A Pérez-Reverte [Álex Navajas, LA RAZÓN]

Te vi hace unos días en televisión y te leo casi todas las semanas -como tengo la buena costumbre de hacer-, y me ha sorprendido que, en varias de tus últimas intervenciones, hayas echado la culpa al «humanismo cristiano» -como has dicho literalmente- de parte de los males de este mundo. «Contra los verdugos no hay que poner la otra mejilla, sino volarles la cabeza», contestaste rotundo al Loco de la Colina. «Lo demás -proseguías-, es “buenismo”, que no trae nada bueno». Y te remontabas a tus experiencias de guerra, duras y trágicas, que te han dado, tal vez, ese barniz de escepticismo.

No quiero, desde luego, sermonearte, Arturo, pero no sé qué habría sido del mundo sin Cristo. En el Calvario brotó un mensaje de amor que prendió como la yesca y que ha transformado el planeta. Y no te hablo de un amor fofo y meloso. Un tío fofo no se lía la manta a la cabeza y se marcha a las misiones para el resto de su vida. Ni tampoco se oculta en un hospital recóndito para limpiarle las heridas -esas que tú has visto tan de cerca- a un enfermo. Ni se encierra en un monasterio de clausura para dedicar su vida a Dios y a los demás. Un meapilas aguantaría allí menos de lo que dura una escaramuza con Alatriste. Al contrario, esos cristianos poseen unos caracteres templados como el acero de nuestro héroe y un amor tan profundo como las cicatrices que surcan su rostro. Esas convicciones existen, pero hay que encontrarlas. Ojalá tú las halles. Yo rezo por ello.


Álex Navajas
LA RAZÓN, 26 de abril de 2006