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Pilar Domínguez asegura que «hablar de Dios en sitios donde nadie cree ratifica mi fe en Cristo».
Habla con desparpajo y sinceridad, sin ocultar ni sus sentimientos ni la sangre andaluza que tiñe sus palabras. No se considera una «miss» porque su vocación es la Farmacia. De hecho, el mundo de la moda sólo es una diversión para aliviar sus estudios universitarios. Y aunque a Pilar Domínguez le molesta que muchos consideren que su fe hace de ella «un bicho raro», nada más lejos de la realidad.
Es una chica «normal y corriente», con un bonito rostro y unos valores sólidos que afirma con valentía que le gusta «nadar contra corriente y dar testimonio de Jesús». Y ha dejado las cosas claras desde un principio: «No desfilo con transparencias, ni ropa interior, ni faldas cortitas, ni cosas así».
– ¿Se le han cerrado algunas puertas por mantener sus principios en el mundo de la moda?
– Supongo que sí. Pero me da igual, porque tampoco me quiero dedicar a esto de por vida. Yo tengo mi vida, mi carrera, mi familia, mis amigas, mi mundo y, a nivel de ocio, tengo la moda, igual que el deporte u otras aficiones.
– Al verla, resulta curioso cómo rompe el prototipo del mundo de la moda basado en la apariencia, en lo pasajero, mientras que la fe es todo lo contrario.
– Realmente es complicado compaginarlo y mantener firmes tus valores. Hay que ir casi continuamente contra corriente.
Cristianos sin miedo.– ¿Y cuesta?
– Cuesta al principio, pero cuando ya superas la barrera del miedo a ser diferente, te ratifica tu fe. Así das testimonio de Jesús en tu vida. A mí no me cuesta nada dar testimonio de Cristo. Me da igual lo que piense la gente de mí, y no sólo en el ámbito de la fe. Gracias a Dios tengo una personalidad fuerte y hago lo que creo que debo hacer. No dependo de los demás y por eso no tengo miedo. Me gusta dar testimonio en sitios donde es más difícil. Hablar de Dios en un sitio donde nadie cree, más bien todo lo contrario, donde todo el mundo hace lo que le da la gana con todo el mundo, provoca que te miren como un bicho raro. Pero me siento muy contenta y muy orgullosa.
– ¿Qué le dice a aquellos que afirman que ser cristiano está pasado de moda?
– Respondo que es al contrario. Si alguien me pide ayuda, crea o no, siempre digo: «No te preocupes, confía en Dios y reza un poquito porque Él es quien más quiere que seas feliz. Tus amigos te pueden aconsejar en mil cosas, pero el que te quiere es tu Padre, el que está arriba, y nunca te va a fallar». La gente tiene una idea de Dios un poco lejana, y en realidad está contigo siempre y puedes sentirlo así.
– ¿Hace falta, entonces, que los cristianos demos más testimonio, que perdamos ese miedo?
– Desde luego que es necesario. Juan Pablo II no paraba de decirlo. A los jóvenes siempre nos decía que la fe no estaba pasada de moda. Si no hay testimonio acabaremos perdiendo espacio, nos «invadirán» otras religiones y retrocederemos.
– En las pasarelas, ¿conoce cristinos que no sean capaces de decirlo?
– Sí, les da miedo marcar la diferencia. Muchos lo interiorizan y no hablan de ello. Pocas veces me encuentro gente con las ideas tan claras como yo. Y no es que yo sea ejemplo de nada, todo lo contrario.
Una experiencia brutal. – Participó en las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ) en Colonia, ¿qué tal fue la experiencia?
– Yo nunca había vivido unas JMJ con el Papa. En todos los sentidos fue muy, muy duro. Pero aprendí un montón de cosas, a compartir, a convivir con muchísimo tipo de gente. Te emocionas cuando estás rodeada por una masa de gente, de todos los países, de todos los idiomas, de todos los rasgos del mundo, y ves que toda esa gente ha ido a buscar lo mismo que tú, con la misma esperanza y siguiendo a Alguien. A todos se nos veía en la cara que compartíamos los mismos principios, las mismas ganas de vivir. Acababa casi todo el mundo con las lágrimas saltadas. La noche de la vigilia, en Marienfield, dormí super forrada, con leotardos, unos vaqueros, un montón de calcetines, un forro polar, un chaquetón, una camiseta interior y una sudadera. Me metí en el saco con eso, dos amigas y un chubasquero para pasar la noche sobre una colchoneta en el campo...
– Como para desfilar en pasarela.
– Sí, y maquilladas y todo (risas).
Un sacrificio que compensa. – ¿Qué es lo que más le marcó en Colonia?
– Después de todo lo que viví como «miss» y todos los pajaritos en la cabeza, tanta cosa, tanta gloria, tanta fama, promesas de dinero, lujos... en Colonia viví todo lo contrario. Fue una experiencia de vida brutal, la de volver a recordar lo que realmente importa en la vida. De golpe pasé del lujo al frío, el hambre, la sed, el cansancio... Recordé que sigo siendo la misma y seguiré sufriendo. Que en la vida hay momentos buenos y momentos malos, y que no todo es precioso y maravilloso. Que en la vida real hace falta «apechugar», y que si hacía falta estar así para escuchar lo que íbamos a escuchar, merecía la pena. Ofrecí todas las penurias que pasé. No es por decir, sino que todo era amor en el sacrificio y en mi caso lo ofrecí por mi hermana, por mi familia, para que le vaya bien a toda la gente que quiero.
– Si tuviera que elegir entre el certámen de Miss Internacional, al que acudió hace meses, o las Jornadas de Colonia, ¿con qué se queda?
– No puedo elegir, hay cosas buenas en ambas. Estar un mes entero en Tokio, sin mi familia, y sólo pensando en la belleza, en maquillarte, con aquel ambiente... es agotador.
– ¿De qué fuentes ha bebido en su formación cristiana?
– Formo parte del Movimiento de Cursillos de Cristiandad, en Sevilla. Mi formación es claretiana pero también soy cursillista, aunque este año los tengo un poco descuidados.
– ¿Cómo le gustaría terminar esta entrevista?
– Con la mejor de las intenciones propongo a todos los lectores que se hagan esta pregunta: «¿Qué quiere Dios de mí?». Quizá les ayude a encontrar un nuevo y verdadero sentido para su vida.
José Antonio Méndez, Madrid
LA RAZÓN, 18 de enero de 2006
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