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El jesuita Ignacio Arregi, hasta recientes fechas director de los Servicios Informativos de Radio Vaticana, ha entrevistado al Obispo Juan María Uriarte. Al igual que en los encuentros radiofónicos con los Obispos de Vitoria y de Bilbao, la entrevista ha tenido como finalidad dar a conocer la realidad de la Iglesia en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa así como la labor de los Obispos de las tres Diócesis. Las prioridades diocesanas y episcopales, las inquietudes y esperanzas, la relación entre cultura y fe son algunas de las cuestiones abordadas en la entrevista, cuya trascripción ofrecemos a continuación.
El Obispo en Herri Irratia
Ignacio Arregi: Monseñor Uriarte, Obispo de San Sebastián, nos recibe en su despacho cerca de la Catedral del Buen Pastor. Ante todo, gracias por conceder a Herri Irratia esta entrevista. Estamos todavía en los comienzos de un año nuevo. ¿Cuáles acontecimientos eclesiales destacaría en el pasado año 2006?
Juan María Uriarte: Es difícil encajonar estos acontecimientos en el cuadro estrecho de un año. Más que acontecimientos puntuales, citaría dos de carácter sucesivo que se extienden en estos años. El primero es la expansión de la Iglesia en diversas zonas y culturas de Asia. Creo que tenía razón Juan Pablo II cuando decía que el siglo XXI sería, eclesialmente, el siglo de Asia. Y el segundo es la figura de Benedicto XVI. Quienes tenían un concepto mitológico de este hombre creo que tienen motivos para estar sorprendidos. Sobre todo dos cosas me sorprenden: su gran sencillez y su capacidad catequética. En este último punto lo comparo con los grandes Padres de la Iglesia.
IA: Sobre esto volveremos más adelante. Ahora, ¿podríamos trazar algunas previsiones para este año 2007?
JMU: Todas las previsiones para este año y para cualquiera de los años están enrocadas dentro de los dos grandes surcos que expuse al comienzo de mi vida episcopal aquí: promover la fe y procurar la paz, esas son las dos grandes ambiciones de mi ministerio en San Sebastián.
En la promoción de la fe, en este año, mi prioridad es la creación de equipos apostólicos en cada una de las comunidades y Unidades Pastorales en las que se articula la Diócesis.
Y procurar la paz, en este momento delicado, es una tarea inaplazable. La Iglesia tiene un proyecto inaplazable que quiere intensificar especialmente este año. Un proyecto que tiene seis objetivos: sembrar esperanza, ofrecer la ética de la paz, realizar gestos pacíficos y pacificadores, alentar la reconciliación, educar para la paz y orar por la paz. Estas son las tareas que esta Diócesis se ha asignado para este año y los siguientes.
IA: La Iglesia se sitúa entre dos pontificados. Qué características y diferencias aprecia entre el pontificado de Juan Pablo II y el de Benedicto XVI.
JMU: Juan Pablo II fue un gran «leader». Nadie puede negar su vigor apostólico, su tenacidad, su apertura en lo social, su defensa de la ortodoxia clásica con valentía y sin complejos por llevar la contraria a determinadas corrientes de la sociedad. Dio una imagen fuerte de Iglesia, de una Iglesia que sentía ya profundamente sus debilidades. Benedicto XVI es no sólo un teólogo de raza, sino un hombre de una cultura vastísima y un comunicador que une la sencillez con la sabiduría. Da una imagen amable de Iglesia. Dicen que los peregrinos a la ciudad eterna iban a «ver» a Juan Pablo II. Ahora dicen que van a «oír» a Benedicto XVI.
IA: Acerquémonos a la persona del Obispo de San Sebastián y a su entorno. Ud. un día recibe la noticia de que el Santo Padre ha decidido hacerle Obispo. ¿Qué sucedió?
