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La soltería no es un fracaso [Consumer.es]

Las personas que viven solas contra su voluntad deben huir de una vida rutinaria, desconfiar de la autocompasión y ser receptivos a las experiencias nuevas.


Para sorpresa de los jóvenes y adolescentes de hoy, en la generación de sus abuelos, incluso la de sus padres, las personas solteras o las que no vivían en pareja eran vistas por la sociedad como un seres que, por una serie de razones, habían tenido mala suerte en la vida y no habían conseguido casarse. Esta situación les hacía vivir siempre «bajo sospecha» en su propia casa, ante los amigos, en el trabajo, etc. No hace tanto tiempo que el matrimonio era el estado civil más común y los que se salían de esta norma eran tachados, de forma despectiva, como «solterones» y «solteronas». 

La etimología de la propia palabra ya descubre el matiz negativo. «Soltería» proviene de un término latino que significa «solitario», «desamparado», conceptos que poco tienen que ver con los nuevos vocablos, más neutros, incluso «glamourosos», que se utilizan en la actualidad para referirse a quienes no desean pasar por la vicaría, el Ayuntamiento o el Juzgado y vivir en compañía: son los «impares» o «singles».


Aceptación creciente

Esta opción, cada vez más valorada y apreciada por las nuevas generaciones de nuestro país, está vinculada a los nuevos hábitos de vida. Según algunos estudios, los más de tres millones de españoles «impares» de entre 30 y 45 años disponen de ingresos significativamente superiores al resto de individuos del mismo tramo de edad, tienen más dinero y gastan más en cultura, viajes, lectura, espectáculos...

La sociedad actual, lejos de asociar a los solteros con personas aburridas y carentes de motivaciones, los observa como afortunados que generalmente no se privan de nada, que viven a «todo trapo» y no cesan de hacer planes. Un claro ejemplo es el protagonizado por las mujeres solteras, con una independencia económica creciente que no condiciona su vinculación a otra persona.


Tipología variada

Aparte de las consideraciones sociológicas y psicológicas, lo más importante es determinar la actitud y el grado de soledad con el que viven cada vez más personas que no quieren unirse a nadie. Para ello, hay que aclarar en primer lugar que la soledad no tiene por qué ser necesariamente una situación negativa. La soledad es positiva o negativa dependiendo de cómo se viva, y en el caso de los solteros, la tipología es amplia.

Los convencidos. Están satisfechos de su situación. Canalizan sus energías hacia la profesión, las actividades humanitarias, la religión, la ciencia. A veces desembocan en esta «convicción» procedentes de fracasos amorosos o porque realmente están convencidos de que la vida en pareja está reñida con la libertad.

Los perfeccionistas exigentes. Son los solteros que no encuentran ninguna persona que tenga las características necesarias para llevar una vida en común satisfactoria y que a la vez les permita desarrollarse personalmente.

Los aventureros. Se sienten muy atraídos por la vivencia de aventuras como viajes exóticos y deportes alternativos. Las compañías les duran si son capaces de compartir las aventuras. Viven buscando novedades constantemente.

Los autosuficientes. Son absolutamente independientes para disfrutar en soledad de los atractivos de la vida. Incluso viven como un estorbo cualquier tipo de compañía que siempre crea problemas.

Los que dicen resignarse. Son los solteros que siempre responden que sí cuando se les pregunta si son felices y los que insisten en convencer al otro de que no necesitan a nadie. Sin embargo, en momentos de intimidad confiesan su amargura y su soledad mal vivida después de relaciones fracasadas o amores no correspondidos.

Los que «vuelan de flor en flor». Les asusta el compromiso y la fidelidad incondicional para siempre. No se atan porque se consideran «infieles» por naturaleza, incapaces de vivir para una sola persona. Rompen una y otra vez sus distintas relaciones y no se sienten mal por ello.

Los egocéntricos. Consideran que una vida en pareja estable supone compartir dinero, tiempo, preocupaciones y problemas ajenos, y no están dispuestos.

Los tímidos. Conviven con su propia soledad porque les resulta excesivamente duro hacerse visibles en los entornos sociales. No se exponen al posible ridículo por no ser aceptados.

Los amargados. Viven su soledad con un sufrimiento interno y una frustración tan importantes que padecen su soltería como una enfermedad, añorando en secreto que alguien les quiera. Acumulan agresividad y envidia latente contra aquellas personas a las que les va bien y a las que suelen criticar.


Oportunidad de desarrollo personal

Lo que realmente está en juego es cómo se vive la soledad. Porque conviene recordar que también hay soledad de la mala en compañía y que muchas personas casadas se sienten dramáticamente solas. Por esta razón, se haya elegido o no vivir en estado «impar», «single» o «soltero» lo importante es el cultivo de actitudes para vivir la soledad como una oportunidad de desarrollo personal.

Las personas que viven solas tienen la ventaja de experimentar menos controles sobre su conducta, pero también tienen menos oportunidades de contrastarla para que evolucione favorablemente. Por eso necesitan tener bien despiertas sus actitudes vitales, para que la soledad en la que viven no se convierta en foco de sinsabores.


Cómo cultivar actitudes de apertura

Evitar las rutinas. Hacer siempre lo mismo conlleva el riesgo de caer en la rutina. Es lo que se ha llamado comúnmente las «rarezas de los solteros». Es importante plantearse la posibilidad de dejar entrar en su vida nuevas experiencias.

No preocuparse, ocuparse. No hay que crear dificultades antes de tenerlas. Hay que resolverlas cuando aparezcan.

Las oportunidades no suelen venir a casa. Hay que ir a buscarlas.

Buscar el aspecto positivo de las situaciones. Cada circunstancia tiene sus partes positivas. Es importante tener una actitud de apertura hacia ellas.

Desconfiar de la autocompasión. Es importante permanecer alertas a los sentimientos que hacen que sintamos pena de nosotros mismos. Además de irreales, suelen ser improductivos.

Arriesgarse a hacerse visible. En una sociedad como la actual, permanecer arrinconados no permite hacerse visibles. Los «pinitos» de hacerse ver suelen ser gratificantes.

Probar con la generosidad. Descartar la «propiedad privada exclusiva» de bienes como el tiempo y las cualidades y ponerlas a disposición de otras personas no empobrece. La experiencia dice que es sumamente enriquecedor. Hay que arriesgarse a compartir.

Oír no es lo mismo que escuchar. Mantener una actitud activa de escuchar otras formas de pensar y de ver la vida no desestabiliza, enriquece.


Consumer.es, marzo 2007

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