También entre los músicos hay profesionales a sueldo que trabajan para quien les paga.
Los músicos de sesión, músicos mercenarios, contratados o como quieras denominarlos, alimentan las canciones de los artistas: ése es su cometido principal. Son, esencialmente, trabajadores de la música que, desde un relativo anonimato, ofrecen sus servicios a artistas con relevancia. Interpretan, sobre todo, lo que se les propone, aunque también crean, producen y arreglan. Juegan un papel fundamental dentro de la liga del pop y del rock estatal. Eso sí: no se casan con nadie. Aquí tienes un modesto pulso con el oficio del músico profesional.
No son señores mayores, serios, hombres estrictos, con malas pulgas o tipos entrometidos y quisquillosos embobados con un instrumento; son gente del rock, como todos, es decir, más o menos juerguistas, más o menos ingeniosos o más o menos golfos. La diferencia con cualquier otro músico, digamos, de los de “con grupo fijo” la marca su disposición con un instrumento determinado, su manejo y particular estilo, su versatilidad, su destreza para según qué terrenos musicales. Además, la diferencia fundamental está en que, profesionalmente, no se casan con nadie, aunque acompañan a quien haga falta mientras el sueldo compense. Ligaduras sentimentales dentro del curro, cero.
Para ellos, para los músicos de sesión, el repertorio de un grupo o de un artista dura el tiempo que estén como parte de la formación, ya sea una gira de meses o unos minutos en el estudio. Candy, bajista de Calamaro, Los Rodríguez, Gabinete Caligari o La Cabra Mecánica, es quien se presenta primero y nos cuenta las razones por las que pasó de ser un músico con grupo a un contratado del rock: “Tras estar muchos años tocando, cuando la movida madrileña y todo eso, que tenía doce o quince años, me enteré que se hacían pruebas a músicos. La primera que hice fue para Objetivo Birmania y me cogieron. En ese momento vi que podía ganar dinero haciendo cosas que me gustaban. Tras eso toqué con Tino Casal en la última gira que hizo. Entendí que, si no me funcionaba mi grupo, ésa era una salida para poder ganar pasta. Aun así, no cejo en el empeño de sonar con mi propio grupo”. También debemos prestar atención a otra declaración suya en la que ve la ventaja de su curro en otro campo de la vida: la preservación de la intimidad y el anonimato, otra vertiente positiva para el músico de sesión: “La gente que se hace muy famosa llega a tener que cambiar su vida. No puede hacer nada, pierde el contacto con el mundo real… y eso puede llegar a ser terrible. Yo puedo estar trabajando con el artista más grande del momento que mi vida no cambia en absoluto. Quizás alguien te felicita por el concierto, pero nada más: puedo ir al Corte Inglés y no me paran para incordiarme. Eso es una enorme ventaja”.
Sus declaraciones las completa José Bruno, más conocido como “El Niño” en su Malasaña casi natal. El ha sido batería de Ella Baila Sola, Sex Museum, Def Con Dos, Calamaro, Andy Chango, Coque Maya o La Naranja China entre otros, en algunos como miembro fijo y en otros a sueldo. “Llega un momento en que te aburres de tocar siempre el mismo repertorio. No sé cómo lo llevarán los grupos que duran mil años, pero para mí, con un par de ellos tocando las mismas canciones, es suficiente. Y no es que te queme, porque un panadero hace pan todos los días, pero, ya que estoy en este oficio, prefiero buscar variedad”.
Antes de proseguir con el análisis de la profesión debemos aclarar que los músicos de sesión o contratados pueden trabajar tanto en estudio como en directo. Antonio Ramos Urbano nos hace un comentario sobre cada uno de los aspectos: “he tenido la suerte de tener amplia experiencia tanto en estudios como en giras. Son trabajos diferentes, pero me gustan mucho los dos. En un estudio tocas lo que requiere el tema concreto que estás haciendo y tiene que quedar lo suficientemente bien como para que, cada vez que escuches ese disco, te suene de manera oportuna; se va a quedar grabado para siempre. Normalmente el productor debería de decirte qué es lo que quiere, pero ocurre que muchas veces te pide que toques lo que a ti te parece que necesita el tema, con lo que te deja libertad para expresarte como tú crees conveniente. En la gira el trabajo es montar un espectáculo que vas a ir repitiendo a lo largo de todos los conciertos que vayas haciendo. En ese caso se tiene más trato con el artista, ya que existen muchos momentos en los que estás con él y con los demás músicos en el escenario y fuera de él”.
