Este año que comienza promete ser entretenido, interesante, importante, decisivo. Debe ser fructífero y hasta resultón. Esperamos que así sea, lo necesitamos. Esperamos que no sea un bla-bla inacabable, ininteligible para el pueblo, y a la postre falto de interés para la gente; o un eterno y cansino toma y daca entre Madrid y Gasteiz. El centro va a ser la discusión y la resolución del plan Ibarretxe. Al final, de aprobarse, tendría que ser el plan de todos, o al menos de los más, de todos los abertzales, vasquistas y demócratas. Los llamados constitucionalistas parece que se disponen a dar la gran batalla antidemocrática contra Euskal Herria desde su irredento españolismo imperialista. Veremos en qué queda todo, aunque ellos son muy burros y capaces de cualquier cosa. La última vez causaron un millón de muertos y vivieron disfrutando de su rico botín cuarenta lustrosos años. Ahora parece que soñarían con algo parecido. ¡Horror!
Los abertzales todos, incluso los que lo han presentado, deben disponerse a buscar con ahínco su perfeccionamiento doctrinal y práctico, para que salga lo mejor que se pueda, y todo abertzale, vasquista o simple demócrata lo pueda aceptar con gusto y considerarlo suyo. Deben aceptarse en él todas las sugerencias o propuestas que parezcan razonables y vayan en la misma dirección, la del más amplio gobierno en el País Vasco entero, siquiera sea a algo más amplio plazo. Debería quedar abierto, para que se vea hacia dónde va.
El objetivo fundamental es que el pueblo vasco como tal, en su especificidad, sea de una vez sujeto de su propio libre destino, el que él se quiera forjar, si no mañana mismo, sí en una razonable lontananza que ya ahora mismo se vislumbra y comienza a ser realidad. No es mucho pedir. Como no es mucho pedir que los obispos no se opongan a él, como lo han hecho siempre, y ahora mismo, por su innato y radical imperialismo hispánico en que están anclados, y por el hipotético peligro que eso supondría. ¿Por qué y para quién, señores obispos? Se trata de un ejercicio democrático elemental y necesario. Ténganlo presente y contengan precisamente a los no demócratas e imperialistas. No se pretende un encaje con España, sino una plena soberanía, eso sí, con plenas y flexibles relaciones de amistad y colaboración con los hispánicos y franceses. El encaje ni sería real, ni solucionaría los problemas de fondo. Se pretende que el pueblo vasco sea pleno sujeto de su propio destino, dueño en plenitud de su propia libertad.
Cada uno tendrá que afinar al máximo, y con la mayor generosidad, su propia estrategia. No se trata de que un partido solo, o con algunos otros, diseñe un plan razonable y estable, sino de que un pueblo entero encuentre y alcance su propia identidad política, y sea sujeto de su propia acción. De lo contrario sería mera política de salón lo que se hiciera, que a la larga nada solucionaría. Volverían las ten- siones, guerras, sufrimientos colectivos. Dios no lo quiera. Un vasco podrá ser, o ser considerado, ciudadano español (algunos hoy ni eso) pero siempre será vasco, y no español.
En este contexto hay que pensar en que ya ahora un sólido número de ciudadanos vascos están ilegalizados, que no se reconoce su ciudadanía hispánica. Ni puede ejercer sus derechos cívicos. Mal augurio para conseguir nada nuevo. Mientras esto tan grueso no se resuelve, ¿no trabajaremos todos en el vacío? ¿Podrá conseguirse algo real? Y no se les ve a los políticos suficientemente preocupados por este hecho tan monstruoso en política. Obran como si tal cosa, como si nada pasara, como si la situación fuese normal. ¡Inaudito!
No me parece correcto usar la palabra y el concepto de «Estatuto» como para renovarlo. Está muy gastado, desprestigiado, y aunque ha conseguido cosas, no ha resuelto el problema de fondo como se nos prometió. Peligroso volver a usar la palabra. ¿No será mejor usar, por ejemplo, como ya se dice, la palabra «status» político? Serán iguales, pero en este caso van a significar cosas bien distintas. Mejor sería, pues, usar «status». Todo el mundo entenderá mejor las cosas y se sentirá más motivado. Nunca segundas partes fueron buenas, y menos en este caso.
Hay hechos fundamentales, que de una u otra forma se citan o se presuponen en el proyecto, que son sin duda ejes de él, v. g. el pueblo vasco como tal, Euskal Herria como sujeto único de su propio destino y consiguientemente de su acción política; la unidad de él, la territorialidad, el derecho de auto- determinación... Bien estaría darles la importancia y la vertebralidad que tienen, formularlas con nitidez, aferrarse a ellas con decisión, tenerlas como norte y ejes sustanciales de toda la realidad y sensibilidad política de aquí, ser los orientadores de toda la política a hacer aquí con este pueblo. De lo contrario nada válido y resolutivo se hará. En resumidas cuentas, que aquí se trata de la existencia de un pueblo con su propia identidad y con específica idiosincrasia, con los derechos fundamentales que le son in- herentes y que son irrenunciables, con la plena conciencia de su identidad y de la pertenencia a él, con su ámbito territorial propio y que fue destruido por las armas, con el espíritu decidido de construir políticamente un pueblo con su propia y diferenciada realidad, a su propio favor y contra nadie. Eso sería racionalidad política plena, ejercicio pleno de sus derechos, democracia a carta cabal. Todo lo que se dice desde Madrid sobre ello son monser- gas y bravuconadas. Si sempiternamente colea aquí el problema vasco, es hora de resolverlo de una vez con clarividencia, amplitud de miras, generosidad y magnanimidad, justicia y derecho. Eso sólo será realismo y sensatez. Impedirlo sería imperialismo inadmisible, miserable y rastrero.
Quiera Dios y la racionalidad de los políticos, la buena voluntad es más difícil suponerles, que sean éstos los parámetros en que discurra este año el llamado plan Ibarretxe. El valor de él no está siquiera en lo que se formula, sino en lo que se presupone y en lo que en él se sobreentiende, en las dinámicas que puede desatar, que nos sitúan sin duda en un ámbito en el que nunca antes nos habíamos encontrado. Este es su valor, y acaso no precisamente la formulación concreta que se le ha dado. Por eso lo apoyamos en su mejoramiento con toda el alma. Puede ser decisivo para todo el que se sienta vasco, para todo el pueblo vasco. Por eso debemos poner todo nuestro empeño en él, en el que va a elaborarse en la sosegada y responsable discusión que comienza. Flaco servicio haría al pueblo vasco, y muy bueno a Madrid, el que se situara en las antípodas de él. El constitucionalismo aberrante lo va a combatir hasta el extremo. Lo malo sería que lo apoyara. Su rabioso nacionalismo hispánico les ciega y los corrompe hasta los tuétanos. Están rabiosos, no son capaces de superar sus resentimientos imperialistas después de haber perdido todos los imperios. Y por lo visto no se resignan a ello. Lo quieren hacer hacia atrás. Mirado hacia atrás su imperialismo es una momia yerta y mortífera que a nada conduce sino a la muerte y a la dominación que tanto anhelan, al sufrimiento que tanto les gusta infligir. Queremos la plena libertad, solidarios con todos, y desde ahí la paz que ellos con tanto celo nos roban. Tanto mantenéis la violencia de aquí porque tanto os complace y os aprovecha. Vamos a terminar con ella de una vez y para siempre. Fuera toda la violencia, y viva la libertad.
Jesús Lezaun, sacerdote
GARA, 30 de octubre de 2003