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El dolor de la República Democrática del Congo sigue sin ser noticia, pese a que este año se celebrarán con toda probabilidad las elecciones democráticas que clausuren los tiempos de la guerra.
Siro López y Verónica Macedo han ido, con sus narices de clown, a esta porción olvidada de África para recibir las sonrisas de los niños y se han traido para los lectores de 21rs las imágenes y el abrazo de sus gentes, a medio camino entre el desaliento y la esperanza.
“Se recomienda no viajar, salvo por razones imperiosas, sobre todo al interior del país… Condiciones sanitarias muy deficitarias. Salvo casos de absoluta necesidad no es recomendable acudir a ningún hospital local…
Los mayores riesgos para el viajero son: paludismo, infecciones intestinales, SIDA y otras enfermedades de transmisión sexual y accidentes de circulación.
Los desplazamientos en el país por avión (…) no son seguros en absoluto.
La toma de fotos está absolutamente prohibida. Su infracción puede llevar a la detención de la persona que las realiza. El Estado no resultará responsable en modo alguno ni por concepto de los daños o perjuicios que pudieran ocasionarse a personas o bienes que ampare reclamación alguna…”
Éstas son algunas de las notas importantes que emite la embajada española a aquellas personas que quieren viajar a la República Democrática del Congo.
Lo más tranquilizante es haber leído estas recomendaciones después de haber viajado al Congo. ¿Ingenuidad, inmadurez, aventura, trabajo…? No lo sé. Verónica Macedo y yo fuimos.
Estando en el avión nos anuncian por megafonía a modo de aperitivo que está totalmente prohibido hacer fotos en el Congo. Es de noche y las únicas luces de la gran ciudad que se divisan desde la ventanilla del avión son las de la pista de aterrizaje. Pisamos tierra y la primera sensación que invade mi piel es la de estar ante un gran cementerio de elefantes alados, oxidados y hechos chatarra. Nuestro avión pasa a ser especie protegida.
Enseguida es rodeado por soldados para establecer controles y admitir a los nuevos pasajeros. Nosotros, como dos niños en su primer día de escuela, caminamos por la pista obedientes a las indicaciones de los soldados. A la entrada al aeropuerto vemos que alguien nos saluda. Es un funcionario conocido por los misioneros de los Sagrados Corazones, nuestros anfitriones en el Congo. Al verle nos nace un gran suspiro.
Atravesamos entre puertas y pasillos oscuros siete controles de pasaporte, vacunas y equipaje de mano. Por fin, en el último tramo, vemos a lo lejos a Javier Álvarez-Ossorio (misionero de los Sagrados Corazones y colaborador de la revista). En ese mismo momento comienza una gran discusión y enfrentamiento entre soldados. El bendito guardaespaldas que nos acompaña nos empuja para que atravesemos la última puerta. Javier, con su sonrisa y abrazos, nos recibe en nuestro reciente parto.
Ciego, sordo y mudo
Antes de retirarnos a descansar en una de las comunidades que tienen los Sagrados Corazones en Kinshasa, capital del Congo, Javier nos advierte a modo de slogan publicitario: “Cuidado con los mosquitos. Aquí no pican, matan.” Con todo el cuerpo rociado de insecticida trato de dormir. La noche se hace larga.
A las tres de la madrugada me despiertan los gritos desesperados de varias mujeres, procedentes del otro lado de la calle. Nunca había escuchado algo tan desgarrador. Entre la impotencia de no poder hacer nada, a la mañana siguiente pregunto por lo sucedido. Me dicen que puede ser debido a las prácticas de alguna secta. Una vez más la sensación de sentirme ciego, sordo y mudo.
Alambradas frente a los saqueos
En el primer día, acompañados por Román Elizalde, ss.cc. visitamos la ciudad y diferentes comunidades religiosas en las que, posteriormente, impartiríamos algún curso y charla. No deja de sorprendernos e inquietarnos ver que todas las comunidades religiosas están protegidas por muros, cristales cortantes y alambradas de pinchos al igual que las embajadas.
¿Por qué necesitan tanta protección quienes más están ayudando a la población con sus escuelas, hospitales, pozos de agua potable, etc.? Román con sus diecinueve años en el Congo nos explica: “A lo largo de estos años hemos sufrido varios saqueos. De repente, toda la población se dispara y arrasa con todo lo que encuentra. Incluso los más cercanos a nuestra misión participan en el robo. Se llevan absolutamente todo: muebles, puertas, enchufes… hasta las baldosas del suelo. Y no podemos hacer nada. Lo único que nos queda es volver a empezar.” Escuchar a Román en sus luchas y cansancios es como sentirse emocionado ante la contemplación de El perro pintado por Goya. Uno llora de ternura e impotencia.