JMU: D. Antonio Añoveros me conoció cuando estudiaba yo en Lovaina. Fue una especie de «flechazo». Le costó lo suyo conseguir mi nombramiento. Pablo VI le ayudó singularmente. Desatascó en dos ocasiones este nombramiento. Al ser llamado di cuenta lealmente de mis deficiencias en Nunciatura, las deficiencias que contraindicaban, a mi entender, la aceptación de este ministerio. Se me dijo que, a pesar de ello, se mantenía la propuesta del Papa. Y un día de Año Nuevo, le escribí aceptando y pidiéndole que cuando se viera que mi servicio no era útil, me relevara sin escrúpulos.
IA: Ud. ha sido Obispo en más de una Diócesis. ¿Un Obispo logra comunicarse con la gente común?
JMU: Es verdad que la función limita mucho los contactos. Cuando hay que estar mucho «en la sala de máquinas», uno no puede estar «en el puente» continuamente. A pesar de todo yo recibo individualmente a lo largo del año a centenares de personas. Son entrevistas que pocas veces duran menos de una hora. Y en los dos meses que dedico anualmente a la Visita Pastoral a los arciprestazgos, tengo una infinidad de encuentros con grupos pequeños y con personas que quieren hablar personalmente conmigo. Llamo también a los jóvenes vocacionables que descubro en las parroquias. Los llamo y les invito a pensárselo. Soy propenso a los contactos personales y en pequeños grupos, y me siento muy bien. Me siento refrescado. Para mí es refrescante estar con un grupo.
IA: ¿Ha tenido algún contacto personal con el Papa?
JMU: Cuando el actual Papa era cardenal Ratzinger, hice un viaje en tren desde el Vaticano a Asís, frente a frente con él. Hablamos de muchas cosas, entre ellas del euskara, sobre cuyo origen y características me preguntó. Y en otro encuentro de un grupo de Obispos con él, tuvo la deferencia de venir a mí al final de la reunión y hablar un rato conmigo. No he tenido ningún encuentro con él desde que es Papa.
IA: Vengamos a la Diócesis de San Sebastián. Es nombrado el año 2000, por lo que lleva siete años. ¿Cómo la ve Ud. ahora?
JMU: En primer lugar, me apena comprobar que esta Diócesis tiene fuera de aquí una imagen más sombría que su realidad. Es verdad que también aquí los practicantes disminuyen, los jóvenes son pocos, el relevo de responsables es difícil. Pero también es verdad que quienes visitan esta Diócesis para prestarnos algún servicio, ofrecernos algún cursillo, conferencia... se van encantados. En realidad estamos trabajando en este momento en la promoción de la fe, en la multiplicación de la lectura creyente y orante de la Biblia, en las iniciativas de Caritas, por ejemplo con los inmigrantes. Somos una de las primeras Diócesis en ayudar a las Misiones y el Tercer Mundo. Tenemos «agujeros negros», pero también «zonas ecológicas» con microclima espiritual.
IA: Estaría entonces de acuerdo con el Obispo de Bilbao que nos decía que hay como dos niveles de opinión: uno, el trágico, dramático, negativo y otro, el de la realidad de la vida corriente, es seguramente mucho más positiva, al menos desde el punto de vista de la fe.
JMU: El paso del triunfalismo al pesimismo es casi un mecanismo espontáneo, y a mí me parece que en la Iglesia hemos podido pasar demasiado fácilmente del triunfalismo al pesimismo, con un componente de nostalgia que por una parte se culpabiliza del debilitamiento de la Iglesia, y con un elemento también de añoranza del número. La calidad de las realidades que existen sólo Dios la juzga y no tenemos demasiados motivos para pensar que es menor que la de hace unos años.
IA: Vamos a hablar de los dos aspectos, el positivo y el negativo. ¿Cuál es su preocupación principal en este momento?
JMU: Mi preocupación principal es la solidez de la fe de nuestra gente como confianza en Dios en tiempos difíciles. La perduración del Evangelio y de su espíritu en la sociedad de aquí a 25 años. Y la pacificación de nuestra sociedad. Yo creo que la fe vive en un clima cultural y social que la erosiona continuamente. Muchos elementos positivos hay en el humanismo de hoy, en la cultura de hoy. Pero en cuanto a la fe, casi todos la prueban mucho, la aquilatan mucho y, a veces, la destruyen. En ese sentido la solidez de la fe me preocupa en gran manera. Y no digamos nada, la pacificación.
