Jorge Marirrodriga, enviado especial de El País a Irak, revela una aspecto casi desconocido de la vida cotidiana en el antiguo país de Sadam: unas 25 persoans son asesinadas cada día en actos que no tienen nada que ver con el terrorismo.
Una media de 25 personas al día fallecen en las calles de Bagdad por disparos y armas blancas, según confirma Farad al Amiyi, director del Instituto de Medicina Legal de la capital iraquí. El pasado diciembre, ingresaron 800 muertos en el depósito de cadáveres de Bagdad, institución a la que son referidas todas aquellas muertes violentas o sospechosas de serlo. Robos, discusiones que desembocan en tiroteos, ajustes de cuentas o, simplemente, balas perdidas figuran entre las causas de estas muertes, que no incluyen a las víctimas de los atentados.
Fajir Askar es un kurdo que sólo quiere llevarse el cuerpo de su hermana, asesinada a tiros cuando alguien trató de entrar en su casa de Bagdad hace dos días. "Todo lo que pido es que no la abran, los médicos ya han certificado todo", implora ante un hombre sentado tras una mesa en un despacho de unos 30 metros cuadrados a cuya puerta aguarda una fila de peticionarios. "La ley dice que le deben practicar la autopsia", contesta, seco, Farad al Amiyi. "Mientras tanto, deberá seguir ahí abajo", añade, señalando con el dedo. Ahí abajo es el depósito de cadáveres de la capital iraquí, adonde la policía traslada a todos los fallecidos por muerte violenta o sospechosa de la ciudad. La diferencia entre el amplio y soleado despacho de Al Amiyi, pintado de blanco con una gran mesa de trabajo y un ordenador de última generación, y ahí abajo no puede ser mayor.
En un lateral del complejo de edificios del Ministerio de Sanidad iraquí existe un callejón sin salida en cuyo final se levanta un edificio de dos plantas en ladrillo amarillo. El callejón está parcialmente inundado de un agua cuyo olor sugiere la presencia del depósito de cadáveres de Bagdad, un agua que salpica a las personas que se dirigen a pie hasta el lugar al pasar un coche con un pequeño ataúd de madera atado precariamente al techo de vehículo. En la planta baja varias salas albergan como pueden los cuerpos de los asesinados, las camillas donde se efectúan las autopsias y otras cámaras donde se almacenan en bolsas diversos restos. Al contrario que en el resto de Bagdad, allí los vivos guardan silencio.
"Tenemos muchos muertos, no hay sitio", comenta, como de pasada, Al Amiyi mientras maneja, igual que un niño hace con sus cromos, fotos de las víctimas del atentado suicida del pasado domingo frente a la sede de la Administración estadounidense en Bagdad. En una de ellas aparece un trozo de carne ennegrecida sobre una sábana. "Qué desagradable, ¿no?", añade, con una media sonrisa. Las demás causas de muerte se mantienen estables en los parámetros anteriores a la guerra. Por ejemplo, a pesar del caos de tráfico que diariamente ahoga y paraliza a Bagdad, no se ha registrado un aumento de accidentes automovilísticos o atropellos de peatones. "Aunque todos los días llegan varias muertos a tiros en discusiones entre conductores".
En el depósito de Bagdad, los cadáveres se colocan en unos refrigeradores donde, en teoría, caben seis cuerpos, pero en la práctica albergan unos diez, e incluso han llegado a la veintena. Se les atan cuerdas alrededor del pecho "para evitar que se les separen los brazos y, así, se les puede almacenar mejor", explica un trabajador que no quiere dar su nombre. "No se imagina la fuerza que hay que hacer a veces para lograr cerrar la tapa", añade. En el suelo hay manchas de todo tipo que contrastan con la luz violeta que emiten varios aparatos fluorescentes para atrapar y matar insectos. El olor es atroz, aunque, sin duda, menor que en pleno agosto, donde se sobrepasan a diario de los 40 grados de temperatura.
Matanzas
"Desde luego, estamos mejor que hace cinco meses", prosigue Al Amiyi. Efectivamente, el pasado agosto llegaron al edificio 520 muertos por armas de fuego y el total de muertes susceptibles de asesinato -cuchilladas, estrangulamientos o envenenamientos- ascendió, sólo en ese mes, a más de 870. "Tengo fotos de cómo estaba el depósito entonces, sólo he visto algo parecido en las imágenes de unas matanzas que hubo en África hace años", afirma, en probable referencia a las matanzas en Ruanda entre hutus y tutsis.
El depósito de cadáveres tampoco se libró de la ola de saqueos en la que se sumergió Bagdad tras la guerra. No sólo desaparecieron el material de oficina y los aparatos de aire acondicionado, sino incluso material quirúrgico para las autopsias. "¿Quién puede querer un bisturí con el que se hace una autopsia?", se pregunta Ziad Hasan, uno de los forenses, quien asegura que, a la espera del material adecuado, ha tenido que realizar algunas maniobras propias de la autopsia directamente con sus manos. "Sólo espero que el ladrón lo utilice para comer", añade con un extraño sentido del humor, propio, al parecer, de los que trabajan en el lugar. Y es que a la frase tópica de despedida "le dejamos solo", el director Al Amiyi responde con una sonrisa señalando abajo: "¿Están ustedes seguros?".
Jorge Marirrodriga
EL PAÍS, 22 de enero de 2004