Carlos Dávila sometió el pasado miércoles a un interrogatorio de los suyos al obispo de Pamplona Fernando Sebastián. Lo hizo en su programa semanal titulado ‘‘El Tercer Grado’’, con toda propiedad así nombrado pues no en vano se trata precisamente de eso, un interrogatorio cuyo único objetivo es conseguir que los interrogados digan lo que él quiere y ninguna otra cosa. Por eso, elige los personajes con meticulosidad, alejado de todo rigor y actualidad, para que cooperen en su absurda cruzada contra la plural sociedad vasca. Su obsesión no es otra que mostrar ante todos los españoles un País Vasco mucho más crispado de lo que está. Sus invitados son elegidos en base a su grado de adhesión al Gobierno de Aznar y a su partido el PP. Si invita a un nacionalista será uno que no comulgue con la dirección. Si invita a un socialista será a alguien del sector redondista que, muy probablemente, defenderá pactos con el PP a cualquier precio. Si invita a un periodista no será raro que aparezca posteriormente capitaneando una fundación afín al PP o, incluso, adornando sus listas electorales. Si invita a un político conservador no elegirá a uno de los que incita a la confrontación. Si invita a un cura, será para mostrarle enfrente y enfrentado a la Iglesia vasca que resulta ser poco plural y más nacionalista que otra cosa.
Lo más mezquino es que sus preguntas persiguen una sola respuesta, y sólo una. No se trata de una conversación libre, ni en libertad. El resultado final suele resultar incomprensible e irritante para quienes vivimos y conocemos la realidad vasca. Para el resto de los españoles es, sin duda, un documento que tergiversa la realidad y predispone a formar opiniones contrarias a lo vasco.
Pero algunas veces a Carlos Dávila le sale el tiro por la culata. Recuerdo la entrevista que hizo a Fernando Savater en la que intentaba aprovecharse de la vehemencia con que suele expresarse el filósofo, encontró puntualizaciones importantes de Savater en las que quedaba claro que la ética debe estar por encima de los caprichos y las adscripciones partidistas. La del último miércoles con Fernando Sebastián, el obispo de Pamplona fue todo un alarde de miseria. A un comienzo más o menos hábil siguió una reata de preguntas cuya única finalidad fue profundizar en las posibles diferencias (si las hubiera) entre él y los obispos vascos.
El obispo de Pamplona pronunció el sermón en el funeral por las dos últimas víctimas de ETA. Dávila incidió en un pasaje de dicho sermón en el que decía que hay que decir NO a los que matan, a los que ayudan a los que matan y a los que colaboran con los que ayudan a los que matan. Su obsesión era que monseñor Sebastián pusiera nombres y apellidos a los tres grupos y, con insistencia, intentó meter entre dichos grupos a grupos políticos y personas del País Vasco cuya convicción democrática está fuera de toda duda. Siguiendo las directrices y formas groseras de Aznar, que es capaz de manchar e intentar desacreditar al PSE o a IU achacándoles no se qué colaboraciones con el independentismo vasco (y, por ende, con el terrorismo) sólo por pactar el gobierno de Madrid, Dávila forzó una y otra vez la voluntad de monseñor Sebastián en busca de contradicciones y críticas al clero vasco y a la sociedad en su conjunto. La integridad del obispo permitió que el resultado final de la entrevista fuera bello y, a buen seguro, muy útil para la convivencia de los vascos.
La desvergüenza del entrevistador llegó a preguntas tan poco edificantes, tratándose de un obispo, como querer saber a quién había votado a lo que no respondió monseñor, o si era o no era nacionalistaa lo que Fernando Sebastián respondió que no. Hurgó con rabia intentando subrayar los posibles desacuerdos entre él y los obispos vascos en relación al pronunciamiento de ellos sobre la ilegalización de Batasuna, documento en el que no participó. Hizo preguntas gratuitas sobre si había sido amenazado alguna vez a lo que dijo que no de forma directa. Y buscó con denuedo su opinión a favor de las medidas políticas adoptadas por el Gobierno en contra del terrorismo y de Batasuna, sin conseguirlo. Convencido de que un obispo no es un opinante cualquiera sino que su grado de influencia es superior al de otros ciudadanos, buscó todo tipo de connivencias del monseñor. Todo absurdo por parte del entrevistador. Y todo sopesado, mesurado y útil por parte del entrevistado. Vamos, que a Carlos Dávila le salió el tiro (con perdón) por la culata.
Ahora que está en tela de juicio tanto el programa de telebasura, bueno será incluir el ‘‘Tercer Grado’’ de Carlos Dávila entre ellos, no por su formato sino por lo tendencioso y perverso de la selección de los personajes y por la intencionalidad tan poco edificante de las preguntas que realiza el director. A eso hay que añadir el flaco favor que hace el programa a la convivencia de los vascos, empeñado como está su guía en buscar y provocar las diferencias en lugar de potenciar sus coincidencias.
Josu Montalbán
DEIA, 6 de junio de 2003