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Medio millar de menores sin escolarizar viven en un barrio ilegal de Madrid entre droga y escombros.
Es el paseo de la Castellana del lado oscuro del espejo: la Cañada Real Galiana, 15 kilómetros de una antigua vía pecuaria convertida en un pueblo ilegal de 40.000 habitantes, donde los problemas educativos, sanitarios y de seguridad cercan a los niños. Polvo, basura, droga, brotes de tuberculosis y sarna y medio millar de menores que no van al colegio. Hay niños que viven en chalés de lujo. Otros conviven en chabolas con las ratas. Miles de camiones atraviesan cada día la cañada camino a los vertederos de Madrid, y en cuatro años han matado a cuatro chavales y han dejado graves secuelas a otros seis. Uno de ellos es Hussein, de 16 años. Tiene la mirada fija y un temblor constante. Apenas habla.
A 10 kilómetros de la Puerta del Sol, en Madrid, junto a la carretera de Valencia, hay un pueblo que no tiene derecho a existir pero que se empeña en hacerlo. Es parte de la Cañada Real Galiana, un antiguo camino de trashumancia en el que no está permitido edificar pero que tiene más de 2.000 casas, todas ilegales. Y unos 40.000 habitantes, según cálculos policiales, que se han ido asentando poco a poco, desde los años 70, a lo largo de 15 kilómetros de esta vía pecuaria.
Españoles -gitanos y payos-, marroquíes, búlgaros, rumanos, croatas, bosnios y serbios se mezclan en la zona. La mayoría vive en casas de ladrillo de todos los tamaños y condiciones -algunas incluso con piscina-, pero también hay chabolas y caravanas. Y barro, polvo y escombros. Y un intenso hedor, a azufre y basura, que proviene de las plantas de residuos del complejo de Valdemingómez y que en algunos tramos lo impregna todo. Y droga. Los narcotraficantes del cercano poblado chabolista de Las Barranquillas, conocido por haber sido durante años el mayor hipermercado europeo de la droga, llevan unos tres años trasladándose a la Cañada ante la próxima desaparición de su pueblo, cercado por carreteras y viviendas en construcción. Los servicios sociales tienen constancia de la mudanza de al menos 126 familias.
En esta ciudad, «sin ley», según describen algunos de sus moradores, malviven miles de niños con una realidad vital muy heterogénea, como la propia Cañada. Al menos medio millar de niños no va jamás al colegio. Algunos viven en casas de lujo y montan en Mercedes último modelo: son los hijos de los vendedores de droga. Otros están en chabolas infrahumanas y se dedican a la mendicidad y a los pequeños hurtos. Los hay también escolarizados e integrados, hijos de familias trabajadoras con pocos recursos que no pueden pagar los altos precios de la vivienda en Madrid. Y casi todos viven temblando por los atropellos. Cada día más de 4.500 camiones atraviesan una parte de la Cañada para llegar a Valdemingómez y, desde 2002, 10 menores han sido arrollados por vehículos. Cuatro murieron, y los otros sufren graves secuelas. «Es un milagro que no pasen más cosas», se sorprende Hanan, una chica marroquí de 19 años. «Aquí todos hemos estado a punto de ser atropellados alguna vez». Como este lugar no existe a ojos de la administración, no hay semáforos, ni pasos de cebra, ni aceras o arcenes por donde caminar.
Dentro de la Cañada hay varios micromundos. En uno de los tramos, entrando por el kilómetro 14 de la carretera de Valencia camino a Valdemingómez, es donde se vende más droga. Un lunes cualquiera a las doce de la mañana se puede ver a decenas de niños de distintas edades jugando a la pelota, llenos de polvo. Como de costumbre, no van al colegio. Algunos jamás han ido y no saben leer ni escribir. Pasan el día deambulando por la Cañada y jugándose la vida circulando con sus quads (motos de cuatro ruedas) entre los camiones. El dinero del narcotráfico hace que no les falte ningún capricho.
Sólo en la zona que corresponde al distrito de Villa de Vallecas hay 473 niños de 3 a 16 años sin escolarizar, según se desprende de cruzar los datos del padrón con los de menores inscritos en los colegios. Así consta en un informe elaborado por distintos departamentos de los ayuntamientos de Madrid y Getafe y algunas ONG. Pero los agentes sociales coinciden en que el número real es mucho mayor, porque la mayoría de la población no está censada en ninguno de los municipios afectados (Madrid, Rivas-Vaciamadrid, Getafe y Coslada).
Antes sólo se compraba al por mayor en la Cañada, pero el menudeo ya ha comenzado y los consumidores adquieren su dosis y se la inyectan sin salir de aquí. Las familias que venden están ocupando los estrechísimos espacios de tierra entre la carretera y las casas para construir porches de cemento en los que ofrecen la cocaína y la heroína. Por la noche, las lumbres anuncian los puntos de venta y dan un aspecto fantasmagórico a la calle. Los niños acompañan a los mayores como si tal cosa y algunos abordan a los conductores ofreciendo droga.
