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Como una ducha escocesa. Así estamos viviendo el fin de ETA. Con buenas y malas noticias. Hay varios hechos que apuntan positivamente. Algunos son ya perfectamente conocidos, otros solamente hasta donde debemos conocerlos. Que ETA lleve dos años y medio sin matar, tras haber puesto no sé cuantas bombas, casi allá donde ha querido y cuando ha querido, algo debe significar. Mantienen una presencia a su manera: extorsionado todo lo que pueden a los empresarios (no me privaré de comprar productos de Angulas Aguinaga estas fiestas), exonerando de amenazas a determinados colectivos (los políticos) a determinado territorio (Cataluña), pero manteniéndolas contra los demás. Por algo dicen los responsables policiales que no hay que bajar la guardia y hacen todo lo posible por detenerlos. Como debe ser, mientras ETA no decrete el final definitivo de la violencia armada y haya pruebas fehacientes de que no vayan a volver a las mismas. Que ya hubo una amnistía y no nos dejaremos engañar dos veces. Pero ahora es preciso que ETA, sus presos, sus militantes y simpatizantes sepan que mientras haya violencia, extorsión o amenaza, la sociedad vasca no aceptará componenda alguna.
Ya hay confirmación de que están hablando el Gobierno, o el PSE, o miembros del Partido Socialista con miembros o emisarios de ETA. Nunca lo pusimos en duda pero, dentro de la necesaria discreción, ahora es ya público. No creo que tengamos que saber más. Todo se sabrá en su tiempo. Ahora es, solamente, una buena noticia.
Aunque también hay malas. No solamente que ETA siga actuando sino que, según parece, todavía ETA sigue reclutando nuevos adeptos. En sí no debería extrañarnos: ETA debe buscar refuerzos ante la sangría que la acción policial lleva a cabo en sus filas. Sin olvidar que los jóvenes de Segi están ahí, agazapados pero no desaparecidos. Es, aunque menguada (basta ver, mas allá de la kale borroka, su escasa presencia pública) la principal reserva de ETA. Pero la noticia es mala, pues no es el mejor indicativo de que, por ahora, ETA esté por la labor de desaparecer.
En otro orden de cosas, otra mala noticia es el macrojuicio 18/98. No que no haya que perseguir al entorno de ETA. Es obvio que sí. Siempre he pensado y escrito que, moralmente hablando, tan responsables del terrorismo son los que ponen las bombas como los que les ayudan a ponerlas o justifican sus atentados. Pero ante este macro juicio muchos tenemos la sensación de que le adorna un tufillo político: tantos sumarios en uno; la instrucción en base, exclusivamente, a informes policiales; los continuos desplazamientos a Madrid con el quebranto económico, y riesgo físico, para los imputados y sus familias; la connotación simbólica de llevarlo a cabo en una macrosala; impedir explicarse a personas que corren el riesgo de ser penados a largos años de cárcel, hasta la chirigota de la suspensión de una audiencia porque los traductores están ilocalizables. Somos un pueblo pequeño y acabamos conociendo a mucha gente y, personalmente, hay imputados en ese juicio que creo conocer lo suficiente como para no dudar de su no pertenencia o colaboración con ETA. Son nacionalistas, sí, pero no terroristas. Creo que dentro de diez años todavía estaremos en los tribunales internacionales con apelaciones a sentencias contra militantes de la izquierda abertzale.
Pero hay más noticias buenas. La situación política esta cambiando ante nuestros ojos. En realidad es un ciclo el que, afortunadamente, parece estar cerrándose. No puedo dejar de saludar favorablemente el entendimiento presupuestario entre el nacionalismo del PNV y el PSOE en Madrid y el del tripartito y el PSE-PSOE-EE en Vitoria. Que se haga extensible a otras fuerzas políticas sería un magnífico regalo de fin de año de los parlamentarios vascos a la ciudadanía que clama por acuerdos después de tantos desencuentros.
Decía que se está cerrando un ciclo: el de la confrontación nacionalistas versus constitucionalistas (expresión que ya ha desaparecido, por cierto), el de la acumulación de fuerzas, el del pugilato estéril. Esto, si se confirma, es una excelente noticia pues sitúa la política vasca acorde con su realidad sociológica, la de una sociedad plural. Toda solución política que no reconozca esta realidad básica está condenada al fracaso. Así la etapa de la ruptura del pacto de Ajuria Enea (y la no toma en consideración del plan Ardanza), de Lizarra, del pacto antinacionalista (que otros llaman antiterrorista), de la increíble campaña de las autonómicas de 2001, de la eliminación política de los votantes a HB, del plan Ibarretxe, de las triquiñuelas para que esté en el Parlamento EHAK, puede ser ya historia. Pero la historia nunca se repite y no se trata de volver a los años 90, sino de aprender de los errores del pasado. No quiero desempolvar la historia pero sí decir, una y mil veces, que después cerca de treinta años de confrontaciones electorales se comprueba que la realidad social, sociológica y política profunda de Euskadi es tercamente inalterable: una escasa, aunque clara, mayoría nacionalista pero de un nacionalismo moderado y que no es, en su gran mayoría, antiespañol, salvo si se la insulta o se ve en peligro como en el año 2001.
Creo que empezamos a estar en el buen camino. Aunque no será fácil. Hoy más que nunca necesitamos actitudes y comportamientos convergentes, centrípetos. Es más fácil hablar mal del adversario que escucharlo. Pero ese es el precio de la pacificación. En todo caso es ya un indicador evidente de que ETA y su proyecto, en lo que tiene, además de violento, de excluyente, ha salido ya de la historia y que el conflicto se sitúa en las personas que más próximamente han vivido este triste y negro periodo de Euskadi: las víctimas de ETA y sus victimarios. Patriotas se dicen muchos victimarios, lo que tampoco deba extrañar si no hemos olvidado la reciente cumbre sobre el terrorismo de Barcelona.
En esas fechas de Navidad, cada vez más laicas, creo que los cristianos vascos tenemos una tarea primordial: más allá de la justicia (insoslayable, por supuesto) sentar las bases de la reconciliación entre víctimas y los que, para mí, son victimarios, cuestión ésta que será central en los próximos tiempos. Sería bueno que leyéramos, despacio, a Mateo 5/21-46 o Lucas 6/27-36. Encontraremos frases incómodas como ésta: «Si yendo a presentar tu ofrenda al altar, te acuerdas allí de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, ante el altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano; vuelve entonces y presenta tu ofrenda» (Mt. 5-23-24). O esta otra en Lc/ 32-33: «Si queréis a los que os quieren, ¡vaya generosidad! También los descreídos quieren a quien los quiere. Y si hacéis el bien a quien os hace el bien, ¡vaya generosidad! También los descreídos lo hacen».
Las carnes se nos revuelven cuando, leyendo estas frases, las concretamos con nombres y apellidos. Particularmente en las víctimas a quienes, ¡por Dios!, no se les pida que sean héroes por partida doble. Pero en ningún lugar está escrito que ser cristiano sea cosa fácil. Ya Gandhi dijo que «cuando leo el Evangelio me siento cristiano; pero cuando veo a los cristianos me doy cuenta de que ellos no viven según el Evangelio». El mismo Gandhi que sostenía que «nunca es bueno el amor a los otros, cuando es exclusivo y con excepciones. Yo no puedo amar a los hindúes o a los musulmanes y odiar a los ingleses». Sí, la radicalidad no es solamente cosa de los violentos.
Javier Elzo, Catedrático de Sociología en la Universidad de Deusto
EL CORREO, 27 de diciembre de 2005
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