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Comunicado de JOSÉ ANTONIO PAGOLA sobre los escritos contra su libro «Jesús. Aproximación histórica»

En los primeros días de este nuevo año de 2008, han aparecido publicados en la página web de la diócesis de Tarazona diversos escritos contra mi libro «Jesús. Aproximación histórica» y contra mi persona. Son cinco firmas diferentes, pero repiten al unísono la misma condena utilizando incluso las mismas frases y expresiones. Como es natural, son muchos los que me preguntan cómo estoy, cómo lo estoy viviendo y qué esta sucediendo. A todos los que, en estos momentos, se interesan por mí y sufren conmigo les quiero decir una palabra de aliento.

1. Lo primero que quiero expresaros es que, en el fondo, todo esto me está haciendo bien. Me purifica, me obliga a agarrarme a Jesús y me está llevando a identificarme un poco más con él. Si acierto a vivirlo desde Jesús, esto puede ser una gracia grande para mí, la gran oportunidad de entregarme totalmente a él y seguirle fielmente hasta donde sea necesario.

2. Estoy tratando de vivir todo este proceso desde dentro. Pocas veces había orado con tanta verdad ciertos salmos. Pocas veces había celebrado la eucaristía tan identificado con ese Jesús «entregado» por los demás. Estoy repitiendo mucho el salmo 86: en estos momentos me parece escrito especialmente para mí. Durante el día, repito esas invocaciones breves que aparecen en los evangelios y que me ayudan a vivir unido a Jesús. «Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te quiero». «Te seguiré adonde vayas». «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». «Padre, si es posible, pase de mí este caliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú»… En fin, hago lo que puedo. En Jesús encuentro fuerza y paz. ¿Qué importa que me consideren hereje y arriano? Sólo Dios, ese Dios encarnado en Jesús, conoce lo que hay en mi corazón.

3. Algo que estoy trabajando mucho dentro de mí estos días son los sentimientos hacia quienes me condenan. Estoy escuchando desde dentro las palabras de Jesús a sus seguidores: «No juzguéis a nadie… No condenéis a nadie. Perdonad». Conozco bien los sentimientos de Jesús. Por eso rezo por los que me rechazan. Lo hago con nombres y apellidos. Pienso de verdad que, en el fondo, no saben lo que están haciendo. No quiero dejar entrar en mi corazón reacciones, sospechas, prejuicios o sentimientos que nunca saldrían del corazón de Jesús. Le pido a él que me ayude a poner un poco de luz, de cordura humana y de sensatez evangélica en este tipo de conflictos que, en buena parte, brotan a causa de la profunda crisis que estamos sufriendo todos, sin saber exactamente cómo caminar hacia un futuro más fiel al Evangelio.

4. Quiero vivir todo esto desde una actitud de conversión a Dios. Con ser muy importante, creo que nuestro problema principal no es la precisión teológica en la formulación de la doctrina de la Iglesia. Lo primero es despertar y potenciar nuestra conversión a Dios, siguiendo de cerca los pasos, las actitudes y el espíritu de ese querido Jesús en el que se ha encarnado y revelado. Creo que, alimentando entre nosotros la mutua descalificación y condena, no estamos caminando hacia la conversión que necesitamos en la Iglesia.

5. Naturalmente, estoy sufriendo. Es normal. Sufro, sobre todo, al ver sufrir a las hermanas con las que vivo, a mis seres queridos, a mis amigas y amigos. A veces, no sé que decirles, ni cómo explicarles lo que está sucediendo. A algunos los veo desconcertados y apenados. Se me parte el alma. Pienso también en lo que pueden sufrir pronto el obispo de Tarazona y quienes me condenan, al menos si leen y escuchan lo que se está diciendo contra ellos. ¿Es necesario este tipo de sufrimiento? ¿Es el sufrimiento exigido por nuestra conversión a Jesús? No lo sé. Yo lo quiero vivir tratando de humanizarlo y orientarlo hacia la búsqueda de una Iglesia más fiel al evangelio.

