Los conflictos se pueden solucionar reforzando las tutorías y especializando al docente en psicología y pedagogía.
¿Quién no ha escuchado alguna vez quejarse a un escolar de que el profesor de cierta asignatura le tiene manía? En general, se tiende a pensar que este comentario es una excusa para explicar unas malas notas o alguna medida disciplinaria. Sin embargo, conviene prestarle más atención, ya que en ocasiones esconde algún grave problema de motivación o convivencia y, en caso de que sea necesario, se deben tomar las medidas oportunas.
Las protestas de los estudiantes de primaria – entre los seis y los doce años – y secundaria – de doce a dieciocho – pueden tener múltiples causas. Algunas se deben a su insatisfacción con la asignatura, con la personalidad del profesor o con la forma en la que está planteado el sistema educativo. Otras, en cambio, aparecen como una forma de expresar una necesidad de mayor atención por parte de sus padres y educadores, aunque también pueden estar relacionadas con el proceso de configuración de la personalidad durante la adolescencia, mediante la rebelión a las pautas establecidas y la autoridad.
La profesionalidad exige que los educadores traten a todos sus alumnos por igual, aunque Blanca García Olmos, presidenta nacional de la Asociación de Profesores de Secundaria (APS) reconoce que es inevitable que haya alumnos con los que se establezca una mejor relación que con otros, puesto que, al fin y al cabo, los profesores son personas y pueden sentir mayor afinidad hacia ciertos alumnos. Camilo Miró, jefe de la Inspección Educativa de la Comunidad Valenciana, precisa más este punto al insistir en la idea de que los niños y los jóvenes suelen pensar que algún profesor está en su contra y que los adultos deben analizar lo que dice el estudiante para encontrar las verdaderas causas. Miró sugiere que puede ocurrir que el alumno no se encuentre a gusto porque considera que merece mejor trato o calificaciones más altas.
Otro de los problemas con los que se enfrenta un alumno es el temor a un profesor muy autoritario. Concepción Medrano, profesora del departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad del País Vasco, argumenta que en estos casos, resulta más fácil que los jóvenes piensen que se les tiene manía. También opina que si no existe una gran diferencia de edad entre el profesor y sus alumnos puede darse una mejor relación porque el docente puede comprender mejor a los estudiantes, les resultan menos autoritarios. Añade, además, que en ocasiones los niños y los jóvenes pueden transferir problemas familiares a su percepción del maestro.
Todos los especialistas consultados coinciden en subrayar una realidad, la evolución que han sufrido las relaciones alumno-maestro en el aula en los últimos años. El catedrático de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad Autónoma de Madrid, Josetxu Linaza, considera que en la actualidad los profesores ya no son la única forma que tienen los estudiantes de recibir la información; pueden acceder a ella a través de la televisión, Internet y la prensa, entre otros medios. Igualmente, cree que también les afectan los cambios en la familia, dado que los padres tienen menos tiempo que antes para estar con sus hijos y las mujeres se han incorporado en gran medida al mercado de trabajo. El experto asegura que durante muchos años los profesores no han recibido la formación psicológica necesaria para entender a los alumnos y, en este momento, se encuentran desbordados porque los estudiantes de secundaria son más jóvenes que hace años y no pueden darles tanta autonomía como solían.
Consecuencias
Una mala relación entre el profesor y sus alumnos afecta a todas las partes implicadas. Josetxu Linaza señala que puede ser causa de depresión y ansiedad en los estudiantes, lo que tendría como consecuencia un descenso en su rendimiento académico. “Sólo se puede aprender de alguien en quien se confía que puede enseñarnos algo”. Para evitar este problema, acentúa la importancia de que los jóvenes realicen otro tipo de tareas –como actividades extraescolares o educación física – que permitan reforzar su personalidad y autoestima.
La profesora Medrano incide en que una mala relación entre un profesor y un estudiante también afecta a los compañeros del aula. Si el alumno tiene una gran capacidad de liderazgo, los demás escolares también cogerán manía al profesor. Si, en cambio, es poco popular, los otros se volverán en su contra. En este sentido, Linaza destaca que los docentes sufren de una pérdida de confianza en la capacidad profesional y se incrementa el número de bajas laborales. Según este experto, los profesores consideran que los padres no cumplen con su función educativa.
