero también a Javier Lauzirica, administrador apostólico vasco, quien declara en Mungia (Vizcaya) que esos curas rebeldes son unos "ama putean semeak" (hijos de puta).
"La Iglesia que yo viví contribuyó a la lucha por las libertades de este pueblo" recuerda el ex sacerdote Carlos Trevilla, que se secularizó en 1978 para convertirse en líder sindical. "Fue la época de la huelga de Bandas, de los curas obreros de la margen izquierda del Nervión, de Altos Hornos, de la Naval, y de las primeras manifas. Pero también hubo quien confundió su labor pastoral con un liderazgo político en el mundo nacionalista, en su mayoría en el PNV, llegando a militar o colaborar con ETA".
Mientras, el episcopado anquilosado no se atrevió a cambiar, y se produjo una gran tensión, recuerda el jesuita Rafael Aguirre, decano de Teología de la Universidad de Deusto: "El momento fue muy importante, el cambio muy rápido. No sé si la Iglesia tuvo mucha influencia en la sociedad, pero sí logró mucha repercusión canalizando las inquietudes políticas de muchos sectores de la juventud. Pero también se cometieron muchos errores, y se llevaron a muchos jóvenes al matadero. Eso también se debe reconocer".
La salida del franquismo supuso momentos muy convulsos en la Iglesia vasca, para la que no eran tiempos de autocrítica. Todo lo contrario: el nacionalismo había adquirido fuerza y en torno a él se tejieron nuevas creencias, incluso dogmas en los que se reafirmaba el imaginario nacionalista. De hecho, y como antaño, el clero era el principal elemento legitimador y difusor de la doctrina nacionalista, sobre todo en las zonas con tradición carlista. Zonas, que, con el tiempo, se convertirán en muchos casos en feudos de abertzales radicales.
"En todos esos años", analiza Demetrio Velasco, sacerdote y profesor de universidad, "una parte importante de la Iglesia vasca, especialmente del clero, compartió con el nacionalismo algunos prejuicios ideológicos, que no sólo le han llevado a tener una excesiva connivencia con él, sino que le ha impedido ejercer tanto una necesaria crítica del proyecto de construcción nacional como una imprescindible autocrítica de su propio proceder". En efecto, y según otras fuentes consultadas, es el carácter religioso de la Nación el que va a legitimar un comportamiento de sumisión a la autoridad, en este caso el Gobierno Vasco o PNV: "La obediencia acrítica a la autoridad heredada se convierte así, a su vez, en frente de desobediencia a todo lo que se entiende que es innovación artificialista, como ocurrirá con el Estado y con las demás instituciones políticas democráticamente constituidos", reafirma Velasco.
En Roma, y desde años atrás, no entusiasmaba el proyecto de los obispos y sacerdotes vascos, y el papa Juan Pablo II lo hizo saber en múltiples ocasiones a la Conferencia Episcopal Española. Molestaba esa deriva nacionalista iniciada en 1968 con obispos como Cirarda y Uriarte, y más tarde con la intensa labor del discutido y polémico obispo auxiliar de San Sebastián, José María Setién, quien escribió en 1988 "que la normalización del País Vasco pasa por el reconocimiento del derecho de autodeterminación". Diez años más tarde, de nuevo llegó el escándalo, cuando al obispo de San Sebastián se le ocurrió decir en una entrevista a EL PAÍS que "para hablar con ETA no es imprescindible que deje de matar".
Setién y Uriarte se convertían entonces en líderes de la Iglesia vasca. Tenían una línea pastoral más avanzada de lo que era la Iglesia de entonces, pero aventaban posturas nacionalistas. Predominaba la afirmación o el dogma de que "ser vasco es ser nacionalista". Y los que no lo eran lo pasaban mal, se sentían excluidos del colectivo. Sin embargo, dos hechos coincidentes daban la sensación de que algo estaba cambiando. El primero, la carta del 5 de enero de 2001 de 226 sacerdotes vizcaínos que empieza por condenar duramente la violencia terrorista de ETA, y termina por pedir perdón a las víctimas por no haber estado con ellas. El segundo, el relevo de monseñor Setién en la diócesis de San Sebastián. Relevo considerado como clave del cambio de la Iglesia vasca frente a ETA.
Pero el equilibrio también se había alterado con la llegada a Bilbao, en 1996, de monseñor Blázquez, que fue recibido de uñas por una gran parte del clero vasco por "no ser de aquí", y de forma despectiva por la cúpula del PNV, cuyo líder se permitió citarlo con el famoso "ese tal Blázquez". Hombre sencillo, tranquilo, chapado a la antigua, el nuevo obispo se desmarca desde un principio de la línea oficial, muestra su independencia, escucha a todos, y "humildemente" acude a los funerales de las víctimas de ETA, en contra del criterio de la mayoría de su Consejo Presbiteral.
Este nombramiento es considerado como la colocación de la primera piedra de la nueva Iglesia vasca deseada por Roma. La primera astuta jugada del Vaticano para desnacionalizar al clero vasco. Se inicia entonces el lento trabajo de esa estrategia vaticanista, que da otro paso firme obligando al obispo de San Sebastián a retirarse. Para Rafael Aguirre la sustitución fue impuesta porque la situación era insostenible en la dividida Iglesia guipuzcoana. "Era la manzana de la discordia, y su figura levantaba polémica y pasiones encontradas. El Vaticano se vio obligado a actuar, y lo hizo en una operación de enorme inteligencia, logrando a su vez reconducir la situación de la Iglesia vasca".
Mientras la atención pastoral se centraba en el tema de la violencia terrorista, y en la influencia del nacionalismo en su clero, la jerarquía eclesial se veía desbordada por el segundo gran problema, el de la secularización. Hoy, Blázquez está al frente de la diócesis que presenta el problema más acuciante: la de Bilbao, donde la edad media de los clérigos en activo es de más de 60 años.
La deserción de los seminarios, acompañada por el golpe de timón del Vaticano para despolitizar la Iglesia vasca, es el panorama con el que se encontrará el nuevo obispo auxiliar de Bilbao, Mario Iceta, recientemente nombrado por Roma. Es campo abonado para los llamados teocons, se subraya en ambientes católicos progresistas en franco descenso de influencia. El nombramiento de Iceta, con una brillante carrera eclesial fuera del País Vasco, ha provocado una honda preocupación en el clero vasco. Largamente meditado este golpe de mano de Benedicto XVI y de Rouco Varela para nombrar a una persona con perfil "más conservador" que los candidatos vascos, es recibido como una bofetada por los círculos apadrinados por Setién o Uriarte, que ven frustrada la promoción de clérigos como el claretiano Xavier Larrañaga, su candidato y "hombre de la casa".
Nuevos vientos conservadores recorren hoy las parroquias semivacías y silenciosas del País Vasco.
Cifras en descenso
- Parroquias. En el País Vasco hay 939; en Vizcaya corresponden 3.839 feligreses por cada parroquia, en Álava tocan a 723, y en Guipúzcoa, 3.116
- Sacerdotes. En total hay 1.001. 401 en Vizcaya; 263 en Álava y 337 en Guipúzcoa. De ellos, 605 están jubilados (233 en Vizcaya, 138 en Álava y 234 en Guipúzcoa). La edad media de los que están en activo supera los 50 años en las tres provincias: 60 años los de Vizcaya, 54 los de Álava y 55 los de Guipúzcoa.
- Seminaristas. La tradicional cantera vasca de vocaciones está en retroceso. Sólo hay seis estudiantes en los seminarios de la región: 5 en el de Derio.
Ander Landaburu, Bilbao
EL PAIS, 7 de abril de 2008
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