6. Sufro al vivir en estos momentos una experiencia extraña que nunca antes había conocido. Siento que algunos sectores de la Iglesia quieren acallar mi voz y apagarla. Según ellos, hace daño a la Iglesia. Quiero escucharlos sinceramente para ver si me ayudan a ajustar mejor mi mensaje al espíritu del evangelio de Jesús. Por ahora, todo esto no me desalienta sino que me estimula. Jesús me está llevando a amar cada vez más a la Iglesia. Por eso, no me contento con una Iglesia cualquiera. La quiero ver cada día más fiel a Jesús, más llena de su Espíritu. Por eso, seguiré empeñado en esta tarea, escuchando a quienes me ayuden a vivir de manera más evangélica y aportando, por mi parte, mi pequeño «grano de mostaza». Por fin, Jesús me está dando fuerzas para amar más a la Iglesia que a mi propia tranquilidad, mi imagen o mi prestigio personal.

7. Mientras tanto, estos días voy preparando mi espíritu para responder a tanto ataque y condena. Quiero encontrar el tono evangélico adecuado y palabras buenas, claras, constructivas y esperanzadoras. Lo importante para mí no es defender mi libro. Es fruto muy querido de muchos años de reflexión y meditación, pero no deja de ser una aportación modesta dentro de la ingente tarea de conversión que le espera a la Iglesia en los próximos años, si quiere sobrevivir entre nosotros. Lo que busco es que no seamos los teólogos ni los obispos los que cerremos a la gente sencilla las puertas para encontrarse con Jesucristo, el único que puede salvar a nuestra Iglesia. Me esforzaré por mostrar mi verdad humana, cristiana y teológica con mi vida, más que con mis escritos.


José Antonio Pagola
Fiesta de la Epifanía del Señor, 6 de enero de 2008



EL LIBRO DE PAGOLA HARÁ DAÑO (Mons. Demetrio Fernández, obispo de Tarazona)

Me llegan noticias de que el libro de J.A. Pagola (Jesús. Aproximación histórica, PPC, Madrid 2007, 544 pp) se está vendiendo como rosquillas. Incluso en una de mis visitas pastorales de hace pocos días, quisieron regalármelo como el mejor de los presentes. Así se lo habían sugerido en la “librería religiosa” de turno. En nuestra hoja diocesana, común para todo Aragón (16.12.2007, p. 7), venía publicitado y recomendado como libro de formación. En muchas comunidades religiosas, es el regalo obligado de Navidad para una hermana o para la madre superiora, que lo pondrán disposición de todas, como el libro de moda. No han faltado diócesis, incluso, en donde se ha hecho una presentación cuasioficial de la obra, sembrando confusión en tantos fieles católicos. Algunos curas de mi diócesis me han preguntado perplejos por esta obra.

Si de un libro bueno se tratara, la difusión me alegraría, porque se trata de dar a conocer a Jesús. Pero leyendo detenidamente su contenido, me produce profunda preocupación que este libro se difunda tanto, y precisamente en torno a la Navidad. El “Jesús” de Pagola no es el Jesús de la fe de la Iglesia. Este libro, que se lee con gusto por el buen estilo literario de su autor, sembrará confusión, también en mi diócesis, pequeña y humilde, que vive influenciada como todas por los fenómenos de masas, tantas veces provocados con gran aparato mediático. Muchos de sus lectores no tendrán elementos de juicio, y confían que sus pastores les alerten de los peligros que pueden acechar su fe en Jesucristo, el Jesús que anuncia la Iglesia y que es el único salvador de todos los hombres. Movido por esta inquietud pastoral, escribo estas notas que no pretenden ser exhaustivas y animo a otros, pastores y teólogos, a que examinen con atención este libro que tanta difusión está teniendo, y que tanto daño puede hacer a nuestros fieles, sobre todo a los más sencillos.

Es un libro que presenta a un Jesús vaciado y rellenado, según la técnica de la desmitologización promovida por R. Bultmann, y que otros autores han seguido en las últimas décadas: E. Schillebeecx, J. Sobrino, etc. cada uno a su manera. Se trata de aplicar acríticamente el método histórico-crítico (en sí mismo válido, pero que tiene sus límites) e ir seleccionando aquello que cuadra con el a priori que uno se ha formado. Por este camino podemos presentarnos un Jesús a nuestra medida y a nuestro gusto, según la moda del momento, y hacerlo además con argumentos de crítica histórica. Pero ese Jesús debe someterse críticamente a la fe de la Iglesia. Dicho de manera sencilla, se presenta un Jesús en el que se seleccionan rasgos, se amplían otros, se suprimen bastantes, sin ninguna referencia a la fe de la Iglesia, que de manera viva nos ha transmitido a lo largo de los siglos el Jesucristo auténtico, el único que puede salvar.