Si se sigue avanzando por la Cañada, se llega a la mezquita, eje que aglutina a la comunidad marroquí. Es otro de los micromundos. Con familias que trabajan y que tienen a sus hijos escolarizados. Pero los niños no tienen donde jugar. Carecen de cualquier tipo de actividad de ocio salvo las que ofrece por las tardes durante dos horas la asociación El Fanal. Un escaso destello de normalidad en el desolador paisaje de la Cañada.
Estos niños pasan miedo, según ellos mismos relatan. Para salir del barrio, como no hay autobuses -salvo rutas escolares-, tienen que atravesar la zona de venta de droga y pasar por delante de yonquis y patriarcas. Y se pasan el día esquivando a los camiones.
Hussein, de 16 años, fue atropellado hace cuatro cuando intentaba cruzar la calle. En una dirección, los vehículos estaban parados por el tráfico, y él se metió entre ellos. En el otro sentido, había otro camión de gran tonelaje circulando. Pitó al chaval, éste se puso nervioso, tardó en reaccionar, y fue arrollado. El vehículo lo arrastró a lo largo de más de 20 metros y le dio un golpe en la cabeza que lo ha dejado con una incapacidad del 71%. Apenas habla. Tiene la mirada fija y un temblor constante en la pierna y brazo derechos. Seguramente nunca podrá valerse por sí mismo. No puede ni explicar lo que le pasó, así que lo cuentan con desesperación sus padres, Chaid y Malika. «Aquí, el que quiere a sus hijos no los deja salir a jugar», dice Chaid. «Entre las jeringuillas, la droga y los camiones, es muy peligroso. Y no puedes avisar a la policía de nada porque te dicen que estás ilegal. Aquí no hay ni ley ni orden».
A Lamia, de 7 años, también la atropellaron, el pasado 26 de mayo. Pasó 20 días en coma, pero tuvo más suerte y su cabeza funciona perfectamente, a pesar de que todavía le falta un trozo de cráneo y no se puede mover del todo bien. Es una niña morena, alegre y vivaracha. Su pelo, muy corto, recuerda las operaciones neurológicas que ha pasado, y que no han terminado aún. El abogado Gerardo Hidalgo, está iniciando los trámites para pedir una indemnización.
A Hussein nadie lo ha resarcido. La aseguradora del camión acaba de ganar el juicio porque el juez ha considerado que la culpa fue del chico, que cruzó dónde y cuándo no debía. El problema es que, en la Cañada, no existe ese lugar por el que poder cruzar. El Ayuntamiento de Madrid va a construir un nuevo vial para desviar el tráfico de los miles de camiones que van cada día a los vertederos. Pero tampoco es una solución sin posibles efectos adversos. «Está bien porque no habrá atropellos», opina Irene Pérez, educadora de la asociación El Fanal. «Pero al desaparecer los camiones dejará de venir gente, y esto podría convertirse rápidamente en un gueto, en un Barranquillas II».
¿Por qué se quedan? Chaid, el padre de Hussein, asegura que no puede pagar nada en otro sitio. Una vivienda de 300 metros cercana a la suya se cede -no se puede vender, porque es ilegal- por 48.000 euros. Ellos llevan 11 años en la Cañada. Chaid trabaja en la construcción y tienen cuatro hijos. Su casa, enfrente de la mezquita, tiene un patio con garaje, cocina con gas butano, varias habitaciones y un sencillo saloncito con tele en el que cenan mientras los niños ven dibujos animados en los canales que capta su antena parabólica. Todo, eso sí, con el telón de fondo de una inmensa montaña de escombros.
Los enganches a la luz y el agua, cuando los hay, son ilegales, porque, como la Cañada no existe las empresas no suministran. Tampoco hay alcantarillado ni cañerías, así que las aguas fecales se dirigen a pozos negros, con los problemas de salubridad que esto puede suponer. Los servicios de limpieza apenas pasan. «Hace poco vinieron a limpiar» relata Chaid. «Cuando la visita de Ana Botella [concejal de Servicios a la Ciudadanía del Ayuntamiento de Madrid]. Pero no los había visto antes ni los he vuelto a ver».
En algunas partes la situación sanitaria es infame. «Ha habido ya brotes de hepatitis, sarna y tuberculosis», explica José Zarco, médico de familia y coordinador de la Comisión de Población Excluida del área 1 del Ayuntamiento de Madrid. «Es un problema muy grave. En la Cañada se ven situaciones tercermundistas. Parece mentira que en el Madrid del siglo XXI permitamos que haya gente, y niños, viviendo en estas condiciones. No podemos ponernos una venda en los ojos». Pero la solución, añade, no es fácil. «No hay varita mágica que arregle esto. Aquí tienen que implicarse todas las administraciones, hacer un buen estudio de lo que pasa, invertir muchos recursos sociales y hacer de la Cañada una prioridad».
