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TARCISIO BERTONE, Cardenal. Arzobispo de Génova
Juan Manuel de Prada, Enviado especial. Roma
El cardenal Tarcisio Bertone ha sido uno de los grandes electores del Cónclave. Este salesiano de estampa delgada y rectilínea, que parece caminar encaramado sobre unos zancos, es un hombre que escapa a los estereotipos: canonista de probado prestigio, ha desempeñado misiones peliagudas por encargo de Juan Pablo II, como devolver al redil a monseñor Milingo o mantener conversaciones con Sor Lucía, relativas al desvelamiento del tercer secreto de Fátima. Tan delicadas encomiendas no han estragado, sin embargo, su carácter, que es jovial y desinhibido, como ha probado comentando partidos de fútbol para la televisión italiana, o mostrando sus dotes melódicas en un guateque que un grupo de jóvenes celebraba en un colegio salesiano. El cardenal Bertone encarna a la perfección el carisma de Don Bosco, uno de mis santos predilectos, y se declara rendido admirador de Benedicto XVI, con quien ha trabajado codo con codo como Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
- Se le nota exultante, Eminencia...
- Estoy muy contento, en efecto, porque Benedicto XVI era el hombre idóneo, tanto por su estatura intelectual como por su profunda espiritualidad. Quienes hemos participado en las celebraciones de los últimos días hemos visto crecer su impacto sobre la asamblea cristiana, sobre el pueblo de Dios. A muchos les ha sorprendido que un gran teólogo habituado a disertar haya sido capaz de predicar con tanta llaneza el mensaje del Evangelio. Y es que Benedicto XVI ha demostrado que no es sólo capaz de hablar a los doctos, sino también de comunicarse con la gente de la calle, capaz en definitiva de tutelar y defender la fe de los simples creyentes.
- Cierta prensa, sin embargo, se afana por presentarlo como un intransigente inquisidor.
- Esta imagen es fruto de un estereotipo falaz. Quienes hemos tenido la oportunidad de tratarlo podemos desmentir categóricamente esta imagen. En absoluto es un hombre duro; por el contrario, su principal virtud es la capacidad para escuchar, para atender las razones de cada uno. Esa definición vergonzosa e indigna que lo presenta como «el rottweiler de Dios» podría desmentirla la buena gente de Borgo Pío: niños, ancianos, amas de casa, todos estaban encantados con su dulzura. Durante siete años, he sido su secretario en la Congregación para la Doctrina de la Fe; pero aún diré más, he sido su vecino durante todo este tiempo, porque vivía en su mismo edificio, yo en el quinto piso y él en el cuarto. Muchas veces comíamos juntos. Al cardenal Ratzinger le gusta la comida picante, al estilo español, pero también los dulces; pasa de un extremo al otro. Le encantan los penne all´arrabiata, pero no los acompaña con vino o cerveza, sino... ¡con un refresco de naranja! ¡Penne all´arrabiata con refresco de naranja, menuda combinación!
- Esa capacidad para escuchar, ¿la mostraba también en su trabajo?
- Por supuesto. Con los teólogos disidentes, mostraba siempre una abierta disposición de diálogo. En el trabajo de la Congregación había impuesto un sistema plenamente colegial. Estableció, en concreto, tres reuniones semanales de debate y discusión, con el fin de lograr una convergencia máxima entre las diversas propuestas y alcanzar así soluciones operativas. El lunes se reunían hasta una treintena de expertos en teología, exégesis, derecho canónico, etc., para discutir sobre problemas particularmente urgentes. El informe de estas reuniones, presididas por el secretario, era puesto a disposición del cardenal, quien leía atentamente las conclusiones y solía citar a uno u otro experto, antes de pronunciarse y emitir su voto. El miércoles tenía lugar la sesión ordinaria con los cardenales, presidida por el Prefecto, que introducía la reunión con una espléndida síntesis teológica sobre el tema -síntesis que llevaba siempre escrita a mano en un cuaderno-; a continuación, ofrecía la máxima libertad a los participantes para aportar sus puntos de vista -basta revisar los nombres de los miembros de esta Congregación para comprobar su altura teológica y su independencia de juicio-y, después de todas las intervenciones, el cardenal realizaba una exposición en la que se recogían todos los pareceres expuestos. Además, siete cardenales de la Congregación eran invitados a aportar sus pareceres particulares por escrito, que se incorporaban como alegaciones al informe que se entregaba al Santo Padre, quien en última instancia era quien adoptaba las decisiones. Este escrupuloso respeto colegial del cardenal Ratzinger resulta sumamente significativo. Y conste que, con frecuencia, las opiniones de los otros cardenales no concordaban ni coincidían con la suya. Pero él asumía e integraba las diversas opiniones y las hacía suyas cuando actuaba como portavoz ante el Santo Padre. Por último, el viernes por la mañana se celebraba un congreso interno, que consistía en una puesta en común de las demandas que habían llegado a la Congregación durante la semana. A esta reunión de los viernes eran invitados los oficiales de la Congregación, incluso los más recientemente nombrados. Es un hombre que sabe respetar, apreciar y acoger los consejos ajenos y así construir una documentada opinión.