Hay un silencio total sobre la reflexión que a lo largo de la historia ha realizado la Iglesia, particularmente en los siete concilios ecuménicos de la Iglesia indivisa a lo largo del primer milenio. Es como si la Iglesia hubiera adulterado el mensaje y tuviéramos que acudir a las fuentes más puras para reencontrar al Jesús perdido, y todo ello so pretexto de historicidad. Esto me suena al prejuicio de A. Harnack, historiador protestante liberal, maestro de R. Bultmann. Por el contrario, la monumental obra del católico A.Grillmeier, honrado con la dignidad cardenalicia en sus últimos años por Juan Pablo II, ha demostrado minuciosamente que la fe de los primeros concilios (sobre todo, Nicea, Ëfeso y Calcedonia) ha sido una obra impresionante de deshelenización de la fe.

Es decir, cuando la fe sobre Jesucristo ha corrido peligro de ser asfixiada por el helenismo que era la ideología de la época, la Iglesia en Nicea, Éfeso y Calcedonia ha devuelto esa pureza de la fe, proclamando las definiciones que rezamos en el credo. Las definiciones de los concilios, por tanto, no son encorsetamiento de la pureza evangélica en fórmulas dogmáticas que nos distancian del auténtico Jesús histórico, sino que, gracias a tales concilios, ha llegado hasta nosotros la pureza de la doctrina predicada por Jesús, ha llegado hasta nosotros la imagen auténtica de Jesús de Nazaret. La Iglesia de todos los tiempos, también la Iglesia de nuestros días tiene esta preciosa y grave responsabilidad: la de rescatar a Jesús de las ideologías de moda y presentar el auténtico Jesús, el Hijo eterno de Dios hecho hombre, el Cordero de Dios que ha derramado su sangre por nosotros y por todos los hombres, para el perdón de los pecados, el Jesús de Nazaret que nos presentan los evangelios y los demás escritos del Nuevo Testamento, el que la Iglesia ha presentado a lo largo de los siglos como el único salvador de todos los hombres.

Jesús es Dios, sabe que es Dios y habla continuamente de ello. J.A. Pagola elude este aspecto fundamental del perfil de Jesús. A lo sumo, admite que el título “Hijo de Dios” se lo dieron los cristianos tardíos de la primera comunidad. Jesús sería el profeta de la compasión de Dios. La tentación arriana, que ha recorrido la historia del cristianismo reduciendo a Jesucristo a un hombre excepcional, pero que no es Dios consubstancial al Padre, asoma en el conjunto de la obra., pero si Jesús no es Dios como su Padre, no podrá divinizarnos, y la salvación que nos aporta queda diluida simplemente en un buen ejemplo.

Jesús ha tenido conciencia de su muerte redentora. Es decir, ha vivido y ha caminado con plena libertad hacia el momento supremo de entregar su vida en rescate por todos los hombres. La muerte no es un accidente en la historia de Jesús, la muerte para Jesús es el momento supremo de la glorificación por parte del Padre, porque él entrega su vida para el perdón de los pecados. Para J.A. Pagola, Jesús es un terapeuta que acoge al hombre pecador. No hay perdón-absolución, sino perdón-acogida, y es que el autor ha vaciado de contenido el sentido del pecado, como ofensa a Dios, que Jesús restaura con la ofrenda sacrificial de su vida.

Remito a estudios más detallados, que han comenzado a aparecer tras la publicación de este libro de J.A. Pagola. En esta web de la diócesis de Tarazona aparecen algunas recensiones del libro (J. Rico, J.A. Sayés, J.M. Iraburu, L. Argüello). Nos encontramos ante una presentación de Jesús, que hará daño, sobre todo a quienes no tienen elementos de juicio para leerla críticamente. Es función de los pastores llamar la atención sobre esta presentación de Jesús, que no se atiene a la fe de la Iglesia. Que la luz del Verbo encarnado disipe todo tipo de tinieblas, sobre todo las que pueden cernirse sobre la figura de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre.


+ Demetrio Fernández, obispo de Tarazona*
Navidad 2007
______________________________________________________________________
* Mons. Demetrio Fernández es doctor en teología dogmática, y ha sido profesor de Cristología en el
Intituto Teológico “San Ildefonso” de Toledo durante 27 años, antes de ser promovido al episcopado.




