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Pere Casaldàliga recuerda, desde Sao Félix do Araguaia, al arzobispo Óscar Romero, asesinado hace 25 años. "El arzobispo Óscar Romero dio una lección a ciertos sectores del Vaticano y a todos nosotros".
El arzobispo Óscar Romero murió de un balazo en el corazón ante el altar mientras celebraba misa en la pequeña capilla de un hospital de San Salvador. Estaba a punto de ofrecer el pan y el vino cuando retumbó el disparo mortal. El arzobispo se desplomó. Pasaban unos minutos de las seis de la tarde del día 24 de marzo de 1980. En la homilía que Óscar Romero acababa de pronunciar había dicho, entre otras cosas: "El que se entrega por amor a Cristo al servicio de los demás vivirá como el granito de trigo que muere. Si no muriera se quedaría solo. Si hay cosecha es porque muere, se deja inmolar esa tierra, deshacerse y sólo deshaciéndose produce la cosecha".
Muchos le recuerdan, 25 años después. Le lloran y le rezan con esperanza. Herder publica el libro Óscar Romero. Mística y lucha por la justicia,de Martin Maier. Y el obispo emérito de Sao Félix do Araguaia, en Brasil, Pere Casaldàliga, pese los achaques de su salud, se apasiona al hablar de su compañero asesinado y le recuerda telefónicamente para La Vanguardia.
"Yo fui el primero -cuenta Pere Casaldàliga- en canonizar a Óscar Romero, anticipándome a todas las declaraciones de Roma. ¡San Romero de América, pastor y mártir nuestro!". Confiesa: "Me sentí muy tocaamenazada do por la muerte de Romero por diversos motivos. Él era un símbolo de obispo que hace la opción real por los pobres. Él se enfrentó con las oligarguías, con la dictadura militar y con el imperio. Vivió una vida pastoral íntegra, consecuente, arriesgada. Fue amenazado constantemente. Decía que los pobres están más amenazados, y que una Iglesia que viviera estas circunstancias sin estar y sin ser mártir sería una Iglesia infiel".
Pere Casaldàliga añade: "Óscar Romero sufrió mucho fuera y también dentro de casa porque hubo sectores de la jerarquía y de Roma que no le comprendieron. En una ocasión regresó de una visita a Roma bastante abatido. Jon Sobrino, el teólogo de la liberación, me escribió para que enviase a Romero una carta de ánimo. Cinco obispos le escribimos para apoyarle por su actitud ante el gobierno norteamericano que favorecía a los militares asesinos de El Salvador".
El obispo Casaldàliga continúa así su relato: "Cuando me llegó la carta de Romero en contestación a la que le había enviado... Romero ya era mártir. La última carta suya que recibí fue escrita por Romero el mismo día de su muerte. La había escrito, había dejado copias para firmarlas después y enviarlas. Y recibimos su carta firmada con su sangre".
"Es muy impresionante y muy cristiano leer esta carta -comenta Pere Casaldàliga- porque dice que quienes quieren seguir a Jesús y optan por los pobres han de pasar los mismos peligros y sufrimientos que pasó Jesús, y acaba diciendo que creemos en la victoria de la resurrección. Romero es un hombre de esperanza y de fidelidad, un profeta en medio de la soledad y que arriesga constantemente. Dio una gran lección a los episcopados salvadoreño, latinoamericano y del mundo. Dio una lección a ciertos sectores del Vaticano, y también a todos nosotros. He dicho muchas veces que Romero es el santo de los católicos, de los protestantes e incluso de los ateos porque muchos coinciden en venerar su figura como una persona comprometida con los pobres, con las causas de los pobres y que denuncia estas causas, enfrentándose a los poderes nacionales y continentales".
A raíz de este asesinato, un 24 de marzo en que la Iglesia conmemora la Anunciación, Casaldàliga escribió un poema, muy divulgado en estos 25 años, en que recuerda las homilías dominicales de Romero, de las que dice que son un monumento histórico y pastoral como aquella última, que le costó la vida, en que pedía a los soldados y a la policía que desobedecieran las órdenes de muerte y no disparasen contra el pueblo.
Así empieza este poema de Pere Casaldàliga dedicado a Óscar Romero: "El ángel del Señor anunció en la víspera / el corazón de El Salvador marcaba 24 de marzo y de agonía". Y así concluye: "Nadie hará callar tu última homilía".
Oriol Domingo, Barcelona
LA VANGUARDIA, 20 de marzo de 2005
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