La noticia dio la vuelta al mundo. Y con ella, las fotos de los desesperados, de los nuevos condenados de la tierra. La información que teclearon insistentemente todos las teletipos internacionales aclaraba el motivo: «El prestigioso concurso de World Press Photo del 2003 ha otorgado sus premios a tres reporteros gráficos, que retrataron a un niño y su padre en un campo de prisioneros en Iraq, pero también a la escena de una incursión en un campo de refugiados palestinos en Gaza y a la cautivadora (SIC) imagen de una mujer que lamenta la muerte de su esposo en Gaza».
Fotógrafos nada menos que de
The Associated Press y
Reuters fueron los favorecidos y obviamente festejarán con sonrisas, champagne y esa satisfacción tan profesional por el deber cumplido. Algo así como tocar el cielo con las manos por el sólo hecho de haber estado en el momento justo en el infierno indicado. Un cielo que además les otorgará buenos dividendos más de los que tenían hasta el presente, mucha fama y seguramente varias entrevistas punzantes sobre el dolor recogido en sus retratos.
Son singulares es un decir estos gringos con el tema del sufrimiento ajeno. Primero provocan las guerras, matanzas, masacres, campos de refugiados, desplazados, tristezas de todo tipo, horror. Para hacerlo se inventan un motivo convincente para que la intervención quirúrgica, una palabreja que suelen usar y a la que cada tanto añaden «humanitaria», sea bien recibida por el conjunto bien pensante y mal oliente de una parte de la humanidad que traga y traga, sin chistar.
Luego, entran en el país o región preestablecida, vomitando fuego y muerte, muerte y fuego. Desde el cielo con sus aviones inteligentes, desde el mar con sus super modernísimos portaviones, desde tierra con... (en esta opción, suelen tener ciertas dificultades de producción ya que algunas veces reciben parte de la misma medicina que a ellos tanto les gusta suministrar)
Y por último, surge el escenario ideal para esos intrépidos reporteros que aspiran al gran premio: po- blaciones enteras han sido arrasadas (recordar los arrozales de Vietnam incinerados por el napalm, o Belgrado soportando día y noche miles de toneladas de bombas, o Kabul con sus gentes mujeres, niños y ancianos acusados de terroristas hechos jirones por la descarga de neutrones, o Irak (una, dos, tres, diez, cientos de veces destruida pero no vencida). Rostros demudados por el terror, niños quemados o con los miembros cortados (en Gaza, Jenin, Ramallah, o en Bagdad, Faluya o Bassora, qué más da) o miles de refugiados y prisioneros golpeados a mansalva y convertidos en objeto de exhibición para que un repentino flash los perpetúe como la imagen dantesca que necesita el buen blanquito, occidental y cristiano de cualquier parte del mundo rico y prepotente, para exclamar: ¡qué horror!, seguido de un susurro admirativo: «es una foto impresionante, de premio seguro».
Todo esto sin contar, por supuesto a las benditas ONG, que irán, antes o después de la exitosa instantánea, velozmente a socorrer a los pobres diablos que sobrevivieron del genocidio que Occidente realiza día a día sobre todos aquellos pueblos que osan rebelarse o independizarse.
Buitres carroñeros, estos héroes de la imagen no todos, claro, hay excepciones que seguramente no ganarán el gran prix de
World Press Photo pero sí la mayoría. Insensibles hasta el extremo de no mandar al carajo la cámara, el flash, la computadora portátil y al mundo, si es preciso, al ver imágenes que sólo provocan si realmente uno es una buena persona ganas de unirse a la rebelión, o más aún, el irrefrenable y justo deseo de volar el universo si es preciso para que no sufran siempre los de un mismo lado.
Sigan sacando fotos, muchachos. Continúen sembrando premios con el horror ajeno. No se priven de nada, ni siquiera de recordar entre whisky y whisky, sentados en un mullido sillón de cierta redacción bien equipada, esas batallitas libradas durante aquellos «difíciles» días de guerras que hoy les quedan tan lejos.
Mientras ustedes piensan en el triunfo con tal o cual imagen otros, a los que en general pocos de vuestro mundo tienen en cuenta, seguirán creando las condiciones para que algún día, la foto, la gran imagen en realidad se parecerá a una llamarada sea radicalmente diferente. En Palestina, en Irak, en Afganistán o en cualquier oscuro lugar de Latinoamérica donde no son bien recibidas las aves carroñeras, la lucha sigue y seguirá fotografiando esperanzas de que el imperio que alimenta a estas agencias periodísticas de mercaderes y a su dichoso
World Press Photo se derrumbe definitivamente.
Carlos Aznárez, Director de "Resumen Latinoamericano"
GARA, 17 de febrero de 2004