UN JESÚS IRRECONOCIBLE. Reflexiones a propósito del libro de J.A. Pagola, Jesús. Aproximación histórica (PPC, Madrid 2007)
JOSÉ RICO PAVÉS.
Director del Secretariado. Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe (CEE)


La existosa propaganda de la Editorial PPC (del Grupo Editorial SM), presenta el último libro de J.A. Pagola sobre Jesús de Nazaret como «un relato vivo y apasionante» de su actuación y mensaje «que, partiendo del estado actual de la investigación, lo sitúa en su contexto social, económico, político y religioso desde los datos más recientes».

Es innegable que la obra posee numerosos aspectos atractivos, como son la motivación de fondo, la claridad narrativa, la manera “actual” de designar a Jesús, o la abundantísima bibliografía empleada. La lectura atenta de este libro descubre, sin embargo, numerosos puntos objetables.


Revisión de la enseñanza sobre Jesús

Mediante el recurso a la “investigación histórica”, el autor traza un programa integral de revisión de la enseñanza de la Iglesia sobre Jesús. Una vez que a nivel metodológico se ha aceptado (que no justificado) la ruptura entre la fe y la historia, se propone solapadamente una revisión integral de la fe desde una historia supuestamente mejor asentada. El resultado es un “Jesús” no identificable con “Cristo”, es decir, un Jesús que no puede ser ya reconocido ni en la fe, ni en la celebración, ni en la vida de la Iglesia.

La cuestión decisiva de toda la obra es la respuesta que el autor da a la pregunta inicialmente formulada: ¿Quién es Jesús? Desde lo que el autor llama “investigación histórica”, la respuesta que Pagola ofrece es clara: Jesús es el profeta que proclama con pasión la llegada del reino de Dios» (p. 80); «el profeta del reino de Dios» (p. 155), «el profeta de la compasión de Dios» (p. 333), «profeta admirable que [los discípulos] han conocido en Galilea» (p. 450). Para el autor, el Jesús «que está en el origen de su fe», el que realmente aconteció en la historia, es, ante todo, un profeta. Los capítulos 3º (“Buscador de Dios”) y 11º (“Creyente fiel”) son muy esclarecedores. Ciertamente, el autor comienza su obra afirmando que «Jesús es la encarnación de Dios», el «hombre en el que Dios se ha encarnado» (p. 7). Esas afirmaciones aparecen también al exponer lo que los seguidores de Jesús, una vez resucitado, exponen sobre Jesús. Para Marcos, Jesús es “la Buena Noticia de Dios, Mesías e Hijo de Dios» (p. 436). Para Mateo, Jesús es «el verdadero “Mesías”», el “Emmanuel” (Dios con nosotros) (p. 437). Para Lucas, Jesús es el “Salvador”, el “Mesías”, el “Señor” (p. 438). Para Juan, «Jesús no es sólo el gran Profeta de Dios. Es la “Palabra de Dios hecha carne”, hecha vida humana; Jesús es Dios hablándonos desde la vida concreta de este hombre»; «el gran regalo que Dios ha hecho al mundo para que todos encuentren en él la salvación» (p. 439). La gran dificultad que ofrece la aproximación de Pagola estriba en la ruptura señalada entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe. La aproximación histórica presenta a Jesús como el hombre «buscador de Dios», no como Dios al encuentro del hombre; «el creyente», cuya experiencia de fe, ofrece aspectos novedosos de Dios, y no Aquel que por ser uno con el Padre reclama que crean en Él. Que Jesús sea Hijo de Dios es una consideración «de carácter confesional» (p. 303). La respuesta a la pregunta “¿Quién es Jesús?” «solo puede ser personal» (p. 463). La “aproximación histórica” del autor da más importancia a la opinión que a la verdad revelada (cf. Mt 16, 13-16), en definitiva porque para él, la primera es más probable históricamente que la segunda. Presentado Jesús principalmente como un profeta, no extraña el silencio sobre su concepción virginal, la afirmación sobre los “hermanos” de Jesús en sentido propio y real, la negación de su conciencia filial y mesiánica, la explicación meramente natural de las curaciones y exorcismos, o el vaciamiento del lenguaje salvífico.

