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El obispado permite el regreso a su parroquia de un polémico sacerdote mexicano que porta arma y graba discos.
Al terminar de oficiar misa, cambia la sotana por sus botas de piel de pitón, cinturón grueso de cuero, camisa y pantalón vaqueros y pistola a la cintura. Predicando el Evangelio en las cantinas, Alfredo Gallegos, mejor conocido como Padre Pistolas, se gana el cariño de los feligreses. Hace unos días, el obispo de Morelia, Alberto Suárez, le autorizó a volver a la parroquia de Chucándiro, un pueblo colonial del estado de Michoacán.
Polémico por portar pistola, grabar discos de música ranchera y utilizar lenguaje vulgar, el padre Gallegos estaba suspendido de sus funciones desde hacía un año. Mal visto por la jerarquía, en abril del 2004 el obispo le forzó a abandonar Jaral del Refugio (Guanajuato), donde fue párroco durante 24 años. Y es que sus superiores consideran indisciplina su peculiar forma de hacer labor pastoral. Su actitud bravía lo ha llevado a enfrentarse a autoridades y caciques. Sostiene que así nació y nadie lo cambiará.
Después de todo, es por sus pistolas que el poco convencional sacerdote es llamado Padre Pistolas. Siempre lleva consigo a la cintura su arma, calibre 45 con cachas de oro, sin tener más licencia que «la de Dios» para portarla. De 53 años, 1,95 metros de estatura y 115 kilos de peso, predica en tugurios, organiza bailes y construye caminos sin importarle invadir propiedad privada; es policía, enfermero, maestro, viste de vaquero o de charro y canta con mariachis. Durante 28 años de sacerdocio, ha conjugado las oraciones con la música y las armas. Sus baladas se escuchan en las emisoras de radio de la región, y los recursos económicos que obtiene los emplea en labor social.
Dice que lleva pistola porque en los pueblos existen muchos «malandrines», gente que se mueve en las estructuras del narcotráfico, que normalmente andan borrachos y disparan sin más a cualquiera. Pero la tiene para su defensa, no para la ofensa. Cuenta que empezó a portar armas porque al llegar a Jaral del Refugio los caciques locales mandaban asesinar a quien se oponía a sus intereses.
«Era un pueblo donde asesinaron a cuatro personas frente a la parroquia. No me quedó más remedio que llevar pistola, la misma policía tenía miedo a los matones», recuerda. Pronto tuvo que enfrentarse a un sicario famoso, La Chiva,que con una ametralladora lo amenazó de muerte. «Tuve que fajarme la pistola, tomarlo del cuello, mentarle la madre, subirlo a la camioneta y amenazarlo con meterle de plomazos. No había de otra: era la ley de la pistola y del más valiente».
Con sus llamativas colectas, el padre Gallegos ha construido cien kilómetros de caminos, pistas de baloncesto, escuelas, parroquias y puentes. Ha recolectado millones de dólares. Para reunir fondos hace frecuentes visitas a los inmigrantes en EE. UU., que le alentaron a crear su propia página de Padre Pistolas en la red, y a comercializar llaveros, discos compactos y carteles.
Joaquim Ibarz, México. Corresponsal
LA VANGUARDIA, 25 de noviembre de 2005
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