Muchos generales estadounidenses admiten ahora en privado lo que ya es una evidencia para los estados mayores de las grandes potencias: en Irak, la guerra está perdida. En los dos frentes principales. En el frente militar; y en el frente mediático desde la difusión del escándalo de las torturas. La gran batalla de la opinión pública, tras el descubrimiento de las fotografías del horror, acaba en desastre total. Todo parece a punto de venirse abajo.
Colin Powell, secretario de Defensa, y Paul Bremer, procónsul estadounidense en Irak, ya plantean la hipótesis de una retirada precipitada de las tropas norteamericanas. Como acaba de hacer el contingente español. Tras la ofensiva de la resistencia en abril (145 soldados de la coalición muertos y 1.099 heridos), se han invertido los papeles: los atacantes se encuentran ahora a la defensiva. Las fuerzas estadounidenses ya no controlan el terreno y se revelan impotentes para proteger su centro de mando y a sus principales aliados. Como demuestra el atentado en el que murió Ezedine Salim, el presidente del Consejo Provisional del Gobierno iraquí, ante la sede de la coalición en Bagdad.
Así pues, el cuerpo expedicionario estadounidense tiene a partir de ahora un objetivo prioritario: protegerse a sí mismo de los golpes que le asestan los resistentes, que se han vuelto todavía más agresivos desde el descubrimiento de las fotografías de los prisioneros torturados y humillados. Las cifras son explícitas: 10 ataques contra los soldados de EEUU en julio del 2003, 20 en enero del 2004, y 45 en la actualidad. Una media de 15 norteamericanos abatidos por semana. El 18 de mayo, el número de estadounidenses asesinados ascendía a 785 muertos. Sin contar los ataques contra las tropas regulares británicas (58 muertos), las italianas (20 muertos), etcétera. En total, las fuerzas de la coalición han sufrido 906 bajas y 4.327 heridos. Esto se está convirtiendo en una pesadilla.
Irak no es Vietnam. Pero los invasores han caído en la trampa de un conflicto urbano de muy larga duración. Sin mandato de la ONU, las fuerzas de ocupación cuentan con unos 155.000 hombres procedentes de 34 países (entre los que no hay ningún Estado árabe o musulmán).
Pero los 138.000 soldados estadounidenses --de los que sólo 56.000 son verdaderos combatientes (en comparación con los 39.000 hombres que mantienen el orden sólo en la ciudad de Nueva York)-- se revelan insuficientes para "proteger" el país. EEUU no dispone de fuerzas suficientes para ganar este tipo de guerra, que se parece cada vez más a una guerra colonial. Para poder ganarla, se necesitaría al menos un soldado por cada 50 habitantes, es decir 470.000 hombres armados, mientras que la totalidad de los efectivos del Ejército de tierra estadounidense desplegados en todos los continentes apenas asciende a 495.000 soldados.
Si bien sobre el terreno las fuerzas norteamericanas obtienen victorias tácticas, en el plano estratégico está claro que están perdiendo, porque Washington ya no tiene una política coherente con respecto a Irak. Ninguna de las razones oficiales para hacer esta guerra era cierta. Se sabe que el presidente Bush mintió, tanto sobre la posesión por parte de Bagdad de armas de destrucción masiva, como sobre las relaciones entre el régimen de Sadam Husein y la red Al Qaeda. Tampoco había "peligro inminente", la "guerra preventiva" no era necesaria. Y el resto de ideales que podían haber motivado la invasión (instauración de una democracia respetuosa con los derechos humanos) acaban de hacerse añicos debido al descubrimiento de la práctica generalizada de torturas contra los prisioneros.
Hay pues fracaso militar, fracaso mediático y doble fracaso moral (mentiras y torturas). Ante esta desastrosa situación, la transferencia de la "plena soberanía" en favor de un gobierno colaborador, prevista para el 30 de junio, como ha vuelto a confirmar el presidente Bush el 24 de mayo, no es más que un fraude. Pues las fuerzas norteamericanas conservarán el poder real como en cualquier otro "protectorado" de las antiguas épocas coloniales.
A seis meses de las elecciones estadounidenses, Bush se encuentra en la peor de las situaciones: la guerra está perdida y ya no hay plan alguno para dirigir el atolladero iraquí. No hay solución política. A menos que reconozca su enorme error y transfiera, de inmediato, todo el poder a la ONU.
Qué lejos quedan los días en que los halcones del Pentágono (Cheney, Rumsfeld, Wolfowitz, Perle...) anunciaban que las fuerzas invasoras serían recibidas como liberadoras. Ahora todo se vuelve en su contra.
Ignacio Ramonet
EL PERIÓDICO, 30 de mayo de 2004