En segundo lugar, aparece con igual claridad cuál ha sido para el autor el empeño fundamental de Jesús: «despertar la fe en la cercanía de Dios luchando contra el sufrimiento» (p. 175). El rasgo principal de Dios mostrado por Jesús ha sido la compasión. El reino de Dios se identifica con «la derrota del mal, la irrupción de la misericordia de Dios, la eliminación del sufrimiento, la acogida de los excluidos en la convivencia, la instauración de una sociedad liberada de toda aflicción» (p. 175). La muerte de Jesús no ha sido redentora. No se emplea el lenguaje de la redención. Ese lenguaje sería posterior y no respondería a lo históricamente acontecido. Por eso, aunque se hable extensamente de compasión, ésta no pasa de ser un sentimiento noble (nobilísimo ciertamente) tenido con los más desfavorecidos, pero no es, en sentido estricto, un padecer con ellos y por ellos, en favor y en lugar de ellos. Así, la compasión cristiana se vacía de su contenido originario. La consecuencia a la que lleva la enseñanza de Pagola es dramáticamente clara: las heridas de Cristo no nos han curado (cf. Is 53, 5); su compasión no nos ha liberado verdaderamente ni del sufrimiento ni del pecado; carece de fundamento en Jesús la posibilidad de unir el propio sufrimiento al suyo.

En tercer lugar, es muy significativo el silencio del autor sobre la realidad del pecado. La razón está en la contraposición establecida entre Juan el Bautista y Jesús: la misión del primero «está pensada y organizada en función del pecado... Por el contrario, la preocupación primera de Jesús es el sufrimiento de los más desgraciados» (p. 174). Eso explica que para el autor, Satán sea un símbolo del mal (p. 98), «la personificación de ese mundo hostil que trabaja contra Dios y contra el ser humano» (p. 98). Para Pagola, hablar de “Satán” es una forma mítica de simbolizar toda forma de mal. De ello se deduce también el modo en que el autor entiende el perdón. «A estos pecadores que se sientan a su mesa, Jesús les ofrece el perdón envuelto en acogida amistosa. No hay ninguna declaración; no les absuelve de sus pecados; sencillamente los acoge como amigos» (p. 205). La conversión es irrelevante (porque “el perdón es gratuito”) y las “declaraciones” de perdón de los pecados por parte de Jesús, no se consideran auténticas, porque en esas fórmulas «Dios aparece como un “juez”» (p. 206), y no es eso lo que Jesús revela con su “perdón-acogida”. Jesús habría practicado un “perdónacogida”, pero no un “perdón-absolución”. Cuando el pecado deja de ser visto como rechazo del amor de Dios –tal como sucede al autor-, no se percibe tampoco el significado del perdón, y se considera compatible la acogida de Jesús (ofrecimiento gratuito de su amor) con el ser y seguir siendo pecador (rechazo efectivo de su amor). Por más que se hable de acogida, al final el autor se aproxima más a una “acogida impuesta”, que hace irrelevante la respuesta libre del hombre.

En cuarto lugar, hay una tendencia clara a presentar el contexto de Jesús en conflicto dialéctico (lucha de clases), para subrayar mejor la dimensión social de su actividad. Para Pagola, la pobreza de la que hablan las bienaventuranzas no es una categoría moral, ni una actitud personal, sino, en sentido estricto, una categoría social: la pobreza la padece quien sufre injusticias en el orden social. «Al proclamar las bienaventuranzas, Jesús no dice que los pobres son buenos o virtuosos, sino que están sufriendo injustamente» (p. 103). «Cuando Jesús habla de los “pobres” se está refiriendo a los que no tienen nada: gentes que viven al límite, los desposeídos de todo, los que están en el otro extremo de las élites poderosas» (p. 181). El problema no está en señalar con vigor la injusticia subyacente a la pobreza material, sino en encerrar el mensaje de las bienaventuranzas en un horizonte exclusivamente terreno.

En quinto lugar, las afirmaciones sobre el grupo de seguidores de Jesús son también sorprendentes. No fue su intención crear un grupo organizado y jerárquico, sino que quiso poner en marcha un movimiento de hombres y mujeres, salidos del pueblo y unidos a él, «para que ayuden a los demás a tomar conciencia de la cercanía salvadora de Dios» (p. 269). En este movimiento no hay intermediarios, ni diferencias jerárquicas entre varones y mujeres. «Jesús ni pudo ni quiso poner en marcha una institución fuerte y bien organizada, sino un movimiento curador que fuera transformando el mundo en una actitud de servicio y amor» (p. 292). En esta misma línea, no sorprende que la última cena se presente como una solemne cena de despedida, con gestos simbólicos, cuya finalidad es que sus seguidores le recuerden en el futuro.

