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Vallecas, Madrid... ¡solidaridad! (Sabino Cuadra, abogado)

La tragedia se me hizo cercana. Hace ya 36 años de mi estancia en Madrid, pero aún me quedan muchos recuerdos de aquella época. Vivía entonces ­pernoctaba mayormente­ en Alcalá de Henares, de donde me trasladaba a diario a la capital a realizar mis estudios de Ingeniería Industrial. La mayor parte de las veces el viaje lo hacía en tren. En el mismo tren y a la misma hora, muchas veces, en el que sucedió el pasado jueves la tragedia, la masacre. Retengo también la imagen de aquellos viajes: gentes trabajadoras y estudiantes de todo el corredor del Henares (Alcalá, San Fernando, Azuqueca, Torrejón, Vallecas), que acudíamos a Madrid, o volvíamos de la ciudad, por razones de trabajo o estudios: caras de sueño, de pocos amigos, miradas perdidas, desafíos a la gravedad de personas dormidas de pie, lecturas apresuradas, últimos repasos a la tarea académica, risas jóvenes que nadie comprendía a aquellas horas, olor a humanidad. Y, al llegar a Atocha, la estampida de la gente que se despierta, se levanta, se acerca a las puertas, baja corriendo del vagón para dirigirse hacia la parada del autobús, del MetroŠ Y pienso en toda esa gente que vuela por los aires, que desaparece, que gime, que se arrastra, que intenta ayudarse entre sí. Yo me encuentro allí, viéndolo todo. Hace ya varios años, en una comida en la que nos juntamos varias decenas de personas, me tocó de compañero de mesa a un psiquiatra y a un conocido cantante del entonces puntero «rock radical vasco». En un momento, allá por los postres, el primero espetó al segundo de sopetón y sin venir mucho a cuento: «Vamos a ver: ¿a qué distancia serías capaz tú de matar a una persona?». Quienes oímos aquello cesamos en nuestras conversaciones sorprendidos por una pregunta que no terminábamos de entender. «Sí, sí; digo que a qué distancia serías capaz tú de matar a alguien», insistió el psiquiatra. Y añadió: «Porque, claro, disparar a una persona a un metro de distancia y abrirle la cabeza, eso hay muy poca gente capaz de hacerlo; ver de cerca su cara destrozada, sangrando». «Y tampoco hay muchas personas dispuestas a hacerlo a dos metros, o a cinco metros; pero claro: ¿si estuviera a diez metros, tú serías capaz de hacerlo?», insistió. «Y con un rifle de mira telescópica, ¿serías capaz de matar a alguien a cincuenta, a cien metros?». El psiquiatra planteaba que, en general, siempre hay una distancia a partir de la cual una persona es capaz de matar a otra. Todo dependía, según él, de distanciarse lo suficiente como para no ver de forma directa el daño que uno hace, el gesto de dolor del que muere, sus últimos estertores, la sangre que corre por su cuerpo y luego ahuyentarse del lugar en que ha caído la víctima, para no ver las reacciones de las gentes cercanas, de sus familiares. Distanciándose de lo anterior ­venía a decir­, matar a una persona no suponía mayor cargo de conciencia para la mayor parte de la gente. La verdad es que cam- biamos como pudimos de conversación, porque aquello no era el mejor aderezo para unos postres. Sin embargo la idea se me quedó ahí, en la cabeza, y han sido muchas las veces en las que me he acordado de ella. La masacre de Madrid no tiene nombre. Se dice que la persona humana es el único ser capaz de cometer las mayores heroicidades, pero también las más brutales atrocidades. Lo del jueves 11, sin duda, se enmarca dentro de estas segundas. Pero vivimos un tiempo de ignominias y solamente nos afectan el dolor y los muertos cuando nos tocan de cerca. Por muy grandes y espantosos que sean los golpes que últimamente esté padeciendo Occidente a manos de distintos grupos fundamentalistas (11-S, 11-M...), éstos no llegan a ser ni la centésima parte de los propinados por sus Gobiernos contra los países empobrecidos del Sur. ¿Con qué comparar el millón de muertos iraquíes, en su mayoría niños y niñas, según ha reconocido la ONU, ocasionados por el embargo internacional al que durante diez años ha sido sometido este país? ¿Con qué comparar los miles y miles de muertos ocasionados por las bombas occidentales en las dos guerras llevadas a cabo contra este país? Y, siendo esto así, ¿por qué se sorprende alguien de que la reivindicación por Al Qaeda de la masacre de Madrid esté ligada a la participación del Gobierno español en la guerra de Irak? Los cientos de miles de muertos iraquíes están muy lejos. Desde aquí no vemos sus rostros, sus cuerpos reventados, las caras de sus niños muertos de hambre y enfermedades curables, sus hospitales sin suero, ni medicinas, ni instrumental... Nuestra sociedad no percibe el crimen cuando los disparos (reales unos, políticos otros, económicos siempre) se realizan desde aquí, a miles de kilómetros de distancia. Las imágenes de las carnicerías de New York y Madrid serán difundidas por todas las cadenas de televisión una y mil veces, vendiéndose la imagen de un Occidente injusta y salvajemente agredido. Sin embargo, las mayores masacres del mundo se realizan en los países del Sur. La pobreza, la miseria y las guerras que matan y asesinan en el Sur empobrecido se fabrican en el Norte, impulsadas por las políticas llevadas a cabo por nuestros democráticos Gobiernos. Por el contrario, desde allá, desde Irak, desde Palestina, desde buena parte del mundo árabe y musulmán, lo que se ve, sobre todo, son sus muertos, no los nuestros. A ellos y ellas les consume, sobre todo, su dolor, no el nuestro. La rabia, la desesperación, la inteligencia, la frialdad, la paciencia, la insensibilidad con la que desarrollan sus acciones grupos como Al Qaeda, está alimentada en la ración diaria, semanal, anual, histórica de humillación, de colonización y explotación de aquellos pueblos. Sólo los imbéciles pueden pensar que la participación del Gobierno español en la guerra de Irak de la mano de Bush es algo comparable a la toma de Perejil por cuarenta legionarios. No, Irak y Oriente Medio no son un islote pelado habitado solamente por cabras. En una noche de insomnio he vuelto a viajar en mi tren Alcalá-Madrid y he recordado de nuevo los bostezos y las risas, las caras somnolientas, los rostros cansados, las prisas por entrar y salir de los vagones, los cuerpos apretujados y sudorosos. Y he visto volar todo eso por los aires. Luego he oído explosiones similares procedentes de muchos lugares del mundo, y visto los efectos de las mismas: muertos en cualquier país de Africa, víctimas por las bombas de hambre en la India, asesinados por los golpes de estado en Latinoamérica... He sentido como propio el dolor universal de los pobres empobrecidos, de los muertos matados, de los enfermos de hambre y he maldecido a gobiernos y banqueros, a ejércitos y policías, a fabricantes de armas, a redentores fanáticos de todo pelo, condición y religión, y a todos y cada uno de los hipócritas políticos, maestros en el arte de la lectura interesada de realidades inexistentes y de convertir el dolor ajeno en votos propios. Para éstos últimos va dirigida hoy la mayor de mis náuseas. Sabino Cuadra Lasarte, abogado GARA, 15 de marzo de 2004
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