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Han ofrecido cinco millones de euros por la casa en la que nació el Papa y 190.000 por su antiguo coche. El tirón de su imagen ha hecho que le pongan su nombre a una cerveza y a unas salchichas.
Los mismos que recibieron con escepticismo la noticia de la elección del cardenal Joseph Ratzinger para ocupar la cátedra de San Pedro, ahora lo celebran como Benedicto Superstar. Porque todo lo que tocan las manos del nuevo Papa parece convertirse en oro. Que se lo pregunten si no a sus paisanos de Marktl am Inn. Su localidad natal, un pueblito de 2.700 habitantes a orillas del río Inn, no existía prácticamente en el mapa hasta el pasado 19 de abril cuando sonó el «habemus Papam». Hoy, el pueblo no es sólo punto de peregrinación de miles de católicos, también es el centro neurálgico de un lucrativo negocio basado en la explotación de la imagen papal. La puja por la casa natal de Joseph Ratzinger, que esta semana alcanzaba los cinco millones de euros en Internet, es sólo un ejemplo.
Las estanterías de las tiendas y mercados de Marktl am Inn son escaparates monotemáticos. Todo ha sido rebautizado con referencias papales. La cerveza con la imagen sonriente de Benedicto XVI estampada en la botella se vende hasta en la floristería. El carnicero ofrece la Ratzingerbratwurst (salchichas para asar a la brasa). El panadero no tardó ni un día en amasar pan del Vaticano. Y la cafetería de enfrente sirve la Benedikttorte, un pastel con BXVI estampado sobre la parte superior. Hay también uvas con forma de mitra, Papstsalamis (salami del Papa), almohadones y camisetas decorados con el retrato de Benedicto XVI y un libro de cocina titulado Lo que las mujeres de Marktl cocinan, donde se desvelan la recetas preferidas del Papa. En la calle de la parroquia, dos tiendas de regalos compiten vendiendo figuras de cera, velas, inciensos, frascos de agua bendita, posavasos, pegatinas, llaveros, medallones, platos, tazas, jarras de cerveza... Un vecino incluso se las ha ingeniado para vender tierra de Marktl a través de Internet. Temerosos ante semejante derroche de ingenio, el consejo municipal se reúne semanalmente para evaluar los productos nuevos que hacen uso de la imagen papal. Han llegado a patentar la pila bautismal por la que pasó hace 78 años Joseph Ratzinger.
Con todo, Marktl no es la única que sufre la fiebre papal. Los operadores turísticos ya explotan una ruta por «la Baviera del Papa». El viaje de cinco días recorre la vida del Pontífice antes de que abandonara su tierra para marchar a Roma y convertirse en guardián de la doctrina católica. De Marktl am Inn, a la vecina Altötting y Traunstein, donde pasó su juventud; la peregrinación recorre su etapa seminarista, en St. Michael, para hacer escala en Ratisbona, donde estudió primero e impartió Teología después.De ahí a Freising, cerca de Múnich, donde fue ordenado sacerdote, para terminar en la capital bávara, que lo hizo cardenal. Para sus tifosi italianos, acaba de salir a la venta una guía turística, que recorre su vida universitaria hasta Bonn, donde ocupó la cátedra de Teología.
Hasta el último coche que tuvo el papa, un Golf, ha sido subastado en Internet. Un casino estadounidense ha pagado por él 190.000 euros. Su feliz propietario, un joven de 21 años, lo había comprado por la décima parte. Igual de contenta que él debe estar Claudia Dandl. La propietaria de la casa donde nació Ratzinger decidió desprenderse de ella cansada de las hordas de periodistas, turistas y peregrinos, que todos los días se empeñan en echar un vistazo a la casa (y si no pueden, pegan descaradamente las narices en los cristales). Poco parece importarles que Joseph pasara en ella sólo los primeros dos años de su vida. Claudia Dandl ha recibido 30 generosas ofertas. La mayoría de Alemania y EEUU pero también de países árabes. La afortunada propietaria ha entablado negociaciones con seis de ellos y dará a conocer su decisión en el plazo de un mes. La idea es convertir la casa en un museo sobre la obra y milagros de su hijo honorífico, a la imagen de la casa natal de Karol Wojtila en Wadowice.
Ursula Moreno, Berlín
EL MUNDO, 28 de agosto de 2005
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