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Los 16 curas vascos de los republicanos [Isabel Urrutia - EL CORREO]

Entre 1936 y 1939, también murieron religiosos en el paredón bajo fuego franquista. Setenta años después, aún está pendiente su reconocimiento. Se conocen sus nombres y apellidos, pero desde la jerarquía eclesiástica nunca se ha promovido un acto de homenaje. En el País Vasco, fueron dieciséis los curas ejecutados. Los primeros en caer fueron Martín de Lekuona y Gervasio de Albizu, vicarios en la parroquia de Rentería. El 8 de octubre de 1936 perdieron la vida y muchos jamás se acostumbraron a su ausencia. «Don Martín de Lecuona era el sacerdote cuya manera de ser más me sugería el ideal del ángel», dejó escrito el autor guipuzcoano José Arteche.


Protesta de Pío XI

El resto fue fusilado poco más tarde. El 17 de octubre, les tocó el turno en Hernani al cura y escritor José de Ariztimuño («Aitzol»), Alejandro de Mendikute y José Adarraga. Una semana después, se acribilló a seis religiosos: José de Arin, arcipreste de Mondragón, José Iturri Castillo, párroco de Marín, así como a los sacerdotes Aniceto de Eguren, José de Markiegi, Leonardo de Guridi y José Sagarna. El día 27, llevaron ante el pelotón a José Peñagarikano, vicario de Markina, y a la jornada siguiente, a Celestino de Onaindía, cura auxiliar de Elgoibar. Este mes, octubre de 1936, también se tiene constancia de la ejecución de los padres Lupo y Otano, además de Román, superior del convento de los carmelitas de Amorebieta.

Todas estas muertes violentas llegaron a oídos de Pío XI, que no dudó en enviarle un telegrama de protesta a Franco en diciembre de 1936. Pese a todo, no llegó a trascender ningún malestar por parte de la Conferencia Episcopal Española. El debate interno no salió de los muros eclesiales. El propio arzobispo de Toledo, Isidro Gomá, justificaba ese silencio en una carta remitida en enero de 1937 al lehendakari José Antonio Aguirre, en respuesta al asombro del dirigente vasco ante la pasividad del obispado. «La jerarquía no estaba callada. Ahora bien, la protesta no se hizo pública, pues su publicación habría sido menos eficaz», argumentaba el purpurado.

Las contradicciones atenazaban a la Iglesia, según Claude Bowers, embajador de EE UU durante la Guerra Civil. «La lealtad de los católicos vascos a la democracia ponía en un aprieto a los propagandistas que insistían en que los moros y los nazis luchaban por salvar a la religión cristiana del comunismo», reflexiona en su libro «Misión en España, 1933-1939». Setenta años después, la cúpula eclesial no logra liberarse de esas paradojas, a juicio de Manu Montero, catedrático de Historia Contemporánea de la UPV.


Isabel Urrutia
EL CORREO, 17 de julio de 2007




LA IGLESIA ESPAÑOLA SUFRE AMNESIA SOBRE NUESTRA MEMORIA HISTÓRICA

La Iglesia sigue excluyendo a los curas vascos fusilados por Franco.


La Conferencia Episcopal Española está organizando una peregrinación multitudinaria a Roma, el próximo otoño, para que los fieles españoles asistan a la beatificación de 498 ‘mártires’ de la Guerra Civil. Sin embargo, en la jerarquía eclesiástica sigue sin hacerse ningún comentario sobre los sacerdotes asesinados por los franquistas durante la contienda. De hecho, el portavoz episcopal, Juan Antonio Martínez Camino, dice desconocer si estos hechos sucedieron. La existencia de múltiples documentos acerca de estos asesinatos revela la descarada hipocresía de la máxima jerarquía religiosa de España.

La Iglesia reconoce que los casi quinientos religiosos que serán beatificados “murieron como mártires, como testigos heroicos del Evangelio”.


Doble rasero

Pero esta medida vuelve a poner de manifiesto el doble rasero con el que la Iglesia católica mide las víctimas de uno y otro bando de la Guerra Civil, independientemente de sus creencias o ideologías. La discriminación resulta más llamativa y escandalosa en esta ocasión, pues la Conferencia Episcopal se abstiene de nombrar a los religiosos asesinados a manos del Bando Nacional –o nacionalista-, comandado por el que a la postre se convertiría en dictador vitalicio, Francisco Franco. Los crímenes sufridos por el pueblo vasco representan un buen ejemplo de esta doble vara de medir.


Un libro incómodo

Basta con repasar ciertas partes del libro “Misión en España, 1933-1939”, escrito por el que fuera embajador de EEUU en España durante la Guerra Civil, Claude Bowers, para constatar que la alianza de fuerzas rebeldes contra el régimen republicano se cobró la vida de muchos religiosos del País Vasco.


Católicos fervorosos

Bowers repasa en el capítulo denominado “El martirio de los vascos”, las características de este pueblo, poco sospechoso de comulgar con los “rojos”: “Profundamente religiosos (…), en ninguna otra región es la catolicidad más profunda y sensible”. Su único error, por tanto, fue el de permanecer leales a la República: “Cuando estalló la rebelión, los vascos se alinearon inmediatamente con los leales. Sus iglesias continuaron funcionando como antes; sacerdotes y monjas se paseaban por la calle libremente”.