Sergio Castillo es alguien que empezó a ejercer su profesión de músico en los 80. Es otro invitado a esta mesa redonda escrita y es también batería y percusionista (además de programador y productor). En su caso, ha trabajado para gente como Rosario, Rosendo, Rosana, Nacha Pop, Miguel Bosé, Miguel Ríos o Joaquín Sabina. Nos cuenta: “tuve mis bandas de rock, funk, fusión, pop… pero no daban para comer. Epecé a vivir de esto cuando no tuve que depender de otros músicos y sólo tenía que llegar a un estudio con mis instrumentos y ponerme a tocar. La verdad es que, cuando empecé en la música, no tenía ni idea de lo que era un músico de sesión, un productor o un arreglista”. Julián Kanevsky, que lleva unos años como músico contratado por Cabra Mecánica (pero que también ha sido guitarrista para Juan Pardo, Def con Dos o Jaime Urrutia), tiene su propia visión de por qué uno se hace artista y otro músico: “los mercenarios tenemos que tener una mente muy abierta para la música. Cuando empezamos a tocar vamos a lo que nos gusta. Luego te decantas: o te gusta hacer tu música, cosa más artística, o te gusta tocar, es decir, me da igual lo que sea; yo quiero tocar y no servir copas. El artista sí está dispuesto a creer en su rollo, y por ello no le importa servir copas o lo que haga falta hacer en trabajos paralelos. Digamos que mi rollo es tocar la guitarra. Y nada más”. Con esos planteamientos de Julián la cosa es bien simple: el artista a sus ideas y el músico a su ejecución. Una opción de la que echar mano en la actualidad, cosa que no sucedía hace unos años.
Tenemos que empezar por recordar que el rock en España tiene una vida corta (en comparación con otras latitudes), una historia comprimida gracias a la dictadura del enano Francisco, que terminó hace menos de treinta años. Los artistas eran casi un servicio público permitido por el Sindicato Unico. Hasta había carnet, así que… nada de salirse del tiesto. ¡Imagina qué futuro auguraba el oficio de músico! Pero oigamos de boca de Rafa de Guillermo, un veterano teclista que empezó a los dieciséis años con el “Himno de la alegría” de Miguel Ríos, cómo ha sido de devenir de los músicos de sesión en estos años: “de alguna forma, el músico, ahora, es especialista en un tipo de música y en sacarle partido a lo que interpreta. Hace años valía todo y todos éramos muy ‘pro’, entre comillas”. A Rafa también te lo podrás encontrar en los créditos de discos de Miguel Bosé, Orquesta Mondragón, Alarma, Antonio Flores, Luz Casal, Joaquín Sabina, Triana, etc.
Antonio Ramos Urbano (que habló hace unas líneas y al que no hemos presentado) es más conocido en los círculos musicales como “El Maca”. Es una máquina con el bajo eléctrico (de cuatro y cinco cuerdas). Ha trabajado con Tomatito, Vicente Amigo, Lolita, Niña Pastori, José Mercé, Ketama, Antonio Flores, Raimundo Amador o, más recientemente, el Niño Josele en su nuevo disco. “Estoy tan vinculado al mundo del flamenco como al del rock, funk, soul, latin, jazz, Brasil o cualquier otra música que haga que merezca la pena tener contacto con ella. Pero es verdad que he tenido la oportunidad de realizar trabajos con muchos de los mejores artistas del flamenco, colaborando en cantidad de discos y giras por todo el mundo. No creo que llevar músicos de sesión se dé más en este estilo que en otros. Con artistas de otros estilos también ocurre igual, dependiendo del artista o grupo con el que trabajes. Mi experiencia con el rock ha sido, sobre todo, durante los primeros seis o siete años de estar tocando. Fue una buena escuela para mí porque era una música con la que me divertía mucho y en la que aprendía por mí mismo a base de tocar y ensayar todo el día con el grupo que antes te comentaba. Con el jazz empecé a tener contacto en Granada antes de venir a vivir a Madrid. Empecé a interesarme por él y a formar parte de varias bandas con las que trabajé varios años. Más tarde, ya en Madrid, tomé clases de instrumento y armonía y asistí a varios seminarios de música con profesores americanos y europeos. Para mí es un terreno en el cual se pueden aprender conceptos interesantes para aplicar en otros estilos”. Es decir: generaciones más cercanas al presente han podido levantar la cabeza, moverse por cualquier genero musical y vivir dignamente de un oficio creativo. En este artículo, no obstante, nos circunscribiremos al mundillo rockero, casi más cercano.
