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El baño de las «Tapadas» (EL MUNDO)

Lo dicta la «sharia», aunque con interpretaciones. El vestido de moda para el baño entre las islamistas de Marruecos cuesta 60 euros y lleva tres metros de tela. Las llaman mohtajibas (las tapadas) y viven en un mundo completamente diferente de las motabarrijas (las destapadas), un contraste más en este contradictorio Marruecos. Aquéllas siempre estuvieron ahí: cubiertas con sus chilabas, con los velos correspondientes a sus diferentes grupos, siguiendo la tradición del único mundo que conocían y que siempre venía de atrás. Las otras ya son hijas de la comunicación, la política y el consumo. Y son mayoría. Pero empiezan a perder terreno. Poco a poco, año a año, luna a luna, las mujeres tapadas se hacen más presentes entre la geografía humana de este país. Y hasta los más confiados dudan ya de que se trate sólo de una reafirmación de la tradición. Cada vez son más las muchachas que van a la escuela con la cabeza cubierta con el hijab (pañuelo), las mujeres que salen de casa vestidas con el kamis (camisa holgada) o ataviadas con el serual o pantalón islámico. Pero lo que más llama la atención al llegar el verano es el aumento significativo de mujeres que también se bañan en las playas con estas mismas prendas. ETIQUETA Aamal y Fátima, madre e hija, son un ejemplo. Desde Tetuán han venido con el resto de su familia a pasar unos días en el cámping que cada año se improvisa en la playa de Oued Laou, en la costa oriental del norte de Marruecos, justo enfrente de las montañas del Rif. Allí veranean las familias de clase media-baja de la zona, en primera línea, con la espaciosa jaima de nailon delante y los quioscos de comida a sus espaldas. Las dos mujeres se han metido en el agua a unos metros de donde están el padre y los hermanos. No se han quitado la ropa. Dentro de la tienda se han cambiado los pañuelos y la túnica por otras similares, aunque de un tejido especial para el baño. A pesar de ello, disfrutan del agua como si estuvieran desnudas. Están totalmente acostumbradas. El pañuelo no se mueve un milímetro de la cabeza, el kamis no se pega al cuerpo y los pantalones son lo suficientemente amplios para ocultar las curvas de la cintura para abajo. Un perfecto baño de mohtajibas. Porque así es como figura en el Corán. En uno de los textos del libro sagrado se explica que el aura (la parte del cuerpo que nadie puede ver salvo los padres o la propia pareja) de las mujeres comprende todo su cuerpo a excepción del rostro (sin maquillar), las manos y los pies. Mientras que la de los hombres va del ombligo hasta debajo de las ingles. Hay interpretaciones también que hablan de la necesidad de que la ropa no marque las formas femeninas y de que hombres y mujeres, aunque sean de la misma familia, no se bañen juntos. «Mis padres nunca se bañaron así. Ni a mí me enseñaron eso. Siempre utilizamos el bañador sin problemas.Y eso que mi madre fue de las clásicas y siempre llevó chilaba, pañuelo y hasta velo por la calle. Pero no para ir a la playa.Eso es una moda de ahora. No una tradición. Porque esa indumentaria viene de oriente, no forma parte de nuestra cultura», asegura Soad Zouak, profesora de español en un colegio de Tetuán. Según Soad, las prendas «islamistas» que se ven ya por todo el mundo (Ceuta y Melilla incluidas) son más propias de Mesopotamia o del Golfo Pérsico que del Magreb africano. Aparecieron hace menos de dos décadas, después de la revolución iraní y, como en este caso, van sustituyendo a la tradicional vestimenta rifeña, que ha quedado relegada al sector más mayor de la población. Así, la joven Fátima cuenta que ella recibió esta instrucción ortodoxa de su madre, pero reconoce que su abuela sigue apegada a su ropa de toda la vida. «Fueron mis tíos los primeros en dejarse barba y en animarnos a todos a ir a la mezquita. Yo era pequeña todavía, aunque me acuerdo de lo mucho que cambió nuestra familia en poco tiempo, porque ahora estamos más unidos», afirma la joven, de unos 17 años. Ha ido a un colegio público sólo para mujeres y todas las semanas acude a las reuniones en casa de algunas de sus tías, donde se merienda y se estudia el Corán. Quien la conoce asegura que también es de a las que más le cuesta responder a sus profesores en clase cuando éstos son hombres, y que alargó su uniforme escolar hasta los tobillos cuando entró en la adolescencia.Fátima tampoco ha ido nunca a la piscina porque no permiten a la gente bañarse vestida. TRES METROS DE TELA Esta moda, como dicen, está provocando ya pequeños cambios sociales a nivel casero. En los sastres, por ejemplo. El aumento de la demanda de ese tipo de tejido de baño ha quitado el lugar de preferencia a otras exóticas telas de los bazares de la medina de Tánger. Un bañador canónico, como los llaman algunos, viene a valer unos 200 dirhams (20 euros), con pañuelo incluido, que es lo que cuestan los tres metros de tela que se necesitan y el trabajo del sastre. Hablamos del 15% de la población marroquí que, según algunas estadísticas, sigue con disciplina los mandatos más ortodoxos de la sharia o ley coránica. Y más de la mitad son mujeres: dos millones y medio. Muchos metros de tela por cortar... Hasta hace menos de dos años proliferaban en toda la costa de Marruecos los llamados mouaaskar, campamentos sociales organizados por grupos islámicos como el partido Justicia y Caridad. Allí, a pie de agua, familias enteras pasaban sus vacaciones por muy poco dinero y en un ambiente festivo que les hacía olvidar por unos días que pertenecían a esa mitad de la población pobre y poco instruida. Allí, además de leerlo, se practicaba el Corán en toda su extensión. Se calcula que en el verano de 1999 unas 100.000 personas acudieron a alguno de estos campamentos levantados en seis conocidas playas cercanas a Casablanca con una logística bien preparada: mezquitas ambulantes, ambulancias, farmacias móviles, cocinas generales, fosas sépticas excavadas en la arena a modo de baños... Conmocionado por esta capacidad de convocatoria, el Gobierno marroquí las prohibió hace dos años. «Yo seré siempre una motabarrija (destapada)», asegura la profesora Soad, «porque vivo el islam como me lo enseñaron mis padres.Y no fue nada de esto. No estoy dispuesta a dar propinas en este aspecto. Esto es parte del ciclo de la vida y cambiará en la medida que aumente también la justicia social en este país...». Juan Carlos de la Cal, Oued Laou (Marruecos) EL MUNDO, 20 de julio de 2003
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