- Aparte de estas reuniones, ¿qué actividades llenaban su tiempo?
- Le gustaba tener encuentros personalizados, audiencias con embajadores y autoridades civiles y eclesiásticas. La decisión adoptada por el Rey Balduino de Bélgica, cuando decidió dimitir durante veinticuatro horas para evitar estampar su firma en la ley del aborto, fue fruto de una conversación con el cardenal Ratzinger. También recibía a grupos de peregrinos alemanes que venían, hacia el final de la mañana, para improvisar un concierto en su honor. Conviene destacar el espíritu pastoral de este hombre, porque algunos lo han puesto en duda: todos los jueves por la mañana celebraba la misa para los peregrinos alemanes en la iglesia del Colegio Teutónico, que además era transmitida por la radio bávara. También recibía a grupos de estudiantes, católicos o no católicos, de pastores protestantes, de sacerdotes o seminaristas. Desde el punto de vista humano, el cardenal Ratzinger era un hombre con un estilo de vida muy próximo a la regla benedictina; de ahí que haya elegido el nombre de Benedicto.
- Me han dicho que Benedicto XVI es un «gatófilo» empedernido. ¿Me lo confirma?
- Desde luego que sí. En su paseo desde el Borgo Pío hasta el Vaticano, se detenía a dialogar con los gatos; no me pregunte en qué lengua les hablaba, pero los gatos quedaban encantados. Cuando el cardenal se acercaba, los gatos alzaban la cabeza y lo saludaban.
- Cambiando de asunto, el eco de sus diatribas recientes contra «El código Da Vinci» ha llegado, incluso a España. ¿Piensa en serio que un bodriazo de semejante magnitud merecía tanta atención?
- Yo creo que sí... aunque algunos me reprochan que con mis palabras he aumentado las ventas del libro. Celebro que coincida conmigo en que la novela, desde un punto de vista estrictamente literario, sin adentrarnos en cuestiones teológicas, es... «bruttissima». Además, se trata de un libro que hace daño a los jóvenes, porque en muchas escuelas se ha adoptado como lectura. No sé si esto ocurre también en su país.
- En España aún no hemos caído tan bajo. Aunque todo se andará...
- Los jóvenes leen este libro y se quedan impresionados, porque el autor no termina de aclarar si su novela se trata de una fantasía o si se ha documentado para escribirla. Las falsificaciones del libro son de una zafiedad delirante, pero increíblemente la gente se las traga. Yo no pongo ninguna objeción a que se lea con conciencia crítica, incluso invito a ello; pero cuando se lee con ingenuidad, el lector corre el riesgo de perecer ahogado por el tsunami de falsificaciones.
- Por último, Eminencia, ¿qué opinión le merecen los llamados «matrimonios homosexuales», que el Parlamento español acaba de aprobar?
- Creo que Zapatero se ha mostrado muy apresurado e impulsivo, en su afán de propinar una bofetada a la Iglesia. Debería haber reflexionado un poco más. Parecía que se había iniciado un diálogo entre el Gobierno español y la Iglesia, tras la elección de monseñor Blázquez al frente de la Conferencia Episcopal. Pero Zapatero, sin perder un minuto, ha preferido consumar una promesa electoral muy discutible. Ciertas promesas electorales me parecen tan peligrosas como la promesa de Herodes. Punto y basta.
Visiblemente exasperado, el cardenal Bertone no ha querido extenderse más en la crítica al Gobierno español. A nuestros lectores más despistados les recordaremos que, tras ver bailar engolosinado a su hijastra (y sobrina) Salomé, Herodes Antipas le dijo: «Pídeme lo que quieras, que te lo daré». Y añadió bajo juramento: «Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino». Hay gobernantes veleidosos que, con tal de recaudar unos cuantos votos, son capaces de regalar un reino que ni siquiera les pertenece. No creo que, llegado el momento, estos gobernantes tengan empacho en ofrecer en una bandeja la cabeza de la Iglesia, para mantenerse en la poltrona.
Juan Manuel de Prada, Roma
ABC, 26 de abril de 2005
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