Hace unos días, una cadena nacional emitía un programa en el que, con cámara oculta, eran entrevistados determinados eclesiásticos del País Vasco. No vi el programa, así que no puedo pronunciarme sobre el fondo. Más bien quería comentar las dudas del «periodismo» en general sobre la cámara oculta y su moralidad. ¿Se puede o no se puede, en el sentido moral y democrático, grabar las opiniones de alguien con cámara oculta, es decir, haciéndole creer que está hablando en privado?
En mi opinión, para obtener declaraciones de alguien que no sabe que las está haciendo no se debe utilizar nunca. Si sirve para revelar un delito, es un trabajo policial y requiere autorización del juez. Y no creo que los periodistas aspiren a sustituir a policías y jueces. ¿Y si el reportaje revela «un elemento fundamental para la vida pública», un hecho social que de otro modo sería imposible conocer? La respuesta es la misma. Y no hay excusa sobre el derecho a la información que valga. Decir que se han logrado declaraciones que no podrían haberse conseguido por ninguna otra vía es elevar el fin de conseguir ciertas declaraciones a un absoluto para el que vale cualquier medio. ¡Cuidado con esta regla! Piensen en ella, así formulada, en las comisarías, en las gestorías, en los confesionarios o en la vida de las empresas.
Alguien dirá que estoy atacando al mensajero que trae la noticia en vez de ir contra los que han hablado o hecho algo mal, si lo han hecho. No. Lo que digo es que no se puede pretender un buen fin mediante un procedimiento inmoral porque, si no, vale todo, y, al final, todo es cuestión de astucia, engaño y fuerza. ¡Cuidado con el modo de lograr una información!
José Ignacio Calleja Sáenz de Navarrete, Profesor de Moral Social Cristiana. Vitoria-Gasteiz
EL CORREO, 23 de noviembre de 2006