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El obispo Uriarte se jubila en junio, la próxima semana hay elecciones en la Conferencia Episcopal y se avizoran cambios que inquietan a la comunidad cristiana.
Incertidumbre y desasosiego. Son tiempos de tribulación y lo que se ignora es cuál será el signo de las mudanzas, porque las habrá, contraviniendo la máxima ignaciana. La Iglesia en Gipuzkoa observa con expectación los movimientos que se avecinan en la cúpula católica española y los que pueden suponer a corto plazo -el obispo Juan María Uriarte se jubila en junio- una reforma de la línea de actuación de la diócesis donostiarra.
El contexto es adverso en la medida en que la próxima semana la asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal Española puede sancionar, si Ricardo Blázquez es relevado de la presidencia, el giro conservador que han propugnado en los últimos años Rouco Varela, Cañizares, Martínez Camino y otros adalides que hacen un diagnóstico de la realidad sociocultural española equivalente al de un «territorio martirial».
Los feroces ataques contra José Antonio Pagola por su aproximación histórica a la figura de Jesús son, en este sentido, sólo un botón de muestra de cómo se las gasta este sector emergente de la Iglesia española.
Los representantes de la comunidad cristiana de Gipuzkoa consultados por este diario coinciden en ser cautelosos en los juicios y en la proverbial discreción de este mundo, de modo que opinan preservando sus identidades.
Un párroco guipuzcoano, que frisa la treintena y que elige el nombre de Eneko, opina que lo que se dirime entre bambalinas es un pulso «entre una Iglesia más abierta al mundo que nos rodea y otra más preocupada por la seguridad de la doctrina».
Un destacado miembro de una de las órdenes religiosas con mayor enraizamiento en Gipuzkoa -la «prudencia» le lleva a presentarse como Mikel-, sitúa el conflicto en la pretensión de una parte de la jerarquía de regresar a posiciones preconciliares, cuando la Iglesia ejercía una férrea tutela sobre la sociedad: «Desde el Concilio se pidió que se respetara la autonomía de la sociedad, que tiene el mandato y el poder de los votos para dirigir las normas sociales. Y a la Iglesia, a nivel institucional, le está costando aceptar su puesto en la sociedad y parte de la jerarquía quiere recuperar ese poder que hoy ya no tiene. El lugar de la Iglesia en la sociedad es el de sembrar el Evangelio, de servir a los más necesitados y no tanto de recuperar glorias pasadas».
El reciente nombramiento de Mario Iceta como obispo auxiliar de Bilbao, un guerniqués que ha desarrollado toda su trayectoria fuera de Euskadi y al que se le adscribe a la corriente conservadora, confirmó los pronósticos de quienes sostuvieron que Roma quería corregir el rumbo de la cúpula vasca.
Aviso para navegantes
Algunos sectores han entendido que el gesto obedece a un propósito de «despolitizar» la Iglesia vasca, mientras que desde otras posiciones se puntualiza que lo que se pretende es sustituir el presunto sesgo filonacionalista dominante por otro más proclive a quienes están en las antípodas políticas. «Qué pasa, ¿que Blázquez ahora es nacionalista?», se pregunta Mikel, que se solivianta ante «descripciones tan simplistas» de la realidad eclesial en Euskadi.
«La llegada de Iceta ha sido una sorpresa. A nosotros nos gustaría una persona que conociera más de cerca lo que ha sucedido aquí, el porqué de algunas posturas. Y una persona, aunque haya nacido aquí, si ha pasado gran parte de su vida fuera, no ha seguido el día a día de la vida del pueblo», señala Eneko.
El fraile Mikel es del mismo parecer: «Extraño sí es que traigan a una persona que, siendo vizcaína, se fue de la diócesis para hacer sus estudios. Y ahora nos lo traen para dirigir la diócesis de la que se fue. ¿No hay en Vizcaya sacerdotes valiosos? ¡Por Dios, claro que los hay!».
