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Filemón, en Bagdad (EL PAÍS)

Viyuela y miembros de Payasos sin Fronteras actúan en hospitales iraquíes. Varios heridos yacen postrados en una habitación de un hospital cualquiera de Bagdad que, como todos desde hace un mes, está atestado y casi sin medios. Lentamente la puerta se abre y, desde el quicio, los visitantes saludan y, por señas, piden permiso para entrar. Enfermos y familiares responden con una mezcla de estupefacción e incredulidad. Los niños abren los ojos como platos. Cinco payasos entran en una sala marcada hasta entonces por las quejas de los heridos y las esperas interminables de sus parientes. En pocos minutos se convierte en escenario de risas, música y bailes. La escena se repite una y otra vez por todo el hospital, durante toda una mañana, y se prolonga por la tarde. "La risa provoca empatía, es el camino más corto entre dos personas", destaca el humorista Pepe Viyuela, de 40 años, presidente de la ONG Payasos Sin Fronteras, que ha desplazado a Irak un equipo de cinco personas para actuar en hospitales, orfanatos, colegios y campos de refugiados. "Hay que llevar al primer mundo el testimonio de esta gente que tanto ha sufrido. Nos parece injusto que parezca que no ha pasado nada", añade el actor que ha dado vida a Filemón en la versión cinematográfica del popular cómic Mortadelo y Filemón, la película española más taquillera de la temporada. Los payasos utilizan el lenguaje gestual y tratan siempre de vencer las diferencias culturales con el máximo respeto. "Hemos visto a mujeres que intentaban cubrirse el rostro con el velo, pero les era absolutamente imposible, porque se estaban muriendo de risa", relata Maximiliano Stia, de 25 años, otro de los miembros del grupo. "La risa es un lenguaje universal. Lo que le hace gracia a un niño de aquí también le hace reír a otro en cualquier parte del mundo". Los enfermos no son los únicos sorprendidos. Lo último que se esperan directores de hospitales y orfanatos es que los extranjeros que tienen sentados en sus despachos les expliquen que son payasos. "Claro que al decirles que somos payasos se sorprenden mucho, pero en cuanto nos ven trabajar se acaba cualquier reticencia", asegura Gerardo Negro Casali, de 39 años. En otros ambientes también hay sorpresas. En un control de carretera, los soldados de EE UU no creían a los ocupantes de un coche que les aseguraron que no eran otra cosa más que payasos. "Quisieron hasta sacarse una foto con nosotros", dice Stia. Payasos Sin Fronteras es una organización con 10 años de vida que, entre otras cosas, denuncia que más de 300.000 niños en todo el mundo son obligados a empuñar las armas al servicio de diferentes gobiernos y guerrillas. "El payaso en la sociedad debe tener un compromiso contra la injusticia", subraya Viyuela, y añade: "Tenemos interés en contribuir a que lo que ha pasado en Irak no se olvide. Los remedios militares empeoran las cosas; lo que hay que hacer es emplear la imaginación, porque la guerra no sólo arrastra al desastre a estas personas, sino a todos nosotros". La respuesta ha sido muy positiva, y, tras una primera estancia de 15 días en Irak, el equipo, del que también forman parte Walter Garibotto y José Asaco, piensa volver en breve. "Aquí hay ganas de salir adelante y se nota que la gente mira hacia el futuro", opina Viyuela. Todos se muestran impresionados por el poder terapéutico de la risa en personas incluso recién operadas. "A una niña le había explotado una granada. La vimos justo cuando salía del quirófano, medio adormilada junto a su padre. Sólo 15 minutos después no paraba de tirarnos besos y de saludarnos", cuenta Negro Casali. "Es increíble la fuerza de voluntad que tienen los enfermos en los hospitales", tercia Stia. "Esta gente, sin comerlo ni beberlo, se ha librado de un tirano para caer en manos de unos irresponsables que les han hundido aún más. La guerra no es un método para acabar con situaciones de injusticia", comenta Viyuela. "Puede sonar un poco fuerte, pero aquí me cuesta decir que soy español, pero no por miedo, sino por vergüenza de la postura de mi país durante la guerra, y eso me duele", concluye el actor. Jorge Marirrodriga, Bagdad EL PAÍS, 30 de mayo de 2003
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