Siguiendo hacia el sur, en la parte que corresponde a Rivas y Vicálvaro, la situación mejora algo. Son gitanos españoles dedicados sobre todo a recoger y vender chatarra. En este tramo la Cañada no está asfaltada. Cuando llueve es un barrizal intransitable, pero no hay peligro de atropellos porque no pasan camiones. Es gente que recibe la Renta de Mínima Inserción (RMI) -entre 300 y 600 euros mensuales aproximadamente-, y que, por tanto, está controlada por los servicios sociales. La mayor parte de los niños están escolarizados, aunque los servicios sociales vigilan de cerca el absentismo. «Las madres saben que si no llevan a los niños al cole les pueden quitar el RMI, así que intentan cumplir», explica Aída Iglesias, educadora de El Fanal.
Todavía hay otros mundos. En otra zona está el campamento gestionado por la asociación ACCEM, en el que viven gitanos del este de Europa en barracones con buenas condiciones de higiene. Todos los niños están escolarizados. Pero muy cerca se encuentra uno de los más atroces espacios de la Cañada: un poblado ilegal en el que se han instalado decenas de rumanos. Viven en chabolas hechas con tablones, latas y telas viejas. Entre montones de basura y barro. Los niños van descalzos, con ropas escasas, sucias y raídas, no están escolarizados y no van al médico. Hace diez días, en jornada laborable, a las once la mañana, varios menores fueron escondidos de inmediato cuando las familias advirtieron que llegaban extraños. Aseguraron después que sus hijos iban al colegio. Hay algún otro asentamiento con problemas de delincuencia de menores, que se dedican a la mendicidad y a los hurtos en el centro de Madrid.
El Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid alertó de la grave situación de estos niños en su último informe anual. Pero las distintas administraciones implicadas llevan décadas sin saber qué hacer con esta ya inmensa ciudad ilegal. Aunque, según aseguraron varios portavoces regionales y municipales, son conscientes de los graves problemas sanitarios, educativos y de inseguridad ciudadana que se plantean a escaso cuarto de hora del Paseo de la Castellana. Y afirman que se están poniendo en marcha todo tipo de medidas para corregir la situación.
En cuanto a la ilegalidad de la zona, los ayuntamientos señalan que la competencia para desalojar o legalizar la Cañada es de la Comunidad, por tratarse de una vía pecuaria, mientras que el Ejecutivo regional asegura que las competencias en materia urbanística las tienen los ayuntamientos. Mientras tanto, los vecinos sólo tienen una reivindicación básica, esencial, ontológica: que se reconozca que son y que existen, aunque no tengan derecho a hacerlo.
La Cañada
Las Cañadas Reales eran caminos de más de 75 metros de ancho que, desde el siglo XI, han utilizado los rebaños para trasladarse del norte al sur de la Península buscando pastos durante el invierno y a la inversa en verano. Aunque hoy apenas queda trashumancia, todavía las utilizan los ganaderos en algunos lugares para pequeños desplazamientos. Alfonso X el Sabio prohibió en 1273 que se levantaran viviendas en las vías pecuarias. La norma se mantuvo hasta 1974, cuando un decreto franquista permitió que se plantaran huertos. En la actualidad, la Ley 3/1995 de Vías Pecuarias señala que son bienes de dominio público especialmente protegidos sobre los que no se puede edificar.
La Cañada Real Galiana es una de las nueve que existen en España. Nace en La Rioja y muere en la Sierra de Alcudia (entre Córdoba y Ciudad Real), atravesando Madrid, Soria, Guadalajara y Toledo. Tiene más de 400 kilómetros de recorrido, 93 de los cuales discurren por la Comunidad de Madrid. La ocupación de los 15 kilómetros que están hoy construidos comenzó en los años 70, cuando vecinos de Vallecas y Getafe se fueron allí a plantar huertos y construir pequeñas cabañas de fin de semana. Una cosa llevó a la otra, los cobertizos se fueron transformando en casas, y empezaron a llegar familias que se establecieron allí definitivamente. La historia de la humanidad.
Se mezclaron españoles gitanos y payos, y, con la llegada de la inmigración, se fueron sumando marroquíes, rumanos, búlgaros... Desde hace tres años, las familias del poblado chabolista de Las Barranquillas han empezado a trasladarse a la Cañada, introduciendo un nuevo elemento de preocupación a sus ya acuciantes problemas: la venta masiva de droga.
Mónica C. Belaza, Madrid
EL PAÍS, 29 de octubre de 2006
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