No había tal comunismo

Confirmado el catolicismo del pueblo vasco, quedaban menos motivos aún para entender su aniquilación: “Esta lealtad de los católicos vascos a la democracia ponía en un aprieto a los propagandistas que insistían en que los moros y los nazis estaban luchando para salvar a la religión cristiana del comunismo”.


¿Cruzada Nacional?

La retórica de la Cruzada Nacional se caía, por tanto, por su propio peso: Franco no atacó Euskadi “para salvar a la Iglesia, pues la Iglesia no estaba allí en peligro; ni para salvar a los curas, puesto que estos gozaban de la reverencia del pueblo, y realizaban su función en perfecta paz; ni para hundir al comunismo, pues los vascos no eran comunistas”.


Bombardeos a Iglesias

La contradicción entre lo hecho y lo posteriormente justificado encuentra un ejemplo sangrientamente culminante cuando Bowers narra el bombardeo sufrido por la población de Durango a manos de los nazis, contando este ataque desde el punto de vista de las parroquias de la localidad: “En la Capilla de Santa Susana, las monjas podían oír el ruido siniestro de los aviones volando muy bajo. Los aviadores nazis lanzaron toneladas de pesadas bombas. Una de ellas estalló sobre el tejado de la capilla de santa Susana y las monjas volaron literalmente en pedazos, mezcladas con trozos de las sagradas imágenes”.


En Santoña, quince más

El embajador estadounidense describe también la muerte de religiosos en el bombardeo de Gernika y, a continuación, recuerda la masacre de Santoña, a mano de los fascistas italianos. Fue en esta localidad donde se produjo uno de los mayores asesinatos de religiosos: “Habían sido ejecutados incontables prisioneros, incluidos 15 sacerdotes vascos”. Entre los fallecidos, destacan “Martín de Lecuona, cura auxiliar de la parroquia de Rentería (Guipúzcoa), fusilado el 8 de octubre de 1936; Gervasio de Albizu, cura auxiliar de la parroquia de Rentería (Guipúzcoa), fusilado el mismo día, y así, religiosos de otras parroquias, hasta llegar hasta quince”.


La Iglesia lo reconoce

El libro publicado por el embajador estadounidense muestra también la cobardía de la jerarquía católica a la hora de protestar por estos asesinatos: “Que los sacerdotes vascos fueron ejecutados fue reconocido por el cardenal Gomá en el significativo cambio de cartas en enero de 1937, entre Su Eminencia y el presidente José Antonio Aguirre (…). En su discurso del 22 de diciembre de 1936 Aguirre había expresado su asombro y pena ante el hecho de que la jerarquía española no hubiese formulado ninguna protesta contra la ejecución de sacerdotes por las autoridades rebeldes. En una carta abierta el diez de enero de 1937, Su Eminencia había contestado admitiendo las ejecuciones, pero manifestando que la “jerarquía no estaba callada en este asunto”, sino que la protesta no se había hecho pública, ya que su publicación habría sido “menos eficaz”.


¿Menos eficaz?

Existe un matiz de negra ironía en las palabras “menos eficaz”, pues la protesta secreta, si se hizo, no fue eficaz en modo alguno -los fusilamientos tuvieron lugar igualmente-. El autor del libro constata, además, haber sido incapaz de encontrar tal protesta secreta. Una protesta silenciosa, la del reaccionario Gomá, ignorada también, por cierto, por el portavoz de la Conferencia Episcopal, Martínez Camino


Hasta el Papa se quejó

Otra de las pruebas fue hallada al finalizar la Segunda Guerra Mundial, en el Ministerio de Negocios Extranjeros de la Alemania Federal, en el que “se cita un telegrama de la embajada nazi en Madrid (…) informando que ‘Franco se ha quejado enérgicamente al encargado de negocios italiano acerca de la actitud del Papa hacia el Gobierno nacionalista’ –refiriéndose al autodenominado Bando Nacional- y que el Papa se había quejado amargamente de ‘la ejecución de sacerdotes vascos católicos’. Este telegrama es del 27 de diciembre de 1936”.


Los curas, no sólo vascos

Pero no sólo fueron vascos los religiosos asesinados por nazis, fascistas italianos, falangistas y otras criaturas emanadas de la radicalización de la España más conservadora. El articulista y profesor Antonio Aramayona recordaba, hace algún tiempo, en El Periódico de Aragón, a otros religiosos asesinados por el Bando Nacional que no han obtenido ni obtendrán reconocimiento alguno por parte de la jerarquía eclesiástica española. El mallorquín Martín Usero o el aragonés José Pascual Duaso son algunos de los mencionados, culpables de delitos como repartir leche entre los pobres o dejar escapar a algunos republicanos de una muerte segura. Galicia, La Rioja o Castilla son otros lugares poco sospechosos de independentismo mencionados por Aramayona en los que se produjeron asesinatos de religiosos por miembros del bando franquista.


Setenta años después

Estos documentos y narraciones ponen de manifiesto que la “Cruzada” encaminada a salvar la religión católica de las amenazas comunistas no sólo apuntaba a los no religiosos, sino que había otras razones adicionales. Transcurridos setenta años de aquellos acontecimientos, la máxima jerarquía católica española sigue dando la espalda a estas víctimas, quizá por haberse mantenido leales a lo que era entonces el régimen constitucional y legal. Ante estos interrogantes, la Iglesia española prefiere dejar que los rumores se apaguen.


Andrés Villena
EL PLURAL.com, 29 de abril de 2007
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