Candy es quien nos pone el pie en la línea de salida: ser músico, simplemente, es algo al alcance de cualquiera con alma. La meta te la marcas tú mismo: “He sido autodidacta y llevo tocando desde los once años. A los dieciocho hice mi primera gira. Me he tirado muchos años tocando miles de horas, sin que nadie me diese clases. Siempre he sido músico de pop y rock; nunca me ha tirado la fusión o el jazz. Creo que puedes llegar a tocar con diferente gente en la medida en que te hayas mezclado con músicos, con grupos, tocando tu en casa…”
Preparados…
La preparación de un músico que se quiere ofrecer a cualquier artista debe ser completa, aunque no exhaustiva, a juzgar por algunos de los consultados. Parece que otros valores son más eficientes en la profesión. “He estudiado mucho la batería, muchos años: he dado clase durante ocho años, he tenido más de trescientos alumnos y eso me ha hecho conocer mucho mi instrumento. Hoy día no tengo que ensayar ni una hora al día para nada. No tengo más que saberme las canciones que me encarguen, pero para eso no tengo ni que tocar la batería; me lo aprendo escuchándolo solamente. Fíjate que me gusta tanto estudiar que ahora estoy con el bajo, que me ayuda a tocar mejor la batería”, comenta José Bruno. Su compañero de grupo en la actualidad, el guitarrista Julián (los dos andan metidos en La Cabra Mecánica y los puedes encontrar en los créditos de su último CD, “Ni jaulas ni peceras”, por si lo tienes pirateado y sin créditos), añade un suplemento a esas declaraciones: “académicamente me formé con un montón de profesores, pero muy poco tiempo; digamos que soy autodidacta. Hoy por hoy, estudio con vídeos, cintas… En principio, simplemente toco: así se aprende. Cuando eres heavy piensas que el pop es una mierda, aunque luego, al tocarlo, ves que no. Más que una gran preparación, en este país se trata de hacer lo que quiere el artista. Cuantos más recursos o más estudios tengas mejor: jazz, funky, blues… Son más elementos para contentar al artista”. El bajista Candy se une a las declaraciones de sus compañeros y muestra la trastienda de su calentamiento diario a la hora de tocar: “no me preparo como lo hacía hace tiempo. Ya no estoy todo el día tocando y sacando cosas. Practico y, sobre todo, estoy al tanto de todo lo que sale: de las grabaciones, los medios técnicos, estilos… Pienso que así aprendo más. Lo de hacer un montón de horas con el instrumento ya lo pasé. No quiero ser un virtuoso y hacer jazz: soy un músico de rock”.
Sergio Castillo, que además se encarga de producir discos, nos habla de algunas de las cualidades que debe tener un buen músico mercenario, de los requisitos recomendables para que el trabajo fluya hacia buen puerto: “Cultura musical, técnica, gusto, mente abierta, experiencia, saber estar (dentro de lo que cabe) y saber entender lo que buscan el artista y el productor”. Pedro Barceló también se dedica profesionalmente a la batería y la percusión desde principios de los 90. En este tiempo ha currado junto a Miguel Ríos, Ketama, Pedro Guerra o Sabina. “Un buen músico de los que estamos hablando ha de ser versátil, sencillo y concreto a la hora de elegir un arreglo. Debe tener recursos, trucos y soluciones rápidas, como el sombrero de un mago, y psicología y mucha mano izquierda para con los productores ‘especiales’. También ha de saber involucrarse en un proyecto como si fuera el suyo propio”. Estos dos últimos invitados nos hablan de conceptos que incumben más allá del termino “artista”: nos llevan ya hasta el productor, pero de eso ya hablamos largo y tendido hace tiempo (visita todaslasnovedades.net y léetelo). Rafa de Guillermo saca la conclusión esencial del dogma que debe llevar tatuado a fuego un músico de sesión: “Tu creatividad como músico está al servicio de quien te contrata”.