IA: Y, ¿su mayor ilusión o esperanza como Obispo de San Sebastián?
JMU: Ver un Seminario renacido y contemplar el retorno a la fe de bastantes que la perdieron en tiempos de crisis y la encuentran al sentirse faltos de un sentido global de su existencia. Me gustaría que ese redespertar a la fe que se observa mejor en países más secularizados que el nuestro, fuera también una realidad entre nosotros. Lo es inicialmente. Quisiera ver este fenómeno en mayor amplitud. Y quisiera una Iglesia que aprendiera a acogerlos, de tal manera que estas personas no se llevaran una segunda gran decepción.
IA: Y el laicado ¿participa en las tareas de la Diócesis?
JMU: Aquí hay que señalar también aspectos que a veces resultan sorprendentes. En primer lugar, casi todas las parroquias, por pequeñas que sean, tienen su consejo o junta parroquial. No es el cura sólo el responsable. Por otra parte, hay en Gipuzkoa 1.500 catequistas, 700 monitores de tiempo libre y confirmación, 1.600 voluntarios de Caritas y Pastoral de Enfermos. La Diócesis tiene una lista concreta de cerca de 8.000 laicos implicados en tareas de Iglesia. Además, en los servicios centrales colaboran con trabajo retribuido un centenar de seglares. Otra cosa es que en bastantes casos los niveles de participación se resientan de una excesiva docilidad al sacerdote o de un sentido no muy fuerte de implicación. Los equipos pastorales corresponsables de las cuarenta circunscripciones diocesanas son un avance real. Esos sí que serán equipos con responsabilidades, con ministerios ofrecidos por el Obispo y, por consiguiente, no simplemente segundones de los sacerdotes, sino compañeros que comparten la pastoral.
IA: Entre estos seglares voluntarios que participan en la vida de la Diócesis, ¿hay también jóvenes o son sólo personas mayores?
JMU: No se puede negar que el número de jóvenes que viven y crecen en los entornos eclesiales se ha recortado mucho. Pero, a pesar de todo, se puede decir que entre ese gran número de 8.000 laicos y laicas participando en la parroquia, el 28% de esos seglares tiene menos de 44 años: un 13% tiene menos de 29 y un 15%, menos de 44 años. Por lo tanto no es una cifra insignificante, no es una juventud residual. A veces nos sucede como con los inmigrantes: si alguien pregunta qué porcentaje de inmigrantes hay en la sociedad al ir por la calle, suele responder citando un porcentaje abultado, cuando en la práctica el porcentaje real es menor. Aquí sucede lo mismo, pero al revés. Como se ven pocos jóvenes en el templo, la gente saca la impresión de que no hay prácticamente jóvenes en la Iglesia. Pero el número real de los jóvenes implicados en la Iglesia es bastante mayor que aquel que parece.
IA: La Iglesia Diocesana ¿es sensible a la situación de los pobres, de los enfermos, de los ancianos?
JMU: Este es uno de los puntos más fuertes en esta Iglesia que, al sufrir el impacto del clima sociocultural sufre toda la problemática de la indiferencia religiosa, de la apatía religiosa, de los cristianos híbridos, etc. Pero las tareas y obras de Caritas son innumerables y de una gran calidad. No son simplemente y solamente asistenciales. Caritas es hoy un rostro amable y respetado de la Diócesis. También es verdad que hoy a los cristianos se nos hace menos costoso practicar la caridad que anunciar explícitamente a Jesucristo. Ante la caridad –que es reflejo y fruto de Dios– todos son sensibles –aunque muchos no perciben en ellos el signo de Dios–. Ante el anuncio explícito de la fe, hoy la mayoría responde como los Atenienses a Pablo: «Mañana te oiremos». Es más difícil tener la valentía de anunciar la fe que la generosidad de practicar la caridad.
