Jean Beltrand Aristide huyó de Haití atendiendo a las exigencias de EEUU, el imperio que decide cuándo gobierna. El presidente en fuga, ex sacerdote salesiano vinculado a la teología de la liberación, lideró la lucha contra la dictadura de los Douvalier en los años 80. Ganó las primeras elecciones democráticas del país en 1990, frente al candidato de EEUU que era Marc Bazin. Su gobierno, sin embargo, apenas duró nueve meses. Fue derrocado por un golpe de estado. Cuatro años después, 20.000 marines acababan con la dictadura y devolvían a Aristide al poder. Desde entonces, bien bajo su gobierno personal o a través de su compañero de fórmula René Preval, Aristide se ha dedicado a acumular riqueza para sí y para sus allegados, dejando a un lado la lucha contra la miseria y el atraso. La población que lo apoyó con la esperanza de mejorar sus condiciones de vida, ha comprobado que Aristide no tocaba a los grandes intereses oligárquicos y extranjeros responsables de la miseria generalizada de los haitianos. Las esperanzas de soberanía, institucionalización democrática, crecimiento económico y desarrollo social se han acabado, ahogadas entre la corrupción gubernamental y el regreso de los señores de la guerra.
Este desencanto de la población ha sido aprovechado por una alianza golpista en el que convergen élites empresariales dominantes apoyadas por EEUU, ex militares de las diversas dictaduras acusados de todo tipo de violaciones de derechos humanos, y grupos de narcotraficantes y delincuentes. Mientras en las insurrecciones populares que se han dado en otros países americanos en los últimos meses la comunidad internacional ha respaldado a los gobiernos, en esta ocasión tanto EEUU, como el Estado francés y la Comunidad Caribeña han aguantado hasta al último momento para buscar una salida que no supusiera la renuncia formal de Aristide.
Pero esta suerte de protectorado franco-estadounidense que ha colocado al presidente de la Corte Suprema, Boniface Alexandre, al frente del Gobierno difícilmente contribuirá a edificar instituciones democráticas ni a combatir la pobreza, la marginación, la postración económica, la insalubridad y el analfabetismo que azotan la nación caribeña. Podrá darse una pacificación del país, pero cuando las tropas extranjeras lo abandonen, la empobrecida Haití seguirá siendo una asignatura pendiente para las propuestas occidentales de democracia y derechos humanos, el sistema financiero internacional y el proyecto civilizatorio de la globalidad.
Editorial
GARA, 2 de marzo de 2004