En esta misma línea, la presidenta de la Asociación de Profesores de Secundaria argumenta que los docentes se sienten atados de manos desde la entrada en vigor de la Ley Orgánica que regula el Derecho a la Educación (LODE) y la LOGSE. “Ambas leyes quitan el derecho del profesor a castigar o expulsar a los alumnos que cometan faltas de disciplina en el aula”, dice. En la actualidad el estudiante puede negarse a cumplir con el castigo impuesto por el docente, puesto que la normativa actual sólo permite que sea la directiva del centro quien imponga las sanciones. Por su parte, Camilo Miró, jefe de Inspección Educativa de la Comunidad Valenciana, explica que este cambio de orientación se debe a que las tendencias educativas actuales se basan en el diálogo más que en la imposición, y su objetivo es conseguir que el alumno comprenda y se responsabilice de sus actos.
“Estas medidas no funcionan porque las leyes se elaboran en función de lo que dicen los psicopedagógos, pero sus recomendaciones no sirven en la práctica”, argumenta García. Defiende que el único recurso que encuentran los profesores es hablar con la dirección, y añade: “Con mi edad me da vergüenza hacerlo, porque me siento como una chivata. Al final no haces nada, y el problema se estanca”.
Cómo deben reaccionar los padres
Maite Pina, presidenta de la Confederación Española de Asociaciones de Padres y Madres de Alumnos (CEAPA), defiende que cuando el estudiante llegue a casa quejándose de que un profesor le tiene manía los familiares deben escucharle para tratar de averiguar las causas de su protesta. Acto seguido deberían hablar con el docente para plantearle el problema porque seguramente tendrá una solución fácil. Todos los centros cuentan con orientadores y psicólogos que pueden ayudar a resolver los impedimentos.
En caso de que esta medida no funcione, el siguiente paso sería concertar una reunión con la directiva del centro para plantearle las quejas del niño. A este encuentro acudirá también un inspector de educación enviado por la Consejería de la Comunidad Autónoma.
Si los padres todavía no están de acuerdo con el resultado, pueden presentar una denuncia, primero en la Inspección Territorial de Educación y, en última instancia, ante la Alta Inspección del Ministerio de Educación. Miró subraya el derecho de los padres a recurrir ante cualquier otra administración.
Formas de evitarlo
Existen varias formas de motivar a los estudiantes y evitar que establezcan una mala relación con el profesor. Concepción Medrano defiende que se deben reforzar las tutorías como medio para solucionar tensiones y preparar al profesorado en cuestiones de psicología y pedagogía.
En la actualidad los estudiantes de Magisterio cuentan con varias asignaturas de psicología y pedagogía. Sin embargo, los profesores sólo necesitan ser licenciados en alguna materia relacionada con la educación – historia o filología, por ejemplo – para poder impartir clases en un instituto, y la formación pedagógica es considerada tan sólo un complemento. Camilo Miró considera que para elaborar una medida realmente eficaz debe existir una incorporación a los estudios reglados, de manera que los universitarios que tengan previsto dedicarse a la docencia puedan adquirir unos conocimientos más profundos.
Miró añade que los centros están obligados a entregar a principios de curso un Plan General Anual a la Inspección Territorial, donde se recogen las medidas que va a adoptar el centro en materia de convivencia y tutorías. Posteriormente, los inspectores se encargan de vigilar que se cumplan cada vez que visitan el centro. Linaza, sin embargo, propone un cambio en el enfoque del proceso educativo. El catedrático asegura que no se debe dar por sentado que los alumnos se sienten motivados por aprender. “Es necesario implicarles a la hora de fijar los objetivos de su formación”, explica. De este modo, el docente aporta su experiencia para que los estudiantes consigan alcanzar sus metas. Así, prosigue, los alumnos se sentirán motivados por aprender y su relación con el profesor será la adecuada, “aunque el estudiante sea pequeño e inmaduro tiene su propia autoestima, y debe ser tomado en cuenta”.
Luis Osma
CONSUMER, mayo de 2004