EE UU advierte de que ahora se centrará en la negociación de acuerdos bilaterales.
La cumbre de la Organización Mundial del Comercio (OMC) de Cancún concluyó como la de Seattle de 1999, pero sin gases lacrimógenos: fue un fracaso que echó por tierra dos años de negociaciones para avanzar en la liberalización del comercio mundial en un momento en que se prevé que las transacciones apenas crecerán el 4,5% este año y la economía mundial, un 1,5%. El fracaso en México se debió tanto a la gran ambición de los países ricos como a la intransigencia de los pobres. Con todo, en la llamada "Ronda del Desarrollo" correspondía a los primeros ceder más.
La cumbre de Cancún demostró que aún existe poca voluntad real por parte de los países ricos de dar y obtener menos o nada a cambio. Por otra parte, la experiencia de México dejó claro que un grupo de países en vías de desarrollo con intereses muy diversos, pero decididos podía competir con la supremacía que en las anteriores cumbres de Seattle y Doha habían tenido EE UU y la UE. El llamado Grupo de los 22, encabezado por Brasil, India, China y Suráfrica, que se mantuvo unido hasta el final, fue el que logró las principales concesiones en materia de liberalización del sector agrícola.
El grupo llegó a atemorizar tanto a la UE y a EE UU, que ya en el segundo día de la cumbre comenzaron las presiones sobre los países pequeños para que no se unieran a éste.
Aplausos a la resistencia
Muchos de los delegados de los países de este grupo, procedentes de América, Asia y África, fueron aplaudidos al final de la reunión por su resistencia y porque muchos observadores presentes en Cancún, en especial algunas ONG, creen que fue mejor romper la baraja e irse con lo puesto que llevarse las migajas que ofrecían los países ricos. Sin embargo, algunos delegados a punto de abandonar la rivera maya temían ayer que el abrupto desenlace de la cumbre de Cancún (que obliga ahora a volver al punto de partida alcanzado en Doha en 2001) pueda dar razones a la Administración de Bush para centrarse en acuerdos bilaterales con países latinoamericanos y de otros continentes donde lleva las de ganar. Esto debilitaría a la OMC y dejaría a merced de los hábiles negociadores estadounidenses a muchos países pobres.
A pesar de que, tras la cumbre, tanto el secretario de Comercio de EE UU, Robert Zoellick, como el comisario europeo de Comercio, Pascal Lamy, insistieron en que están dispuestos a seguir negociando el desmantelamiento de sus ayudas a la agricultura en el marco de la OMC, su enfado era evidente. "He tomado nota de las posiciones de muchos países de la OMC y cuáles han sido constructivas y cuáles no; sobre esta base, EE UU evaluará la posibilidad de nuevos acuerdos de libre comercio", declaró Chuck Grassley, presidente del comité financiero del Senado.
Aparentemente frustrado, Zoellick subrayó que la estrategia comercial de Estados Unidos "tiene múltiples frentes. Tenemos tratados comerciales con seis países y estamos negociando con otros". Hubo países en Cancún, según acusó, que se empeñaron en impedir el consenso. "La retórica de las naciones resueltas a no negociar superó los esfuerzos concertados de las naciones con disposición a cooperar. Los que se opusieron a negociar van a pagar la pobre realidad de volver a casa con las manos vacías", manifestó el funcionario norteamericano en conferencia de prensa. Tampoco el comisario europeo disimuló su contrariedad. La OMC "sigue siendo una organización medieval", denunció Lamy. Se refería concretamente a la toma de decisiones "que necesita una importante reforma". El organismo se rige por consenso entre sus 148 miembros.
Las diferencias son muchas y los reproches muchos más y, a pesar de ello, un delegado de Letonia comentaba que la OMC, con todos sus fallos, seguía siendo uno de los pocos organismos donde un pequeño país podía aún hacerse oír y obtener algún beneficio. Y es que para cuando las negociaciones se rompieron súbitamente a última hora del domingo, los países menos desarrollados ya habían conseguido algunos avances en agricultura: un compromiso de reducción de los llamados aranceles escalonados, que penalizan la industrialización porque son más caros a medida que se le añade valor a un producto, una posible reducción de las ayudas directas de los países ricos y la revisión de las políticas de ayudas que supuestamente no distorsionan el comercio.
Los cuatro países africanos (Malí, Chad, Benín y Burkina Faso) que habían conseguido que en una declaración final de una cumbre de la OMC se hiciese mención a un producto, el algodón, tampoco pudieron saborear su triunfo. Ahora todo debe negociarse otra vez desde el principio en la sede de la OMC en Ginebra hasta la próxima cumbre prevista para 2005 en Hong Kong.
Fernando Gualdoni / Juan Jesús Aznárez, Cancún
EL PAÍS, 16 de septiembre de 2003