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El número de sacerdotes en las diócesis españolas baja a un ritmo de 200 por año.
Casi la mitad de los sacerdotes españoles, exactamente 9.000 de un total de 19.000, están jubilados. La edad media de quienes desarrollan su actividad de forma plena es de 51 años. Cualquier colectivo profesional que presentara esos datos atravesaría a los ojos de un analista por una situación de grave crisis. El diagnóstico no es distinto para la Iglesia -aunque el sacerdocio no sea exactamente una profesión-, y sus responsables lo saben. Cuando el presidente de la Conferencia Episcopal Española y obispo de Bilbao, Ricardo Blázquez, hablaba hace unos días en Barcelona de la conveniencia de no culpar «a derecha ni izquierda» de las dificultades de la Iglesia, y más concretamente de «su debilidad institucional y su fragilidad» sin duda se refería, entre otras cosas, al alarmante descenso del número de sacerdotes y a una consecuencia del mismo: su rápido envejecimiento. Blázquez está al frente de la diócesis que presenta el problema más acuciante: la de Bilbao, donde la edad media de los clérigos en activo es de 60 años. Nada muy distinto de lo que sucede en el País Vasco en su conjunto, donde dos de cada tres curas están jubilados.
El número de sacerdotes en las diócesis españolas cae de manera continua, a un ritmo medio de casi 200 por año. Ese saldo es el resultado de la incorporación a las parroquias de unos 200 curas recién ordenados, la mitad de los que serían precisos para cubrir las bajas derivadas de la secularización -unos 30 de media por ejercicio- y el fallecimiento de alrededor de 350.
El recorte en el número de efectivos se produce de forma paralela al descenso del número de ciudadanos que asisten de forma habitual a misa. Según datos de la Conferencia Episcopal, uno de cada cuatro españoles asiste a los oficios religiosos con regularidad, un término que tiene algo de equívoco, porque no supone que cumplan con rigor con el precepto dominical. Además, el reparto geográfico de la feligresía es muy desigual. Así se explica también la enorme diferencia entre diócesis, si se mide el número total de habitantes que residen en el área cubierta por una parroquia: la de Jaca sólo tiene asignadas por término medio 143 personas por cada una, casi 90 veces menos que la de Barcelona, que atiende a una feligresía potencial de 12.455 personas por templo. Esa asimetría se reproduce en cuanto al número de sacerdotes adscritos a cada diócesis: la de Madrid (una de las tres que hay en esa comunidad autónoma; las otras dos son las de Getafe y Alcalá) tiene casi mil, mientras en Ibiza sólo son 14.
Sin embargo, los problemas apenas difieren entre unas y otras. La escasez de sacerdotes es uno de ellos; otro es su envejecimiento. La edad media del clero activo -la jubilación, si su estado de salud es bueno, no les llega hasta los 75- es de 51 años. En varias diócesis, roza los 60. Demasiado mayores para atender un número elevado de parroquias y demasiado mayores también para hablar con los jóvenes, una tarea imprescindible tanto para mantener la práctica del catolicismo como para procurar ingresos en los seminarios.
Misas sin cura
La atención a las parroquias se mantiene en muchos casos gracias a los propios feligreses. Desde hace unos años, en pequeños núcleos de población de algunas zonas del país -en general, en el campo- la celebración dominical se hace sin cura. Una misa que carece de Eucaristía. En ocasiones es una monja quien realiza las lecturas y da la comunión. Otras veces es un seglar que ha seguido un pequeño curso en el obispado con el fin de que se encargue de ello. Sin embargo, esta «autogestión» de los fieles sólo sirve para sustituir la celebración de la misa. Una tarea que, en términos de tiempo empleado, no deja de ser una ocupación «menor» de los párrocos. De ahí que en numerosas diócesis esté abierto ya el debate sobre la reorganización de las parroquias.
¿Tiene sentido que estén abiertas más de 1.100 en una diócesis como la de Lugo, cuando sólo hay 105 curas disponibles para atenderlas? No hace falta ir al ejemplo extremo en el que la proporción de parroquias por sacerdote supera el diez a uno para apuntar hacia una respuesta negativa. Como sostienen muchos sacerdotes, agobiados ante la tarea que deben desempeñar, las diócesis, que no dudan en abrir nuevas parroquias en barrios recién construidos en la periferia de las capitales y los pueblos importantes, deben cerrar también aquellas que no son estrictamente necesarias. De la misma forma, apuntan, que se ha recurrido a personal seglar para desarrollar numerosas tareas admistrativas de los obispados antes atendidas por curas y religiosos, deberían aprobarse cierres de parroquias.