Ese es el siguiente propósito. Un músico quiere trabajar y para ello se tiene que poner a bucear, muy poco a poco, por los mares del rock teniendo sumo cuidado con la presión y la falta de oxígeno que se tiene a estas profundidades. “Para que te contraten influyen diferentes factores. La vida te va poniendo situaciones, circunstancias que te llevan a otras que no te habías planteado. Sin pretender ir de nada, creo que lo mejor es disfrutar donde estés y dejar que las cosas pasen. Se supone que somos músicos porque tocar es lo que más nos gusta, así que disfrutemos de ello sin esperar nada”, empieza exponiendo muy románticamente Pedro Barceló a propósito de hacerse con un trabajo bien remunerado y, en lo posible, cómodo y disfrutón. Julián Kanevsky también llegó de Argentina hace algunos años buscándose la vida y se instaló en Madrid, con sus Stratos y Mesas Boogui, dispuesto a comerse su porción del pastel: “estoy tocando con gente porque voy hablando, tocando… en fin: estando. Al no haber un gremio, un sindicato, todo es muy de buscarse la vida. Creo que, una vez que te ven tocar, las cosas caen por su propio peso: si lo haces bien te seguirán llamando”. José Bruno, tímidamente y desde detrás de su batería, nos descubre lo que hay que tener realmente: “suerte, como para todo en la vida. ¡Anda que no hay gente que ha estudiado arquitectura y jamás firmará un plano! Luego está el estar preparado. Yo estuve en Estados Unidos estudiando durante tres años, a mi bola, con diferentes profesores particulares. Cuando llegue aquí no conocía mucho y empecé con Sex Museun. Y hasta hoy. Se trata de hacer lo que te piden lo mejor posible. He estado muchos años estudiando jazz y nunca he tenido el momento de hacer ese estilo, así que… Estudiar mucho tampoco te hace estar más preparado. Los músicos que trabajan con mucha gente diferente no suelen ser virtuosos de nada, pero saben hacer cualquier apaño. No se trata de estar especializado en todo: se trata de saber”.
…listos…
Un detalle antes de ponernos al tajo, es decir, al servicio de un artista. Nos lo recuerda Julián: “Antes de entrar a trabajar con cualquier artista está claro que te vas a ir; y el que no lo tenga claro… malo. No es un grupo: tú, simplemente, vas a trabajar, vas a hacer un servicio. El nivel humano depende de ti como persona y de la gente que esté en el grupo. Lo suyo es que, en la banda, cada uno tenga claro su status y que sepa para lo que está”. Algo que parece tontería, pero que puede llegar a crear roces fuertes entre artista y músico si alguno de los dos pierde los papeles durante la convivencia a la que el trabajo obliga. Asumido esto, ahora sí que nos podemos poner al servicio de cualquier artista que nos pague. Pero, eso sí, teniendo en cuenta que trabajamos para “artistas”.
“Es cierto que cada artista es un mundo con sus propias manías y egos. Personalmente, intento estar lo más al margen posible para no verme manchado con su mierda. Los peores son los inseguros egocéntricos. He acompañado a varios y, curiosamente, te provocan el efecto contrario: te hacen más fuerte y seguro. No haría otra gira con ellos; me tendrías que matar para eso”. Es Pedro Barceló, en activo desde hace más de diez años, quien nos comienza a hablar sobre el trabajo cuerpo a cuerpo con el artista de marras. Veamos que nos cuenta Candy: “Ha veces hay que aguantar cosas, aunque reconozco haber tenido suerte. Un año trabajé con dos artistas de este país cuyo nombre obviaré. Eran muy famosas y gané mucho dinero, pero nunca me sentí a gusto. Ni siquiera sabían mi nombre, y eso dice mucho”. Para Sergio Castillo hay estrategias concretas que derivan en profesionalidad: “intento concentrarme en mi trabajo. Los artistas y los músicos no siempre estrechan relaciones más allá de lo laboral”.