Por eso, el movimiento hecho con Iceta puede anticipar el signo del relevo en la Diócesis de San Sebastián una vez que Uriarte cumpla los 75 años en junio y presente su dimisión a Roma. «Desde luego, da una pista de por dónde van las preferencias de Roma en el nombramiento de obispos. Gente de formación muy clásica en su manera de entender la vida de la Iglesia, preocupada sobre todo por mantener la ortodoxia», describe Eneko.
El siguiente capítulo se escribirá la próxima semana. La asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal (CEE) escenificará cuál es la relación de poder en la elección del presidente de la CEE. Los quinielistas apuntan tres desenlaces: uno señala la continuidad de Blázquez y otros dos el relevo, personificado en Rouco Varela -hace cuatro años perdió el refrendo en el cargo por un voto- o en un tapado, Carlos Osoro, arzobispo de Oviedo y estrechamente vinculado al cardenal de Madrid es el que más suena.
No obstante, no hay que descartar «terceras vías» en la jerarquía católica, que ya dio la sorpresa en 2004 cuando eligió a Blázquez, que fue recibido en Bilbao entre expresiones despectivas -«un tal Blázquez», «loro viejo no aprende a hablar»- de algún dirigente nacionalista.
Munilla, único nombre
Hoy no resulta descabellado asegurar que la mayoría de la Iglesia guipuzcoana prefiere la continuidad de Blázquez, al que sus detractores tildan de «blando» en la confrontación abierta contra el Gobierno -Educación para la Ciudadanía, asignatura de Religión, matrimonio homosexual, divorcio express, unidad de España como «bien moral»...- .
«Hombre, -señala Eneko- la verdad es que preferiría que continuara Blázquez. Nos gustaría una persona abierta, que supiera escuchar y no hablar tanto». El desenlace se conocerá mediada la próxima semana y tendrá una influencia indiscutible en el signo que tendrá el relevo de Uriarte, una cuestión que es de «conversación recurrente» en el clero guipuzcoano.
Hasta ahora el único nombre que sale en las «cábalas» de los religiosos es el de José Ignacio Munilla, de 46 años y que dirigió durante dieciséis las parroquias primero de La Asunción y luego de El Salvador en Zumarraga, hasta que hace dos años fue ordenado obispo en Palencia. Realizó sus estudios eclesiásticos en el Seminario de Toledo -considerado por los católicos progresistas como un feudo del integrismo ultracatólico-, y los culminó en el Seminario donostiarra. Es el obispo más joven y uno de los valores «emergentes» de la jerarquía católica en España.
Eneko quiere «creer» que no será el próximo obispo donostiarra, pero no lo descarta. Tampoco Jesús María, que pronto cumplirá 50 años de su ordenación sacerdotal. «Visto lo visto, no me extrañaría que viniera un obispo de fuera». Sin embargo, advierte un resquicio para que no sea así, porque «ésta es una comunidad adulta y no se puede jugar. Lo único que cabe pedir en este caso es que se escuche a la comunidad cristiana de Gipuzkoa».
Con la perspectiva que da una vida entregada a la Iglesia, Jesús María observa que «aquí no se comienza de cero. Hay una historia rica en los últimos treinta años no suficientemente conocida ni apreciada en la que, por ejemplo, miles de laicos han estado comprometidos para atender a los más necesitados. Y somos una Iglesia para evangelizar. El que nombren, si viene de fuera, deberá tener en consideración todas estas cosas».
Mikel resume la situación en que tiene «miedo» de que el nombramiento del sucesor de Uriarte impulse una involución hacia una mentalidad preconciliar. «No es dramática, pero la situación nos preocupa».
Jesús María dice que el nombramiento de Iceta le «hace pensar» si es coherente con una trayectoria en la que las comunidades cristianas vascas «hacen un esfuerzo por configurar una Iglesia más participativa y cercana al pueblo, que responde a las necesidades más urgentes de las personas. Desde luego, no deja de parecer extraño cómo se ha producido la llega de Iceta y es lógico que podamos sentir cierto temor de que algo similar pueda ocurrir en Gipuzkoa».
Iñigo Urrutia, iurrutia@diariovasco.com
EL DIARIO VASCO, 29 de febrero de 2008
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