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1. El porqué de una distinción pontificia
Alguno podrá preguntarse si concebir y crear un grupo cooperativo contribuye a promover la causa de la Iglesia. Aquellas Cooperativas que surgían a partir de los años 50 no se dedicaban ni a construir templos ni a suscitar colegios católicos ni a sostener las misiones lejanas, ni siquiera a enseñar la doctrina social cristiana. Sin embargo el Papa, bien asesorado, estima que promueven la causa de la Iglesia. ¿Por qué? Porque un grupo de laicos, aglutinados por un gran sacerdote, inspirados por su fe y movidos por el deseo de un mundo más justo y más humano intentaron y lograron que la palabra de la doctrina social de la Iglesia se hiciera carne de manera visible en las empresas cooperativas que ellos concibieron y alumbraron. Ellos creyeron que el pensamiento social cristiano no es un conjunto de principios y criterios utópicos e irreales, sino fuente inspiradora de diversos modelos empresariales y laborales.
2. Algunos rasgos del espíritu cooperativista de los fundadores
1. En la concepción de los fundadores ocupa un lugar preferente «la persona» del trabajador como centro del sistema productivo. Muchos años más tarde Juan Pablo II en la encíclica Centesimus annus formularía, casi con las mismas palabras, este criterio. La persona no es una pieza al servicio de la producción. El trabajo está llamado a ser lugar importante de su realización personal. Cuando es así el trabajo le da conciencia de ser productivo y útil. Acrecienta su sentido de dignidad y su autoestima.
2. Pero la persona humana no se reduce a su condición de «productor» o de trabajador. Es esposo o esposa, padre o madre, miembro de unas asociaciones, tiene sus aficiones culturales, sus querencias políticas y sus compromisos sociales o religiosos. El mundo de su empresa no es todo su mundo. El hombre unidimensional de Marcusse no es ningún modelo antropológico válido. La preocupación por la formación integral ha de ser facilitada por el trabajo cooperativo. El hecho mismo de que las cooperativas dediquen fondos a la formación no sólo profesional y trasciendan el ámbito de la producción y accedan a otros sectores como la educación, los seguros, la vivienda y el consumo es, en principio, signo de esa concepción poliédrica y multiforme de la persona.
3. La persona que subyace en el interior de todo genuino sistema cooperativo es «solidaria». La solidaridad no es un añadido sino un componente del ser humano. Despertar las querencias solidarias está inscrito en el corazón del auténtico sistema cooperativo. El hecho de sentirse partícipe de la empresa, informado transparentemente de su marcha, consultado para la elección de sus dirigentes, implicado en sus decisiones está llamada a alimentar en el cooperativista su espíritu solidario. La conciencia de que su empresa está vinculada a otras cooperativas que se apoyan unas a otras incluso a la hora de la redistribución de pérdidas y ganancias, puede –y debe– ayudarle a ensanchar los límites de su corresponsabilidad y de su solidaridad.
La Caja Laboral Popular – Euskadiko Kutxa, intuida como necesidad por el mismo D. José Mª Arizmendiarrieta, es fruto, signo y motor al servicio de la solidaridad entre las empresas. Nació para servir de puente entre el ahorro popular y la inversión cooperativa; para fomentar la creación de nuevas cooperativas y asesorarlas en su desarrollo empresarial.
4. No se circunscribe esta solidaridad al mundo amplio de la comunidad cooperativa. El espíritu cooperativo entraña una preocupación efectiva por el bien común de la sociedad, una actitud de servicio para con todos y cada uno de sus conciudadanos y una inquietud hacia las capas y grupos menos favorecidos. Mirar por el bien común del país donde ha arraigado y de los países en los que está arraigándose es algo incluido en la nómina del cooperativista. La vieja ley por la que las cooperativas se comprometieron a destinar el 10% de sus beneficios al apoyo de iniciativas de promoción educativa y social del entorno es signo de la inquietud de sus inspiradores iniciales por situar a la empresa al servicio de la sociedad.
5. Dentro del verdadero espíritu cooperativo la polaridad y enfrentamiento o disociación entre el capital y el trabajo se diluye al participar el trabajador de la condición y de las responsabilidades inherentes al empresario. Los dilemas que no encontraban solución satisfactoria ni en el sistema capitalista ni en el colectivista se veían disipados o atenuados.
6. Todos estos grandes valores humanos que con tanta lucidez intuyeron los fundadores hubieran quedado sumidos en la esterilidad si no los hubieran regado con algunas virtudes: el rigor del trabajo bien programado y competentemente realizado; el espíritu de responsabilidad que vela continuamente sobre la marcha de la cooperativa y arbitra en cada momento, a la luz de los éxitos y los fracasos, los medios necesarios para enderezar y mejorar el correcto funcionamiento; la tenacidad que no cede ante los reveses, las zancadillas, los mismos desaciertos; la pasión por humanizar la sociedad también por medio de la empresa; la fuerza de la fe que es siempre fuente de fortaleza y de esperanza.
3. Conclusión
Es rica la herencia que ha recibido Mondragón Corporación Coopera-tiva – MCC. Es grande la responsabilidad de encarnar estos valores en un mundo crudamente competitivo que crea grandes gigantes devoradores. Probablemente será sumamente difícil encontrar los modos y las proporciones en los que aquellos valores puedan encarnarse en las actuales circunstancias. Es un trabajo en el que esperamos sepáis armonizar tres elementos que no dudamos poseéis: la sensibilidad cooperativa que habéis heredado, la capacidad de análisis riguroso de las posibilidades y dificultades existentes y la competencia profesional que sepa explotar las primeras y sortear en lo posible las segundas. En esta tarea encontraréis siempre nuestra comprensión y nuestro estímulo. Este pueblo considera las Cooperativas de Mondragón casi como un patrimonio propio del que se siente orgulloso.
Arantzazu, 18 de junio de 2005
† Juan María Uriarte - Obispo de San Sebastián
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