Una vez aventadas las perezas de la molicie veraniega, comienza el año para casi todo el mundo. Sin embargo, el protagonismo mediático lo monopoliza el inicio del curso escolar con los consabidos datos sobre el costo de libros y uniformes y la ya típica foto de criaturas, llorando o sonrientes, a la puerta de escuelas e ikastolas. Además de la preocupación por el gasto extra y por la adaptación de sus retoños a la rutina académica, hay padres que tienen otro desasosiego: la edad de sus hijos.
La edad es para muchos una obsesión. Tan es así que de jóvenes deseamos cumplir años y de mayores intentamos rebajárnoslos. Usamos un calendario de quita y pon. Cuando los psicólogos escolares hacen un informe puntualizan minuciosos la edad del alumno: nueve años, seis meses y trece días. En cualquier libro de sicología evolutiva las etapas de maduración y desarrollo se miden por meses y semanas. La mayoría de edad penal o legal es estricta, hasta el punto de no aplicarse determinadas leyes a un menor a quien, en el momento de cometer su supuesto delito, le faltaban días para alcanzar la edad penal. Y me parece perfecto.
Por eso, cuando en tantos aspectos de la vida se contabiliza con tal precisión, es chocante que en el alumnado de nuevo ingreso en Educación Infantil se den diferencias de casi doce meses entre los nacidos en enero y diciembre del mismo año.
Los padres preocupados por esta situación son poco menos que alarmistas, unos exagerados. Les dicen que esas diferencias se igualan enseguida (si por enseguida se entienden los 10 o 12 años de escolarización obligatoria). Se presentó en primavera un serio estudio, realizado en Francia sobre un universo de 40.000 alumnos, que viene a confirmar lo que era evidente: que el éxito escolar también tiene que ver, entre otros factores, con el mes de nacimiento. Se constatan diferencias de aprendizaje en el proceso de madurez, en la capacidad de abstracción, en lógica... Por ejemplo, los nacidos en el primer trimestre alcanzan en matemáticas una media de 7,6 puntos más sobre cien, o una mayoría de los alumnos repetidores son nacidos en el último trimestre.
Que lo sepa la Administración cuya rigidez impide la mínima flexibilidad en la escolarización de niños nacidos a final de año, y también lo tengan en cuenta muchos centros volcados en otras problemáticas y que pasan de puntillas sobre este hecho.
Y que lo sepa también la clase política tan acostumbrada a tratar a la ciudadanía como si fuéramos eternos menores de edad. Pero esa ya es otra historia, más propia del curso político que del escolar.
Xabier Díaz Esarte, Profesor y escritor
GARA, 12 de septiembre de 2003