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El verano de los que están solos (LA VANGUARDIA)

Viajar a solas o sumándose a un itinerario organizado pero sin acompañante es ya una forma común de hacer turismo. La cantidad de llamadas a “La Vanguardia” por parte de personas interesadas en asociaciones o clubs para gente que está sola, en relación con un artículo publicado el 20 de junio, corrobora que, aunque la opción de vida independiente no es en absoluto minoritaria, el individuo de hoy no está dispuesto a encerrarse en su soledad ni a reducir su círculo social a parientes o amistades con las que al fin comparte escasas inquietudes. Y menos en verano. El fenómeno de buscar compañeros de viaje a través de Internet no es aislado, sobre todo si se trata de lanzarse a viajes de aventura. Viajar solo y por libre sigue siendo una opción excepcional, más aún cuando el periodo vacacional pone a prueba los espíritus convalecientes: rupturas sentimentales, adicción al trabajo, soledad no deseada... “Mucha gente que sale de una mala experiencia se siente a menudo ridícula viajando con amigos que tienen pareja”, señala la psicóloga Paola Sardelli. “Se quedan en su casa, resignados a la soledad, queriéndola vivir mal, con victimismo.” A menudo, observa Sardelli, las parejas hacen una vida de puertas adentro; cuando tienen hijos se olvidan de sí mismos y cuando llega la ruptura no se conocen a sí mismos ni saben qué les gusta y qué no. “Se han proyectado tanto en la pareja que luego viven un duelo de sí mismos. Están perdidos y tardan en darse cuenta de que pueden valerse solos.” Suponiendo que el estado emocional y psicológico lo permita, una solución cada vez más usual es la de acudir a una agencia de viajes y sumarse a un itinerario organizado con un grupo reducido. “Oye, me acabo de separar pero me da igual. Dime adónde va este año aquella chica con la que congenié tanto en Yemen. ¿A Honduras? Pues apúntame”, dice una voz femenina a través del teléfono de Viatges Tuareg. Las amistades que se entablan en un viaje organizado, superficiales o no, se reanudan a menudo en posteriores salidas. La agencia acaba convertida, así, en punto de encuentro donde se tiene en cuenta el perfil de los clientes a la hora de formar grupos. “La gente ya conoce su círculo social y viajar con alguien nuevo es una oportunidad para abrirse a otras maneras de ser. Además, el entorno relajado de las vacaciones permite relacionarse sin esfuerzo”, señala Francesca, de Viatges Tuareg. El 40 por ciento de sus clientes viajan solos y esa proporción –en aumento– era hasta la fecha una iniciativa básicamente femenina. El hombre suele viajar acompañado, mientras que la mujer se arriesga y confía en conocer gente. “Son más autónomas y polivalentes, pero a su vez tienen mayor necesidad de comunicar emociones”, observa Sardelli. “Afortunadamente, viajar solo ya no está mal visto por la sociedad”, asegura Carmen Bigas, directora comercial de Latitud 4, una oficina experta en cruceros. La idea de montarse en un barco y hacer una travesía por mar también seduce cada vez más a los que huyen solos de su hábitat. Del puerto de Barcelona parten cada semana enormes ciudades flotantes equipadas a la americana con todo lujo de detalles y diversiones. El “Splendour of the Seas”, por ejemplo, que recorre el Mediterráneo hasta Malta en una semana de auténticas “vacaciones en el mar”, convoca a sus clientes sin acompañante a un “cóctel para solteros”, y atención similar reciben los pasajeros del “Brilliant”, que recorre en diez días las islas griegas. “En un crucero es casi inevitable relacionarse, aunque también puedes permanecer a solas”, afirma Bigas. Si bien es cierto que la soledad ha dejado de ser un tabú o un castigo divino, no lo es menos que la sociedad no tiene conciencia de hasta qué punto se vive de forma negativa la soledad no deseada. Según Sardelli, “se frivoliza fácilmente y se considera que si alguien está solo es porque lo quiere así, ya que de lo contrario buscaría amigos, lo cual se recibe como una crueldad por parte del que se siente solo”. Y lo cierto es que la soledad “no tiene edad, ni sexo, ni estado civil”, afirma Salvador Soler, de la Asociació de Separats i Suport a Gent amb Soledat. La gente mayor tiene muchos problemas en este sentido, pero no sólo ellos. Su centro de voluntarios recibe 14.000 llamadas al año. “La soledad no deseada es un problema social que conlleva una serie de graves secuelas sobre la salud: aislamiento, incomunicación, alcoholismo, depresión, angustia, miedos, rechazo al sexo contrario...” A alguien que se ha estancado de este modo hay que ayudarle, añade Soler. Su asociación, asegura, es un espacio donde uno puede relacionarse en confianza. Su consejo, no encerrarse, no vivir del pasado, darse otra oportunidad y el permiso para equivocarse, cambiar la palabra angustia por alegría... Desde otro punto de vista, Rainer Maria Rilke escribía: “¿Por qué quiere excluir de su vida toda inquietud, todo sufrimiento, toda amargura? ¿Por qué quiere perseguirlas preguntando de dónde puede venir y dónde debe terminar todo esto, si sabe muy bien que está en transición y nada ha deseado tanto como transformarse?” Maricel Chavarría LA VANGUARDIA, 7 de julio de 2003
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