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Nada más producirse la victoria electoral del MAS procedí a actualizar mis lecturas sobre Bolivia. Repasé viejos artículos y las nuevas declaraciones realizadas a lo largo de la campaña por Evo y sus colegas. También las críticas que desde la izquierda les han venido haciendo la poderosa Central Obrera Boliviana y el movimiento Pachakutik. En cualquier caso, se me hacía difícil valorar desde la distancia algunas de éstas, así como las propias propuestas electorales realizadas por el MAS. Habrá que dar tiempo al tiempo.
Con todo, lo principal que quería comentar no era esto, sino otro tema de mucha importancia para mí. Cuando vi en la televisión a Evo Morales saludando a Zapatero, vestido con aquel jersey de lana de franjas de colores, no pude menos que elevar el listón de mi margen de confianza política para con él y mi nivel de identificación personal con lo que representa. Me explico.
En mi opinión, las formas tienen más importancia de la que se les da, pues éstas forman parte también del propio contenido. El poder tiene su propia parafernalia (vestimentas, lenguaje, espacios...) y la utiliza para reforzar una imagen en la que vende como natural la división social entre dominadores y dominadas: políticos y votantes, patrones y currantes, clero y feligresía, jueces y ciudadanos, hombres y mujeres. Tras ello se halla la concepción de las instituciones y la política como algo ajeno al pueblo; del trabajo como algo sometido a los intereses de la propiedad, que no de las personas, de la justicia como algo complicado reservado a sesudas personas; de la religión como propiedad de druidas de todo tipo, intérpretes sumos de la voluntad de cualquier dios; del género como adscripción desigual y jerarquizada de cada sexo a distintas funciones sociales. Por eso, la socialización de la economía, la política, la justiciaŠ deberá conllevar también la democratización de las formas, los lenguajes, los espacios sociales, las relaciones interpersonales.
Veamos. Los Verdes alemanes no sólo han evolucionado políticamente en una dirección cada vez más integrada en el sistema, sino que también lo han hecho en el terreno de las formas. De la imagen de aquella parlamentaria de la primera hornada verde, vestida de hippie y dando de mamar a su pequeño en su propio escaño, a la de Fisher, Ministro de Exteriores del pasado Gobierno alemán, codeándose encorbatado con las primeras espadas del orden neoliberal y guerrerista, hay distancias galácticas. Igualmente, ver a Lula con chaqueta y corbata es algo que, sin duda alguna, guarda relación también con su acomodamiento progresivo a la política neoliberal.
Sí, sí, ya sé que lo importante son los contenidos y que incluso los dirigentes bolcheviques usaban en su mayor parte chalecos y corbatas (¿tendría esto algo que ver con el proceso posterior de burocratización?), pero a pesar de todo sigo creyendo que formas y contenidos, lo mismo que medios y fines, deben guardar una estrecha relación entre sí. Porque una sociedad plenamente democrática difícilmente podrá lograrse a través de instrumentos organizativos jerárquicos y no participativos; mucho menos aún, si están encabezados por dirigentes distanciados de las formas de vivir, expresarse y relacionarse del pueblo, la clase o las bases a las cuales dicen representar.
Porque, vamos a ver, ¿quién no conoce a alguien que, por el mero hecho de ser ahora concejal, liberado sindical o, no digamos ya, parlamentario, cambia en sus formas de vestir, relacionarse o llega incluso a modular su voz? ¿Quién no conoce a una organización de izquierda que no utilice los grandes templos del sistema (Kursaal, Euskalduna, Baluarte...) para hacer allí sus congresos y solemnidades, o no utilice las herramientas de marketing al uso, haciendo campañas electorales a base de careto, colorín y frases huecas?
La vida cotidiana está llena de momentos en los que electos de izquierda, en su calidad de representantes públicos, acuden a actos religiosos vestidos de pingüinos y portando bastón de mando; de debates públicos revestidos de mil y un formalismos, expresados a través de jergas extrañas que pocos comprenden; de ingresos institucionales de escándalo (sueldos, dietas y demás) que poco tienen que ver con los existentes a pie de calle. Sin embargo, estas personas creen que sus programas, mociones y votos de izquierda son suficientes para purificar estos pequeños peajes de la vida política, sin darse cuenta que quienes comienzan aceptando las formas y mecanismos del sistema, suelen terminar siendo engullidos por el propio contenido del mismo.
Me encantó, por el contrario, la imagen de García Márquez (más aún la de Sartre, que lo rechazó) que acudió a recoger su premio Nobel de Literatura vestido con su guayabera colombiana; o la de Vandana Shiva, que acude a los más importantes foros internacionales envuelta en sus elegantes sharis; o la del propio Arafat, cubierto siempre con su pañuelo palestino. Me dan arcadas, por el contrario, todos esos presidentes de gobierno y ministros asiáticos, africanos vestidos, por sistema, a la manera occidental, al igual que esos sindicalistas de chaqueta y samsonite, o aquellos otros liberados de ONG, asépticos profesionales del pasillo, la subvención y el trabajo de lobby.
La irrupción que desde hace un par de décadas estamos viendo en América de todos su pueblos originarios y sus mayorías sociales excluidas (México, Guatemala, Ecuador, Venezuela, Argentina, Perú, Bolivia,..) resulta impensable concebirla envuelta en trajes de Armani y encorsetada en los corruptos marcos institucionales. Repensar la revolución supone, no solamente rehacer programas, herramientas y estrategias, sino también éticas y estéticas sobre las cuales asentar y vertebrar todo lo anterior. Por eso, no es de extrañar que desde distintas portavocías mediáticas de lo políticamente correcto, se haya tachado de «poco escrupulosa» la indumentaria usada por Evo en este viaje.
Distintos dirigentes y líderes indígenas de toda América enviaron una carta de respaldo a Evo Morales en la que terminaban recordándole la necesidad de «no olvidar los sabios consejos que guiaron tus pasos desde tu infancia: no ser ladrón, no ser flojo, no ser mentiroso y no ser servil». Es muy posible que sea por esa educación recibida por la que Evo sigue llevando un jersey de lana a rayas. Que sea por mucho tiempo y que lo rompas con salud.
Sabino Cuadra Lasarte
GARA, 11 de enero de 2006
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