En sexto lugar, contradice frontalmente la enseñanza de la Iglesia, negar el carácter “histórico” de la resurrección. Aunque Pagola admite que es un hecho “real”, para él, no ha dejado su huella en la historia, sino en el corazón de los discípulos. Expresamente el autor niega la continuidad entre el cuerpo crucificado y muerto, y el resucitado (cf. p. 433). Aunque afirma que la resurrección es algo que le pasa a Jesús, se niega la referencia a su cuerpo real y se explica como la convicción de los discípulos de que “Dios le ha llenado de vida”, sin que se explique qué quiere decir con eso.


Disenso sutil y dañino

Pagola comienza su obra indicando que escribe desde la Iglesia católica. Sin embargo, atendiendo a las observaciones señaladas, se puede decir que el autor se mueve dentro de un disenso más sútil: rehuye la confrontación formal con la enseñanza de la Iglesia, pero destruye los fundamentos bíblicos e históricos de esta enseñanza. El autor sabe acudir a expresiones que evocan propuestas fundamentales de la doctrina católica para sugerir solapadamente que carecen de fundamento histórico en Jesús.Como ejemplo se pueden citar, la oposición entre el mensaje de Jesús, la moral y la religión; entre “perdón-absolución” y “perdón-acogida”; entre compasión y santidad; entre el Bautista (preocupado por el pecado) y Jesús (preocupado por el sufrimiento); la presentación de las curaciones y exorcismos como ejercicios de terapia (“sentirse bien”) sin referencia a una intervención de tipo sobrenatural; la banalización del perdón toda vez que la decisión libre del hombre es irrelevante; la descripción de la comunidad de Jesús como una «comunidad sin dominación masculina y sin jerarquías establecidas por el varón» (p. 225); la afirmación de que Jesús no quiso poner en marcha una institución, sino un movimiento; la negación de la conciencia que Jesús tenía de su identidad y de su misión; la última cena entendida como mera cena de despedida; la falta de sentido redentor y expiatorio de la muerte de Jesús, etc.

Este modo de proceder es mucho más dañino que el disenso abierto, pues no se trata de la negación de tal o cual aspecto, sino de la deslegimitación total de la enseñanza de la Iglesia al carecer –según el autor- de enraizamiento en Jesús y en la historia. Pagola no niega esa enseñanza pero la muestra, de hecho, infundada. Esta investigación es expresión de su trabajo para lograr la «conversión de la Iglesia a Jesús» (p. 468).

Al libro de José Antonio Pagola cuadran bien las palabras que emplea san Ireneo de Lyon, hablando de los que siembran el error con bellas palabras: «dicen cosas semejantes a nosotros, pero piensan de forma diferente» (Adv. Haer. I, Praef. 2: SCh 264, 22).



OBSERVACIONES METODOLÓGICAS AL LIBRO DE J.A. PAGOLA, Jesús. Aproximación histórica (PPC, Madrid 2007)
JOSÉ RICO PAVÉS
Director del Secretariado
Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe (CEE)


El libro de José Antonio Pagola, Jesús. Aproximación histórica se ha convertido en poco tiempo en un verdadero éxito editorial. Al día de hoy, según anuncian sus editores, se han vendido diecinueve mil ejemplares y va ya por la quinta edición. Es evidente que el gran esfuerzo publicitario de la Editorial PPC, perteneciente al Grupo Editorial SM, está dando su frutos.


Ambigüedad de los aspectos atractivos

Es innegable que la obra posee numerosos aspectos atractivos, como son la motivación de fondo, la claridad narrativa y algunos de los modos de designar a Jesús. Respecto a la motivación de fondo, es reseñable la honestidad con la que el autor quiere aproximarse a la figura de Jesús (no por simple curiosidad, sino para saber quién está en el origen de su fe), la pretensión de ser riguroso desde el punto de vista histórico, la implicación personal en la investigación («de poco sirve denfender doctrinas sublimes sobre él si no caminamos tras sus pasos»: p. 7), la declaración expresa de escribir «desde la Iglesia católica» (p. 7), el deseo de dar a conocer a Jesús a los que se han alejado de la Iglesia y a «quienes ignoran casi todo sobre él» (p. 8), el reconocimiento de haber alcanzado resultados sólo limitados («me siento lejos de haber captado todo sobre el misterio de Jesús»: p. 9) o el haber manejado una amplísima bibliografía. Atractivos son también otros aspectos formales, como el estido directo, la redacción ágil y el lenguaje sencillo. Por último, resulta atractivo el empleo de un lenguaje “muy actual” para referirse a Jesús, tal como se percibe fácilmente en los títulos mismos de cada capítulo: vecino de Nazaret, buscador de Dios, profeta del reino, poeta de la compasión, curador de la vida, defensor de los últimos, amigo de la mujer, maestro de vida, creador de un movimiento renovador, creyente fiel, conflictivo y peligroso, mártir del reino. Los aspectos atractivos, sin embargo, no están exentos de ambigüedad, tal como demuestra un análisis más detallado del método empleado y del contenido dado a cada uno de esos títulos. En las líneas siguientes me limitaré a señalar los aspectos metodológicos que, a mi modo de ver, merecen una atención crítica, dejando para otro momento el análisis del contenido.