El debate se hará más acuciante año a año, porque el número de seminaristas -es decir, el relevo- también está a la baja. En 2001, había un total de 1.800. Cinco años más tarde, la Conferencia Episcopal tenía contabilizados algo menos de 1.500. A día de hoy, según datos provisionales que ha podido conocer este periódico, no llegan a 1.400. Es decir, en poco más de siete años el número de seminaristas ha caído un 22%. Un dato dramático para la Iglesia española, sólo suavizado por el hecho de que tras varios ejercicios de fuerte caída en los ingresos, parece haberse producido un mínimo repunte. En el curso 2005/6, último para el que existen datos definitivos, entraron 291 alumnos nuevos en los centros de formación sacerdotal, cuando en el 2003/4 fueron sólo 256. Pero siguen siendo muy pocos, sobre todo teniendo en cuenta que, curso tras curso, con una regularidad sorprendente, entre 130 y 140 de esos jóvenes renuncian a su proyecto de vida sacerdotal y abandonan las aulas.
Seminarios y religiosos
Por todo ello, son muy pocos los seminarios que no responden hoy a la imagen de un edificio grande, solemne y... vacío. Sólo los de Madrid, Getafe, Toledo, Cuenca, Segorbe, Córdoba y Sevilla acogen en sus cursos un volumen de alumnos equivalente a lo que podría ser una muy pequeña facultad universitaria amenazada por el cierre. El resto no llega ni a eso. De hecho, en casi la mitad de los seminarios, hay menos de diez aspirantes a sacerdote, repartidos entre todos los cursos. En muchos casos no se trata de diócesis pequeñas. Más bien al contrario: con menos de una decena de seminaristas hay centros de ciudades tan importantes en la historia del catolicismo español como Ávila, Bilbao, Salamanca y Segovia, que durante siglos fueron cuna de un gran número de presbíteros.
También en esto se nota el efecto de atracción de Madrid y su área de influencia. Por lo menos, así lo explica Andrés García de la Cuerda, rector del seminario de la capital de España. «Cada vez hay más inmigración procedente del ámbito rural, de manera que este seminario y algunos próximos se benefician de la llegada de unos jóvenes que décadas atrás iban a los de sus capitales de origen», asegura.
Una redistribución interna del número de aspirantes a sacerdote que no oculta que la suma total es menor cada año, una tendencia que parece muy difícil de revertir. Más aún cuando el volumen de un colectivo tan relacionado con el sacerdocio como el de los religiosos también decrece. En 2005 había un 7% menos de monjas que en el año 2000, un dato atenuado por la creciente llegada a los conventos de religiosas extranjeras, dedicadas sobre todo a la atención de enfermos y ancianos. La estadística de la Conferencia Episcopal no distingue entre españolas y extranjeras.
Por eso, es un indicador mucho más fiable de la realidad de las órdenes religiosas el número de frailes, dado que la llegada de extranjeros es mucho menor en su caso. En los mismos cinco años, de 5.265 religiosos no sacerdotes se pasó a 4.543, lo que equivale a una caída del 14%. La figura del religioso está literalmente a punto de desaparecer en algunas diócesis: en Ibiza sólo hay 3, que sumados a los 14 curas en activo da un grupo más pequeño que un equipo de fútbol. Escasa plantilla para la atención espiritual de 100.000 residentes habituales, una cifra que se multiplica en vacaciones.
Ni siquiera la llegada de inmigrantes aporta una esperanza nítida. De momento, porque son muy pocos los que cursan estudios en los seminarios. Y aunque en algunos lugares, como Cataluña, se ha detectado ya un aumento de las peticiones de enseñanza religiosa en las aulas de Primaria y Secundaria debido precisamente a la llegada de alumnos en general procedentes de Hispanoamérica, no es seguro que eso se traduzca en un futuro aumento de las vocaciones sacerdotales. Es más, algunos estudios sociológicos ya han detectado que la práctica del catolicismo se reduce entre los inmigrantes a medida que pasa el tiempo, hasta acercarse a los índices medios de la población española. El camino hacia una Iglesia menos sacerdotal ya no es una opción estratégica promovida por los sectores más progresistas: es la única salida posible.
César Coca
EL CORREO, 27 de enero de 2008
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