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Tragedia tras las vacaciones: Síndrome Postvacacional [ABC]

Sensación de abatimiento, irritabilidad, ansiedad y episodios de desesperación. Ahí están los cuatro colmillos de esa boca de lobo que, agotadas las vacaciones, nos amenaza con hacernos papilla y que no es sino el fantasma del largo curso laboral que nos queda por delante.

Así no es de extrañar que el 70 por ciento de los españoles declare, descartadas dietas sin biquini a la vista y la siesta sin tiempo, agarrarse al clavo ardiendo de mantener en lo posible hábitos veraniegos como la lectura y tomar cerveza —según encuesta, todo hay que decirlo, promovida por «Cerveceros de España»—, que le alivie los estragos del retorno.

Lo de seguir agarrado a la birra tiene truco porque lo peor, sin duda, es estar lúcido para darse cuenta de la realidad que nos espera, ese pan de cada día con el que procuraremos no atragantarnos las próximas semanas —mejor hablar de semanas que de meses, suena a menor plazo y el primer puente está a la vuelta de la esquina (el optimismo dicen los especialistas es la mejor prevención para no ponerse malo). Con este talante le aseguran que llevará mucho ganado frente al «síndrome postvacacional».

Acuñado como tal a finales del verano de 2000 por Ángel Cárcova, del gabinete de salud laboral de CC.OO. de Madrid, como cuenta el profesor Iñaki Piñuel, es un concepto relativamente nuevo con muy poca entidad en la investigación académica. «Describe una dificultad de adaptación al trabajo tras finalizarlas vacaciones que conlleva una serie de cuadros en forma de síntomas físico-psíquicos, que suelen remitir normalmente al cabo de pocas semanas.
Los seis grupos de manifestaciones más característicos —desmenuza Piñuel—son el cansancio o agotamiento, con pérdida de energía, apatía y desmotivación —“no puedo con el trabajo”, “todo me supera”—; retirada e introversión social en el ámbito laboral —“no tengo ganas de hablar con nadie”—; sentimientos negativos hacia el trabajo y sensación de horizonte profesional agotado —“haga lo que haga todo seguirá igual”—; desarrollo de una variada gama de síntomas psicosomáticos de estrés con cuadros de angustia, ansiedad, dolor precordial, taquicardias, dolores musculares o articulares, cefaleas, sofocos, ahogos y temblores; aparición repentina de cambios bruscos en la personalidad sumida en lo negativo; y alteración de los patrones de sueño».


Quemados y acosados

No obstante, «cada vez somos más los investigadores —subraya Piñuel— que relacionamos la emergencia de este nuevo síndrome con la existencia de otros fenómenos que pueden estar causándolo como son los denominados riesgos laborales psicosociales; en concreto, el “mobbing” o acoso en el trabajo, el estrés y el “burnout” o el mal del trabajador quemado».

De tal manera que para muchos «el síndrome postvacacional —como señala el director del equipo de Investigación Cisneros (www.mobbingresearch.com)— no manifiesta más que la repugnancia, el miedo o el terror de nuestro organismo a regresar a un lugar de trabajo que se ha convertido hace tiempo en un gulag o un lager laboral».


El optimismo del pringado

Pero, ¿acaso no lo sentían nuestros padres y nuestros abuelos o es que nosotros estamos hechos de peor pasta? Sin descartar la segunda de las opciones, el doctor Asensio López Santiago, vicepresidente de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria (SemFYC), explica a D7 que «este síndrome se ha puesto de moda porque estamos viviendo una época en que confluye, por un lado, que todo lo que tiene que ver con la salud se magnifica hasta el punto de convertir la lozanía en un bien de consumo y de no estar dispuestos bajo ningún concepto a soportar la menor molestia, y, por otro lado, que establecemos el periodo vacacional y el laboral como una dualidad extrema, creando un mito del descanso equiparable al momento de la felicidad frente al tiempo de trabajo, una carga insoportable, que no queremos vivir.

Esa dualidad se acentúa en los más jóvenes, que han convertido en una pose echar pestes de su situación durante los dos o tres primeros días de trabajo y mirar como si de un tarado se tratara al que osa decir “qué bien que voy a retomar el proyecto que dejé” o “me apetecía volver porque le estuve dando vueltas a este plan...” Ése, para la mayoría, es un paria y un pringado. Lo que está bien mirado es el lado opuesto del estoy fatal, donde se magnifican los síntomas que percibimos».