Métodología cuestionable

Aunque no encontramos, en sentido estricto, una justificación metodológica, en la Presentación, se habla de “rigor”, de “experiencia”, y de escribir “desde la Iglesia católica”. En primer lugar, el autor quiere ser riguroso (cf. p. 5), evitando, por un lado, reconstrucciones previas (cf. pp. 5. 6), y, por otro, teniendo en cuenta «el análisis de las fuentes, el estudio del contexto histórico, la contribución de las ciencias socioculturales y antropológicas o los hallazgos más recientes de la arqueología» (p. 6). En segundo lugar, afirma querer «captar de alguna manera la experiencia que vivieron quienes se encontraron con Jesús. Sintonizar con la fe que despertó en ellos» (p. 6). En tercer lugar, el autor dice escribir «este libro desde la Iglesia católica» (p. 7).

Aunque no explicita qué significa esto para él, sí sugiere una distancia entre Jesús y la Iglesia: «Conozco bien la tentación de vivir correctamente en su interior [de la Iglesia], sin preocuparnos de lo único que buscó Jesús: el reino de Dios y su justicia» (p. 7). El desarrollo posterior de la obra permite aclarar mejor el alcance de esos principios enunciados en la presentación. Así, respecto a lo primero, la aplicación de lo que el autor entiende por “rigor” le lleva, por un lado, a desconfiar del testimonio evangélico y, por otro, a adoptar el lenguaje de la negación, de la duda y de la conjetura. Son frecuentes las referencias al carácter no histórico de muchas de las escenas evangélicas o a la dificultad para determinar si describen acontecimientos reales o invenciones de los evangelistas. Quizás, por eso, los relatos evangélicos de la infancia (Mt y Lc) no aparecen ni siquiera mencionados en la obra. Quizás también por eso las expresiones más repetidas en todo el libro son las del tipo: «no sabemos», «no es posible saber», «tal vez», «es probable», «probablemente», etc. Se podría decir que, para el autor, la desconfianza frente al dato de los evangelios es necesaria para proceder con rigor en la investigación histórica.

En cuanto a las fuentes manejadas, los datos sobre el contexto cultural, socioeconómico y político del momento son numerosos. El autor se apoya en estudios precedentes y, contrariamente a lo que exigiría el rigor científico, rara vez se ofrece el apoyo directo de las fuentes antiguas que avalan las afirmaciones. Así, por ejemplo, al describir el entorno familiar en el que Jesús niño creció, el autor habla de la consideración que merecían los niños en la época y de la educación común que recibían: «A los ocho años, los niños varones eran introducidos sin apenas preparación en el mundo autoritario de los hombres, donde se les enseñaba a afirmar su masculinidad cultivando el valor, la agresión sexual y la sagacidad» (p. 45). Si sorprendente es la afirmación –el autor viene a decir que en tiempos de Jesús a los niños se les educaba para ser maltratadores sexuales- más sorprendente es que no se indique qué fuentes la apoyan.

