En el centro de Roma hay una pintoresca zona de tiendas exclusiva para curas y monjas, con sastrerías que acaban a toda prisa los trajes de los nuevos cardenales.
Detrás del Panteón de Roma, junto al elefantito de Bernini, en la ventana de un primer piso se puede espiar estos días a varias mujeres que cosen sin parar y a veces extienden ante sí telas de un rojo excepcionalmente intenso. Son las costureras de Gammarelli, Sartoria per Ecclesiastici , como aclara el cartel que está sobre la puerta desde 1798. Es la histórica sastrería que se ocupa de confeccionar los trajes para los cardenales y mañana, como muy tarde, deben tener listos unos cuantos: el martes se celebra en el Vaticano el Consistorio en el que 31 nuevos purpurados tienen que estrenarlos.
«Estamos muy ocupados, por favor, no podemos atender a nadie», dice Massimiliano Gammarelli, último descendiente de la familia, que tiene fama de echar con cajas destempladas a los periodistas. Cada tres años, intervalo habitual de los nombramientos de cardenales, tiene muy poco tiempo para preparar los trajes desde que el Papa anuncia los elegidos. Esta vez sólo 22 días, así que el ritmo de trabajo es frenético. Apenas al día siguiente de saberse designados, sus eminencias comienzan a desfilar nerviosamente por la tienda para tomarse las medidas del hábito, el capelo y el birrete. Tienen hasta calcetines rojos con el prestigioso sello de la casa.
Pero el estirado Gammarelli no es el único en este negocio de clientela asegurada. La Via Cestari que comienza frente a la puerta es una insólita sucesión de tiendas de moda, decoración y todo tipo de complementos eclesiásticos. Los turistas que por casualidad acaban en esta calle empiezan a mirar asombrados esos escaparates con maniquíes ataviados con casullas y mitras o inconfundibles jerseicillos de monja, las estanterías con candelabros, cálices, crucifijos y esculturas religiosas de todos los tamaños.
La venta de cualquier cosa no parece sorprender a un norteamericano, que son los más osados a la hora de entrar a curiosear, según confirman en varias tiendas. Salvo esta excepción, los únicos clientes son religiosos de todas las órdenes y congregaciones. En De Ritis , por ejemplo, también abierta desde hace un siglo, reina un silencio similar al de una capilla. Una monja cierra con el propietario la lista de pedidos para un convento. En una mesa hay una fila de bolsas de encargos, ya preparados para llevar, y una nota dice que son para los Legionarios de Cristo. «Aquí curas y monjas se compran todo lo que necesitan», dice una amable dependienta pasando la mano por una hilera de perchas con hábitos. El local es enorme y tiene dos plantas, pero subir al piso de arriba alarma sobremanera a la empleada. «No, no, no se puede... Ahí tenemos la ropa íntima», explica azorada.
Precios razonables
Los precios parecen razonables. Una casulla de poliéster cuesta 75 euros, pero si es de pura lana sube a 175 y si es el llamado modelo oro llega a 185. El escapulario, que va aparte, sale por 135 euros y la estola 100, así que por 300 euros un sacerdote de Roma y alrededores puede tener el armario completo. Esta es la gama baja, naturalmente, porque hay casullas más lustrosas hasta por 1.000 euros. También entre el clero hay clases. Además de vestimentas, la oferta de la zona abarca los objetos más inimaginables. «Vasto surtido de sagrarios, píxides y vinajeras en el interior», informa el rótulo de Braggio . La lista de tiendas es larga: Gaudenzi, Salustri, Giamperi, Slabinck Decoración Litúrgica, Ghezzi,... Y esto sólo en torno a Via Cestari, porque cerca del Vaticano, en Borgo Pío, hay más.
La jovial señora de Barbiconi , otra de las sastrerías con más solera, sonríe ante el estupor de los visitantes. «Sí, tenemos unas tiendas un poco particulares, pero desde 1800 este es el negocio de la familia, y en Roma esto siempre funcionará ¿no?», comenta con complicidad. «Nosotros empezamos como sombrerería eclesiástica, pero claro, eso se ha acabado porque ya casi ningún cura lleva». Esta tienda es la competencia de la famosa Gammarelli, muy directa, porque está enfrente y ellos también hacen trajes para los cardenales. «Bueno, nos los repartimos entre ellos y nosotros, pero no todos, hay que tener en cuenta que los americanos vienen con el traje hecho», revela.
El centro de la moda celestial en Europa es Roma, pero en Estados Unidos, por lo visto, es Chicago. «Nosotros abastecemos a algunas tiendas de allí y suponemos que también hacen trajes para los cardenales: cuando nos empiezan a pedir tela roja ya se imaginará usted para que es... .
Los empleados de esta sastrería también están muy agitados y no dan abasto. «El cardenal en realidad no da mucho trabajo, pero lo que nos da que hacer es la fecha, siempre corriendo y luego ellos tan preocupados porque esté a tiempo». Mientras habla, un joven con gafas escruta el escaparate. «Mire, esos son los que más gastan, los estudiantes de Teología y del seminario, que algunos hasta que no se hacen un uniforme completo no paran». Quien sabe si alguno de ellos deberá encargar un día uno de esos relucientes ropajes púrpuras.
Iñigo Domínguez, Roma
EL CORREO, 19 de octubre de 2003
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«Lo que da dinero es vestir a un obispo, no a un cardenal»
¿Cuánto cuesta vestir a un cardenal? Según dicen en la sastrería Barbiconi , mucho menos de lo que parece. «Sí, un cardenal impresiona mucho y parece que es todo lujo, pero eso era antes, con la cruz, el anillo, ahora no... Lo que más dinero da en realidad es un obispo», cuenta la señora del negocio.
La razón es muy sencilla y la explica con todo lujo de detalles. «Cuando a un obispo le nombran cardenal ya tiene todo, porque se lo tuvo que comprar cuando le hicieron obispo. Ahí está el verdadero negocio, porque pasar de cura a obispo es un cambio más costoso que pasar luego de obispo a cardenal. Lo único que cambia después es el color, del violeta al rojo, y nada más», explica como en una lección magistral esta curtida experta en los secretos textiles de la Santa Sede.
La experiencia de la sastrería indica que un cardenal se puede gastar entre 400 y 500 euros, pero el obispo mucho más. «También depende de lo que se quiera gastar, si coge una mitra de 150 o de 1.000», aclara. No obstante, la señora Barbiconi asegura que en realidad el interesado apenas mete la mano en el bolsillo, porque recibe la mayoría de las prendas como regalo de la diócesis, de amigos o familiares en una fecha tan señalada. «Ellos vienen aquí, se prueban todo, se toman las medidas y ya está. No dan mucho la lata».
Iñigo Domínguez, Roma
EL CORREO, 19 de octubre de 2003