Al teclista Rafa de Guillermo, que estuvo en los legendarios Pop Tops (fíjate que se acuerda de cuando terminaron su megaéxito legendario… y los recuerdos no son precisamente buenos: “Lo peor de mi trabajo creo que fue cuando, con los Pop Tops al completo, oímos ‘Mammy Blue’ y nos quedamos alucinados. Porque estaba claro que la cancioncita iba a ser el número uno que fue, pero nos salían granos de semejante homenaje a la madre”), le ha tocado bregar con miles de estrellas de esta España y de aquellas Américas: “a veces estás encantado de no tener que ver a nadie famoso y lleno de éxito y poder tocar con los amigos en baretos. O hacer jingles y algo así para sacar dinero. Yo nunca he trabajado en orquestas tal como se entiende en este país. Sí me he comido algunas producciones que no se las daría ni a mi peor enemigo, pero, en general, siempre prefiero ir a mi aire y evitar el personaje del jefe”.
De nuevo es Julián quien toma la palabra, una visión más joven y ambiciosa. Otra generación de músicos que lo ven con distintos ojos, aunque no por ello menos certeros: “Para aguantar ciertas cosas tiene que haber muy buen nivel económico, es decir, ‘no te soporto, pero si me pagas… pues de puta madre’. Mi curro lo voy a hacer lo mejor que sepa; no hay nada personal. Creo que si vas a estar mal y presionado lo más diplomático es decir que no puedes hacer ese trabajo y punto”.
…¡¡ya!!
El presente laboral de los músicos en este país (al menos entre los consultados) no es como para tirar cohetes. La mayoría alegan que faltan artistas interesantes y que músicos los hay. Y buenísimos. Por tanto, se toca a demasiados músicos por artista, y eso es mal negocio. Candy afirma: “hay muchos músicos, pero pocos artistas interesantes con los que trabajar y hacer dinero. Lo suyo sería que los músicos que hay, gente muy buena, pudiesen trabajar con cosas interesantes, que les gustasen. Ha habido mejores tiempos para escuchar cosas nuevas, cosas propias. Ahora veo que la creatividad se está cortando mucho; sacar discos interesantes y nuevos es complicado tal y como está el mercado”. Y es que estamos hablando, una vez más, del revival octogenario y babosón que ha inundado el mercado en forma de “Operación Triunfo” y sus derivados. También hablamos de la fijación de las compañías en invertir muy prudentemente en lo que funciona, sin arriesgar en nuevas propuestas, sin dejar que la música sea arte. “El Maca” prosigue echando un vistazo a la situación legal y gremial de su oficio: “no es un trabajo normal en el que existan convenios y acuerdos legales y eso hace que todo sea menos normalizado. En cuanto a la unión entre músicos de sesión… creo que, aunque la mayoría piensa de manera parecida y tiene intereses semejantes, es muy difícil aunar un sistema para que todo sea más regularizado. De hecho, creo que ha habido varios intentos de montar un Sindicatos de Músicos, cosa que en otros países funciona pero que en éste no parece que lo haga demasiado bien”. Julián Kanevsky da un paso más, contándonos por dónde van los tiros de la economía real que proporciona el ser músico contratado: “depende. Es diferente si te llama Luz Casal o si te llama un mindundi. Sabes lo que puedes pedir. Las cifras, en mi caso, están entre los cuatrocientos ochenta y los setecientos veinte euros: eso es lo que se paga. Con Miguel Ríos, Serrat o Ana Belén se cobra un poco más (te pueden dar novecientos por bolo); claro, que los músicos que llevan son gente muy preparada. Cada uno está donde se merece. Cuando vas al estudio sueles cobrar por canción: si un tema te cuesta tres horas te jodes; si lo haces en quince minutos… ¡ole tus huevos! Ahora no suele haber, pero también se hacía lo de contratarte por un mes, como músico a sueldo. Durante ese tiempo grabas lo que haga falta y luego se te paga; es algo más raro hoy día”. José Bruno, “El Niño”, también tiene sus datos y sus opiniones al respecto de este oficio un tanto inseguro (no decimos precario) a no ser que se logre continuidad: “Cuando te llaman para un trabajo casi nunca es negociable, ni giras ni grabaciones. Puedes patalear o lo que sea, pero poco más. Otro asunto es que haya amistad personal: entonces cobras más. En cuanto a cantidades… todo varía. Eso sí: nunca hay contrato. No sé si habrá alguna otra profesión donde haya tanta incertidumbre como en ésta: no sabes de la continuidad, ni de contratos, ni de seguros… nada. Totalmente estresante y dependiente de la suerte y de saber con quién te juntas. En Malasaña, donde estuve tocando con muchos grupos de aquella escena, había de todo un poco. A mí me pagaron los Pleasure Fuckers por grabar un disco lo que ahora gano con media canción. Con Sex Museun al final llegué a cobrar un fijo por actuación. Luego, con Def con Dos, era parte de la sociedad. En fin: de todo un poco”.