Hay, además, una clara tendencia a presentar la sociedad bajo un prisma que evoca claramente el análisis de la lucha de clases: «lujosos edificios en las ciudades, miseria en las aldeas; riqueza y ostentación en las élites urbanas, deudas y hambre entre las gentes del campo; enriquecimiento progresivo de los grandes terratenientes, pérdida de tierras de los campesinos pobres» (p. 181); tributos para costear «los elevados gastos del funcionamiento del templo y para mantener la aristocracia sacerdotal de Jerusalén» (p. 25), tribunales que «pocas veces apoyaban a los campesinos» (p. 29), etc. El objetivo de esta descripción es situar la actividad de Jesús y su predicación del reino en un horizonte preferentemente social: «la actividad de Jesús en medio de las aldeas de Galilea y su mensaje del “reino de Dios”  representaban una fuerte crítica a aquel estado de cosas» (p. 30). El comienzo de la actividad pública de Jesús se justifica por el deseo que tiene de anunciar a las pobres gentes que «Dios viene ya a liberar a su pueblo de tanto sufrimiento y opresión» (p. 83). El reino de Dios consiste «en la instauración de una sociedad liberada de toda flicción» (p. 175). Importa advertir que el autor, al hablar de sufrimiento y opresión, no se refiere al pecado ni al dominio del Maligno, sino a la injusticia y al poder opresor de los poderosos de este mundo, como por ejemplo, el rey Herodes, cuyo reino está «construido sobre la fuerza y la opresión de los más débiles» (p. 179). Todo el capítulo séptimo (“Defensor de los últimos”) recoge claramente esta tendencia.

Respecto a lo segundo, el deseo de captar la experiencia de los cercanos a Jesús lleva al autor a marcar una distancia entre Jesús mismo y la experiencia que provoca. Lo que los evangelios nos han transmitido es una experiencia sobre Jesús, de modo que el dato inmediato sobre él siempre es hipotético: «... al parecer, Jesús nunca se pronunció abiertamente sobre su persona» (p. 379). Es iluminador lo que el autor afirma de las palabras que el evangelista san Juan pone en boca de Jesús cuando se presenta como “verdadera vid” (Jn 15, 1-7), “buen pastor” (Jn 10, 11-18) o “puerta del redil” (Jn 10, 1-5): «no son propiamente parábolas, y se alejan mucho de la inspiración del maestro de Galilea» (p. 118, n. 9). La razón de esta distancia está en la datación de los evangelios, que el autor considera tardía (posterior al año 70: cf. p. 336).

Por último, respecto a lo tercero, el deseo de escribir «desde la Iglesia católica», apenas tiene correspondencia real y concreta en la exposición. El autor manifiesta expresa simpatía por autores cuyas enseñanzas han merecido clarificaciones por parte del Magisterio reciente; ignora las afirmaciones conciliares sobre la autenticidad histórica del testimonio neotestamentario (cf. DV 19); asume indiscriminadamente las conclusiones de la exégesis liberal; silencia la lectura histórica que la Tradición ha dado a numerosos pasajes evangélicos. No se puede decir que para el autor la exégesis canónica sea, de hecho, relevante. Sorprende comprobar cómo se citan con igual autoridad escritos canónicos y apócrifos (cf. p. ej. pp. 92-95).


Ruptura entre historia y fe

El autor establece una dramática ruptura entre la investigación histórica de Jesús y la fe en Él. El problema no está en el rechazo de lo segundo (dice expresamente: «No es mi propósito confesar aquí mi fe en Jesucristo»: p. 463), sino en considerar que se debe prescindir de la fe para reconstruir la figura histórica de Jesús. Procediendo así, el autor demuestra no haber captado la importancia de la formación del Canon en los primeros siglos de la Iglesia. La fijación del Canon tuvo como objetivo custodiar el testimonio auténtico sobre Jesús de posteriores interpretaciones adulteradas. El criterio para discernir, custodiar y transmitir la autenticidad de lo atestiguado fue su conformidad con la fe apostólica. La fe apostólica no adultera la verdad histórica de Jesús, sino que es la garante de su transmisión. Por tanto, quien prescinde de la fe apostólica se cierra a una auténtica aproximación histórica a Jesús.

Cuando la exégesis canónica resulta irrelevante, la Escritura no se recibe ni se interpreta en el surco vivo de la Tradición eclesial, sino al margen de ella. El autor se sirve en esta obra de investigaciones que mayoritariamente se encuentran fuera de la Tradición viva de la Iglesia, tanto por sus presupuestos metodológicos (asumidos acríticamente), como por sus conclusiones. Los resultados son la conclusión inevitable. Es significativa además la selección de unos textos y la omisión de otros cuando no se ajustan a una interpretación preconcebida. Obsérverse, por ejemplo, lo dicho respecto a las mujeres que siguen a Jesús (cf. p. 215, n. 12). Ya al inicio del siglo III, Tertuliano distingüía a los autores eclesiásticos de los que estaban fuera de la Gran Iglesia atendiendo al modo situarse ante las Escrituras: mientras los primeros reciben, los segundos seleccionan (cf. Prae. VI, 2, 4: CCL 1, 191).

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