IA: Ud., Monseñor Uriarte, ha tenido recientemente un encuentro con los inmigrantes. ¿Cómo ve la situación de los inmigrantes?
JMU: El número es creciente y sus necesidades muchas. Las posibilidades, limitadas. La atención «integral» a los inmigrantes es una tarea prioritaria de nuestro programa pastoral de este quinquenio. Atención integral significa que no queremos remitirnos sólo a la atención de sus necesidades de trabajo, alojamiento, acogida... sino también en los inmigrantes católicos, al cultivo de su fe y a su incorporación a nuestras comunidades eclesiales. Y en los inmigrantes de otras religiones, el respeto y la ayuda en cada caso adecuada para que sean fieles a su fe. También en esto Benedicto XVI nos ilumina cuando nos dice repetidamente que, de alguna manera, una alianza entre los creyentes es importante en un mundo laicizado y secularizado donde se diluye en el horizonte la imagen de Dios y la fuerza de la Palabra de Dios.
IA: ¿Cómo va la práctica religiosa de los fieles en la ciudad y en el mundo rural?
JMU: Realicé un modesto trabajo el año antepasado, relativo a Europa. Como sabe, la práctica ha descendido drásticamente en todos los países de Europa occidental. Y sigue descendiendo. También aquí. No menos. Tal vez más. La ideologización política extrema unida a la demonización de lo religioso y eclesial frecuente en este mundo, sobre todo en tiempos anteriores, ha influido también en este despegue práctico de la fe de muchas personas. Pero el factor más importante es el socio-cultural, antes aludido. Y, realmente, la crisis no es sólo en la ciudad sino también en los pueblos pequeños a donde de muchas maneras llega también la cultura y la civilización actual. Más de una vez encontramos en los pueblos, jóvenes, más cohibidos por el ambiente desfavorable para vivir su vinculación espiritual a la Iglesia que los mayores. De modo que yo no haría demasiada distinción entre la ciudad y el campo. Quizás en el campo se practica más, pero ese no es un factor que va a durar mucho. Y tal vez en la ciudad la práctica es más personalizada que en el campo.
IA: Un factor importante con muchas consecuencias de todo orden es el envejecimiento de nuestra población, con una muy baja natalidad. Esto tiene consecuencias en la composición de la población del futuro. También en las vocaciones. ¿Cómo ve Ud. este fenómeno?
JMU: Al parecer, la población de Gipuzkoa sube últimamente. El saldo es positivo. Hay un repunte de la natalidad. Pero es una tendencia muy reciente. El tanto por ciento de población de 3ª edad es muy alto. Aunque también la forma física y psíquica de la tercera edad ha mejorado mucho. Hoy la diferencia entre tercera y cuarta edad es neta. Los inmigrantes son los principales responsables de este repunte. Pero no sólo ellos. Felizmente parece que se activa un poco la natalidad también en la gente nacida aquí. Necesita y merece tratamiento laboral y legal más favorable. A mí me parece que este es un hecho antropológico de mucha importancia. Creo que, no la irresponsabilidad, pero sí la alegría y la confianza para traer hijos a este mundo significa el renacimiento de un cierto talante positivo, un mirar la vida como digna de ser vivida, y de un no quedar atrapado en lo negativo de las responsabilidades que trae consigo la paternidad y la maternidad.
IA: Otro fenómeno que ha aludido Ud., el del secularismo, a veces con formas de anticlericalismo, ¿Ud. cómo lo vive?
JMU: A mí me parece que el nihilismo es hoy más actual que el secularismo. Esa emancipación de las diversas áreas de la sociedad –secularismo– ha quedado de alguna manera como envuelta por un «nada vale la pena», «nada tiene valor hondo». Creo que hoy la gran tentación no es el secularismo sino el nihilismo. Como no lo es tampoco el anticlericalismo, sino el antieclesialismo. En concreto, la Iglesia en España tiene entre una parte muy mayoritaria de la ciudadanía vasca una mala prensa notable. Las intervenciones de jerarcas en temas que muchos estiman políticos, las posturas recias en cuestiones morales, determinados programas de la cadena COPE hieren los sentimientos religiosos y eclesiales de muchos de nuestros ciudadanos. Esta es la verdad tal como, con mucha pena, yo la veo y la siento.