«Como médicos de familia —añade el doctor— hemos de ser un poco críticos con lo que está sucediendo en nuestro contexto social y autocríticos con nosotros mismos, convertidos por obra de la presión social en unos quejicas, que a veces sí padecen molestias objetivas. ¿Existe por tanto el síndrome postvacacional? Sí, se dan una serie de trastornos que se producen al incorporarse a la vida laboral. ¿Eso tiene entidad de enfermedad? No. ¿Tiene más trascendencia para la salud? No, pero sí es una expresión de nuestro contexto social. Fundamentalmente es un problema de desadaptación.

Por eso, para evitarlo, sobre todo en el caso de los niños, hay que ser un poco disciplinado dos o tres días antes de la vuelta al colegio o al trabajo, tratando de acostarse más temprano y levantarse antes, planificando la tarea que haya por delante... Y aceptar que hay que volver a trabajar, buscar elementos positivos, ver la botella medio llena —y no precisamente la de cerveza— y no convertirse en una plañidera. Esos días no deben tomarse decisiones importantes como cambiar de trabajo porque seguramente su percepción de la realidad cambiará. Ahora, si a los quince días de incorporarse las molestias continúan hay que acudir al médico porque seguramente tenga un problema, aunque no tenga nada que ver con el citado síndrome. Asunto aparte es el de las mujeres que trabajan fuera y dentro de casa, duplicando horarios, porque en ellas la sobrecarga es real: la que tira con todo y ya no puede más necesita psicofármacos y terapia de apoyo para salir adelante».


Un mal de minutos

De cifras habla Juan Carlos Bajo, presidente de la Asociación Nacional de Entidades Preventivas Acreditadas (Anepa), miembro de la CEOE con representación en el Comité de Prevención de Riesgos Laborales, para el que «al menos en el 90 por ciento de las personas sufrirá el síndrome postvacacional, aunque sea en cuestión de minutos. Lo que varía es el grado en función de la persona, el trabajo y sus circunstancias personales y familiares. Por eso de todos ellos, sólo un 37 por ciento, de entre 25 y 40 años, se sentirá afectado psíquicamente, y estará mal al menos dos o tres días».

Bajo propone que, además de la buena voluntad del trabajador, la empresa también contribuya a suavizar la tragedia «no pidiendo la misma capacidad de rendimiento que la que se exige después de semanas de trabajo, porque hay que acostumbrarse poco a poco; que considere que estos plazos son buenos también para ella porque al final la productividad se va a recuperar; que el retorno se haga en jornada intensiva de manera que las tardes queden libres y el cambio de la vacación a la rutina laboral sea más gradual; que deje a los trabajadores guardarse algún día para más adelante porque eso libera psicológicamente; y, por último, que sea comprensiva con la irritabilidad, es mejor no presionar».

Lejos de cualquier pose o exageración, objetivamente es evidente que desde este momento el horno no está para bollos. Esteban Cañamares, sexólogo, constata a D7 el culmen del drama: «Ahora, a la vuelta de las vacaciones, son muchas más las parejas que toman la decisión de separarse de las que lo hacen en enero o febrero. Y no es precisamente por la crisis que pueda provocar la vuelta a la rutina del trabajo sino por lo que no ha pasado en el verano. Pensaban que “como tenemos más tiempo y menos estrés habrá más diálogo, más ternura y más contacto físico”. Pero, al final no hubo nada.

Descubiertos los falsos culpables —el trabajo y el frenesí de cada día—, incluido el síndrome postvacacional, y frustrados por lo que pudo haber sido y no fue aparece la cruda realidad. ¿Y si no hemos elegido la pareja apropiada? ¿Y si no somos capaces de compaginar nuestra libertad y punto de vista para adaptarnos a la pareja? ¿Y si...?» ¿Quién dijo temblor, angustia, estrés? Ánimo, pensemos que el que no trabaja no descansa —que dijo el sabio—, y que para el puente del Pilar queda un suspiro.


Virginia Ródenas
ABC, 3 de septiembre de 2006
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