Olla exprés
Estamos en Kinshasa, la capital del país, el único lugar medianamente seguro dentro del que es el cuarto país más grande de África. En su subsuelo se esconden ricos recursos naturales tales como diamantes, oro, cobalto, cobre o coltán (mineral de alta conductividad muy utilizado en la industria electrónica).
Y es que Kinshasa puede presumir de algo: tiene el mayor despliegue en el mundo de soldados de la ONU: 20.000 soldados que se atrincheran en espera, en las inmediaciones del aeropuerto. Si a esto le sumamos los miles de soldados adolescentes del gobierno, unas infraestructuras maltrechas de agua y luz, corrupción en una democracia teatralizada, su largo historial de guerras y dictaduras y una pobreza acumulativa, tenemos una población sumida en una olla exprés que puede estallar en cualquier momento. Las elecciones aplazadas y todavía sin fecha de una población sin censar, puede convertirse en detonante.
Diario de la utopía
De vuelta a nuestra ingenuidad, nos percatamos de que no podemos estar ni salir solos por las calles de Kinshasa. Javier hará de nuestro ángel de la guarda y, al mismo tiempo, de traductor e intérprete en los cursos. Y es que acompañar a Javier en su ajetreado ritmo de vida es escribir el diario de la utopía y de la entrega incondicional.
En la ciudad siempre se viaja en vehículos 4 x 4. Desde el interior vemos que con frecuencia nos gritan en lengua lingala “mundele, mundele…”. Le preguntamos a Javier qué significa: –“No os preocupéis. Os cansaréis de escucharlo.” Ahora sé que una de las razones por las que se viaja en robustos vehículos, además del deteriorado estado de los caminos, es por motivos de seguridad.
Debe ser muy duro dejarse la piel por la utopía de un mundo más justo y que todos los días haya alguien que, reproduciendo esquemas racistas que todos conocemos, te grite rabiosamente a la cara: “blanco, blanco…” Y no acaba aquí la cosa, en cada trayecto la policía nos detiene a cada paso para pedir dinero. Es una forma de llevarse algo al bolsillo, ya que el Estado no les paga ningún sueldo. Y es que todo trayecto en Kinshasa se ha de aliñar con experiencia, paciencia, picardía y algo de suerte.
Deseos de vida
Hacemos vida en la comunidad religiosa. Una tierra arada con constantes imprevistos, cansancios, privaciones, dolor, pero con mucho humor. Se ríen y se quieren. Pero enseguida nos nace una pregunta: ¿a qué se agarran para sobrevivir en un país con tanta pobreza, dolor y violencia? ¿No es muy elevado el precio que hay que pagar? Ellos nos van contestando día a día. Por lo que todo mi cuerpo escucha, huele y siente la vida de estos misioneros alojados y alocados en un país ensangrentado de deseos de vida.
Mamá Bibomba
Viajamos al exterior de la ciudad, a la presencia de La montagne (Kimbanseke) de los Sagrados Corazones donde pasaremos la mayor parte de los días impartiendo cursos de expresión corporal, teatro y danza, junto con alguna intervención de mimo y clown. Allí tienen una escuela con varios talleres de mecánica y carpintería, instalaciones deportivas, varios pozos de suministro de agua potable, una huerta de cultivo familiar y un dispensario de salud.
Se respira un ambiente más relajado y eso facilita que dentro de la misión pueda hacer fotos, siempre con la aprobación y la paciencia de Javier que se va acostumbrando a mi tercer ojo: la cámara. Conocemos a mamá Bibomba, una mujer congolesa en cuyos ojos se nos abre una ventana a la esperanza. Siempre sonríe. Ella trabaja en la misión dando clases de costura y en su propia casa acoge a mujeres maltratadas por la vida.
Imagen que nos hermana
Todos los días nos levantamos a las cinco y media de la mañana para acompañar a Javier en la celebración de la eucaristía e iniciar las actividades del día. Hemos de realizar un trayecto andando para llegar a la iglesia. Por los caminos polvorientos nos vamos cruzando con los que van a trabajar a la ciudad, una escena que me hace revivir los ajetreados pasillos del metro de Madrid.
Una imagen que nos hermana en la búsqueda diaria del sustento. Pero a diferencia de Madrid, aquí cada mañana salen a nuestro encuentro dos niños que cogiéndonos de la mano nos acompañan hasta la puerta de la misión. Benfica y Bodiki nunca se retrasan, siempre están ahí. A la vuelta hacen lo mismo, nos sonríen y nos besan con sus manos.
Y es que los niños del Congo forman el corazón que bombea la danza de la alegría, del juego, de la esperanza, de la ternura. Acercarse a ellos es beber de las raíces de un mundo más justo, más humano.
Textos y fotos: Siro López.
21rs, 5 de febrero de 2006
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