IA: Pasamos ahora a otro tema que no podemos eludir, que es el de las vocaciones. ¿Estamos ante una crisis sin perspectivas de un cambio de tendencia?
JMU: Estamos en el punto más bajo de nuestra historia. Son un pequeño puñado quienes hoy se toman en serio la opción de ser sacerdotes, religiosos o misioneros. En estos momentos estoy embarcado «buru-belarri» en una acción de urgencia, acompañado de un grupo de ocho o nueve sacerdotes muy en contacto con la juventud, llamando individual y personalmente a un grupo notable de jóvenes, recogiendo muchos noes y algunos síes para formar un grupo vocacional en el año próximo de seis, siete u ocho jóvenes, que sean el inicio de un Seminario nuevo. Porque no se trata simplemente de que las vocaciones han descendido sino que hay que repensar un Seminario de otro estilo. El Seminario-1 tiene que dejar paso al Seminario-2.
IA: Joan Maria Uriarte, zu fruiztarra zara, Bizkaitarra. Zure herriarekin ze harreman duzu?
JMU: Astero joaten naiz Fruizera. Atseden hartzen saiatzen naiz, lo gehixeago egin, otoitz egin, paseotxoren bat eman... eta hemendik lanik eramaten ez dudanean, ondo.
IA: Zuretzat, euskaraz hitz egiteko, zer da errazagoa: bizkaiera, gipuzkera ala batua.
JMU: Niretzat, errazena bizkaiera da. Berez-berez irteten didana, Agur Maria edo Gure Aita errezatzen dudanean, hangoa da, Bizkaiko euskara. Apaizei hitz egiten diedanean, nik bizkaieraz hitz egiten diet. Aldiz, herriari hitz egitean domekero, idatzi egiten dut eta batuaz ibiltzen naiz. Horretan ez naiz maisu eta izaten dut laguntzaileren bat edo beste.
IA: Bestalde, Elizbarrutiak arreta handiz hartu izan du euskara hizkuntza bezala eta baita ere kultura bezala.
JMU: Jakina. Beste momentu batzuetan, ez zegoenean beste mediorik, Elizak hartu zuen bere bizkar euskara. Gure predikuak euskaraz egin izan ez bagenitu, zer gertatuko zen? Galdu bakarrik ez, usteldu egingo zen euskara. Eliza izan da nahiko Akademia. Orain, zorionez, beste erakunde batzuk daude eta gauzak ondo egiten dituzte. Baina, jakin eta esan genezake herri honek euskara galduko balu ez litzatekeela herri hau izango eta Elizak herriaren nortasunari buruz esateko hitz bat badaukala.
IA: Para finalizar, ¿cuál sería hoy su llamada, su mensaje a los fieles de su Diócesis?
JMU: Primero, que personalicen su fe en tiempos de intemperie. A mí me parece sumamente importante. Sólo los creyentes con experiencia viva y, además, de alguna manera también formulada, místicos en el sentido de Rahner –pero místicos que han formulado su propia fe– van a poderla mantener en este lugar y ofrecerla de manera que resulte al menos respetable, si no creíble, a mucha gente. Nuestra generación está en un momento realmente importante. Hemos de hacer lo posible para que el «filum christianum» no se interrumpa en nuestra generación en Europa. Somos responsables de transmitir la fe a las generaciones siguientes. La gente que tiene fe hoy tiene que preocuparse no sólo de mantenerla sino de promoverla porque en esto se juega mucho la humanidad. Una humanidad sin la impregnación del Evangelio es una humanidad empobrecida y, a la larga, decadente en sus propios valores humanos. Y un cristianismo que deja de ser historia en el tejido de los pueblos, es un cristianismo que se evapora en tres generaciones.
Elizagipuzkoa.org
San Sebastián, 11 de febrero de 2007
Festividad de Nuestra Señora de Lourdes
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