Pedro Barceló nos cuenta, muy irónicamente, las posibilidades de trabajo que tiene un músico de sesión en el presente. Digamos que nos revela el entramado del mercado laboral para el músico mercenario en pleno año 2003: “no hay muchas salidas. En los últimos años he trabajado haciendo giras y grabando. España va bien… ¡Por los cojones! Cada vez hay menos trabajo y, gracias al fenómeno ‘OT’, las giras han bajado de nivel. Las condiciones son como al principio de los 90. Personalmente, montaré una tienda de frutos secos y tabaco rubio ‘suelto’, je, je. Me río, pero estoy por considerarlo”. Por si esto no es suficiente nos habla, a continuación, de cómo un músico sortea la parte contractual con managers, compañías y demás gente de chequeras tomar: “todo eso siempre lo negocias tú solo. Es una lucha asquerosa, pero tienes que aprenderlo también”. Y sigue con el tema: “la comodidad y el sueldo es algo que debes pelearte. Con Sabina tengo unas buenas condiciones, las más altas del mercado (que no lo lea el manager). Gracias a Dios he podido decir que no a otras ofertas tipo ‘Operación Triunfo’. Aunque la idea de los frutos secos me sigue rondando…”
Ahora es “El Maca” quien nos aporta argumentos en lo que respecta a cobrar lo más dignamente un trabajo: “El caso ideal es cuando el artista recurre a ti, y no a otro, para hacer cierto trabajo, pues eso significa que le gusta tu manera de hacer y la valora. Otras veces es el director musical de una gira quien te demanda, o el manager del artista, porque ya has trabajado otras veces con él. En otras ocasiones es el productor el que recurre a ti. Los sueldos oscilan de un trabajo a otro dependiendo del presupuesto con el que se cuente para ese proyecto. De todos modos, toda esta gente que comento conoce más o menos lo que cobro por según qué trabajo. Me he ido abriendo camino según he ido tocando con la gente. En mi caso, si se ha valorado lo que hago es porque la gente con la que trabajo ha creído que debía ser así. Conforme he ido siendo requerido para trabajos más importantes he ido cobrando más caché, aunque hay veces que valoro otras cosas además del caché”.
Finalicemos estas columnas con algunos chascarrillos, con situaciones extrañas o comprometidas que suceden en este oficio. Rafa de Guillermo echa un vistazo a su memoria: “sé de una gira de Stanley Clark que acabó de aquella manera porque no quería que los músicos entrasen en su limusina y los mantenía a distancia en otra limusina para los músicos. Recuerdo con cariño algunos conciertos maravillosos, y especialmente una sesión, un día de mi cumpleaños, en Nueva York, con mi amigo Ray Gómez, Bill Brudford y Jeff Berlin”. Entre las curiosidades, Sergio Castillo, responsable del boom de Estopa, recuerda con naturalidad cómo fue aquel trabajo que traería como cola muchos miles de discos vendidos: “a mí me llegaron cuarenta canciones mal grabadas a guitarra y voz y de ellas tuve que elegir dieciséis que me parecían apropiadas para un disco más o menos compensado. Luego tuve que elegir el equipo (músicos, programadores, ingenieros, estudios…), hacer los arreglos de las canciones, grabar, mezclar, masterizar y entregar el disco acabado a la compañía discográfica”. Dejemos que sea Pedro Barceló (que, además, nos informa que en estos meses está impartiendo clinics de batería de los que te puedes informar escribiendo a pedro@pedrobarcelo.com) quien tire la última piedra al respecto: “tuve que tocar en un club de putas. Tenía 16 años”.
Turrón & Babas, 5 de junio de 2003