Este magnate puede permitirse cualquier capricho. Lo último, comprar un equipo de fútbol inglés, e invertir en él lo suficiente como para asegurar la victoria ¿Cuál será su próximo "juguete"?
Lo bueno de ser rico es que uno se puede permitir ciertos caprichos. Y a sus 36 años, el empresario ruso Roman Abramovich es tan asquerosamente acaudalado que se los puede permitir casi todos. ¿Que se le antoja tener su propio feudo? No hay problema: se le elige gobernador de Chukotka, una desolada y remota región del noreste de Rusia, a la derecha según se coge desde Alaska el estrecho de Bering .
¿Que se empeña en tener su propio club de fútbol? Pues no diga más: se saca uno del bolsillo 44,4 millones de euros y se compra el Chelsea, un emblemático equipo británico de la Primera División asfixiado por las deudas. ¿Que al señor se le mete entre ceja y ceja que quiere ganar la Liga inglesa de fútbol? Sus deseos son órdenes: se invierten 150 millones de euros en fichajes, incluidos el de Makelele, y a ver si hay suerte.
Todo eso, claro esta, aparte de los signos clásicos de la opulencia: la consabida modelo rubia por esposa -Irina se llama ella, que, por cierto, le ha dado cinco hijos-, la finca de 42 hectáreas a las afueras de Moscú, la fundación para obras de caridad... Lo predecible en alguien que, según la revista Forbes, atesora una fortuna de 5.700 millones de dólares y que ocupa el puesto número 19 en la lista del The Sunday Times de los 50 ricos más ricos de Europa, por detrás de Silvio Berlusconi. Aunque sus representantes se niegan a ponerle una cifra al capital del magnate: «Es varias miles de veces millonario», es lo más que llegan a precisar.
No está mal para un tipo que a los 18 meses vio morir a su madre y que con cuatro añitos perdió a su padre en un accidente de construcción. Alguien que fue adoptado por el hermano de su padre, con quien pasó su infancia en Moscú, y que después se trasladó a vivir con sus abuelos maternos a la región de Komi, al norte de Rusia, donde los inviernos son eternos. Un chaval callado y tímido que dejó a medias los estudios universitarios para dedicarse a los negocios. Una decisión que desde luego nadie le podrá reprochar.
Y menos aún después de que en el 2000 Abramovich se cobrara la revancha, licenciándose en Derecho por la Universidad de Moscú en un tiempo récord: menos de un año. A ver quién es el listo que se atreve a suspender al segundo hombre más rico de Rusia.
¿Que cómo diablos se hizo rico? Pues ya se lo imaginará: al amparo de las febril ola de privatizaciones emprendida por Boris Yeltsin y bendecida -le recuerdo- por el Fondo Monetario Internacional. Abramovich no era más que un chaval en aquella época, pero ya despuntaba, consagrado como estaba a la comercialización del espeso líquido negro que brotaba a borbotones de Omsk, en Siberia, la mayor planta petrolífera de Rusia.
Pero si hay que reconocerle un mérito al chico, es que se las apañó para caerle en gracia a Boris Berezovsky, quien por aquel entonces era el empresario más poderoso de Rusia. Corría el año 1992 cuando Berezovsky tomó a Abramovich bajo su protección, convirtiéndole en su mano derecha e introduciéndole en el círculo privado de Boris Yeltsin.
Berezovsky había amasado una auténtica fortuna con la privatización de la desmoronada industria soviética. Entre las compañías que habían ido a parar a sus manos estaba por ejemplo Sibneft, una de las principales petroleras rusas. Cuando hace un par de años Berezovsky abandonó precipitadamente Rusia tras abrirse una investigación criminal contra él por fraude, a Abramovich se le presentó la oportunidad única de demostrar lo que valía. Y no la dejó escapar.
Siguiendo los pasos de su mentor, adquirió el 80% de Sibneft (que tras su fusión con Yukos puede presumir de ser la cuarta petrolera del mundo), se hizo con el 50% de Rusal -la principal compañía rusa de aluminio- y compró el 26% de Aeroflot, la línea aérea rusa. Aunque no hace mucho se deshizo de sus participaciones en Aeroflot, gastándose el dinero obtenido en adquirir su nuevo juguetito: el Chelsea Fútbol Club.
Un capricho más en la lista de dispendios del empresario ruso, que hace ya tiempo que es dueño y señor de un equipo de hockey sobre hielo ruso.
(Por cierto, que no deja de resultar curiosa la propensión de ciertos multimillonarios a adquirir equipos deportivos con el mismo desparpajo con el que el resto de los mortales nos compramos una camiseta. ¿Se acuerdan de cuando Ted Turner se regaló el Atlanta Braves, un equipo de béisbol? ¿O cuando Rupert Murdoch se dio el gusto de llevarse a casa el título de propietario de Los Angeles Dodger, otro equipo de béisbol?)
Pero Abramovich, un tipo tan discreto como ambicioso, no se podía conformar con levantar un imperio financiero, no. Con su expediente como empresario limpio y resplandeciente -Abramovich sólo ha sido investigado por malversación financiera una vez, cuando hace once años le acusaron de haberse quedado con 55 convoyes de tren repletos de petróleo procedente de la planta de Ujtinsky, un cargo del que fue declarado inocente-, el potentado decidió en 1999 dar el salto a la política. Y, oiga, lo consiguió: fue elegido miembro de la Duma (el Parlamento ruso) por Chukotka.
Al año siguiente, con el voto del 92% de los 73.000 habitantes de esa aislada región rusa, se convertía en gobernador de esa provincia. Desde luego, los vecinos de Chutkotka sabían lo que se hacían: se estima que Abramovich ha invertido 250 millones de dólares de su propio bolsillo en la zona, construyendo escuelas, casas, hoteles, supermercados y salas de cine.
«Realmente, no sé la cantidad exacta que he gastado», aseguraba recientemente Abramovich. Y seguramente decía la verdad: cuando se tiene tanto, es muy fácil perder la cuenta.
LO DICHO Y HECHO
«Realmente, no sé la cantidad exacta que he gastado»
1966: Nace en Saratov, en el sur de Rusia, a las orillas del Volga. A los 18 meses murió su madre, y cuando tenía cuatro años, falleció su padre. Vida familiar: Le crió un tío, y más tarde se fue a vivir al frío norte ruso, con sus abuelos maternos.Está casado y tiene cinco hijos. 1992: Cuando el magnate Boris Berezovsky le tomó bajo su protección, su suerte comenzó a ascender como un rayo, convirtiéndole en la 49ª fortuna del mundo, según Forbes. 2000: Se presenta para gobernador de una pequeña provincia de Siberia. Sus 73.000 habitantes le votaron en masa, en lo que fue un buen negocio: desde su elección, ha invertido en la zona 250 millones de dólares de su bolsillo.
Irene Hernández Velasco, Londres
EL MUNDO, 3 de septiembre de 2003