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Puntos de sutura en Eurovisión (ABC)

El día de autos (que casi acabarían por ser sacramentales, de puro drama, que los sueños sueños son) había amanecido espeso y oscuro como la jornada de un interventor electoral. Llovía sobre Riga, sobre el Monumento a la Libertad, sobre esta ciudad de otro tiempo, de otro lugar. Diluviaba sobre el Báltico. Una mañanita como para quedarse en la cama y que ahí nos las den todas. Y nos las dieron. Nos dieron las diez, y las once, y las doce, y la una. Nos dieron con un canto, turco, en los dientes. Con una canción cuya coreografía parece sacada del restaurante libanés de nuestro barrio. Tecno otomano de postal de la Gran Medina de Estambul. Habrá que esperar, una Beth más, otra Beth será (perdón por los juegos de palabras, nuestro Barroco es mucho Barroco, sobre todo en esta tierra más gótica que la lágrima de un arcángel), un año más, mil años más, a que los europeos nos voten (como a Turquía que por fin es también europea para las maduras, qué ironías señores de la UE, la música siempre por delante de la política) y podamos proceder a la merecida «celebration». Numerito de las t.A.T.u. Y eso que las encuestas más madrugadoras nos situaban en primera posición, empatados, con quién iba a ser, con Rusia, y el dúo dinámico de la mala baba, las t.A.T.u. (por cierto, la Rotenmeyer de la morena se perdió los dos últimos ensayos por prescripción facultativa y anoche montaron varios numeritos en la sala de Prensa y el comedor: poca cosa, arrumacos de colegiala enfurruñada que no quiere los cereales). Ya ven, nada nuevo bajo el sol, el CIS letón en su línea, haciendo de las suyas. Este año, hasta llegar a la final de anoche se había trabajado, no sé si más, pero sí probablemente mejor, pero al final los únicos puntos que nos hemos llevado han sido 81 y de sutura, vamos, de pronóstico reservado. Al margen de lo que Eurovisión pueda significar para el futuro de la jovencísima artista catalana, esta semana en Riga ha puesto sobre un diáfano tapete que Beth lo tiene o lo quiere tener claro. Para ella, este festival era, a lo sumo, un punto de partida. La primera estación del viaje, no el destino final. Esta participación no era para ella el premio gordo, que al final no cayó, sino la posibilidad de seguir jugando, de intentar jugar a ganador en los meses venideros, en los CD venideros, después de este fracaso sin paliativos. Ha tenido la suerte de estar aquí, y ha hecho lo que cualquier músico con alguna personalidad haría, alejarse de la mediocridad que rodea al certamen, de esta feria de bisutería musical, de esta gala benéfica (a beneficio de unos cuantos, no lo duden), de esta vacua ONG de las cancioncillas que no valen ni para tararear, no ya debajo de la ducha, sino por un puñado de «hooligans». El norte despejado Tal vez, tras el festival, Beth no sea igual, pero prácticamente será la misma. Beth no quiere ser una muñeca, menos aún una muñeca rota. En el berenjenal en el que anda metida, con tantos a repartirse el pastel que al fin y al cabo ella es la que se encarga de servir, tiene que tener su norte muy claro. Al menos, hacerse con una buena brújula. Que Eurovisión sea un circo no significa que los cantantes hayan de ser unos payasos. Muy al contrario, ellos y las canciones -y la cantada por Beth es una de las pocas que se merece el nombre- son los verdaderos amos de la pista. De esta barbacoa pachanguera no se sale vencido, sino agotado. De este chiringuito telemusical no se sale derrotado, sino aburrido. De esta parranda de soniquetes no se sale perdedor, sino a lo sumo perplejo, como Alberti cuando era un tonto y visto lo visto se volvió dos tontos. Después de Eurovisión, después de no ganar Eurovisión, a pesar de este traspiés y de este tropezón Beth está en la «pole position» del pop español. Que se agarre, que vendrán curvas. Porque el año que viene fijo que mandamos un gaitero. De los quince mil de Fraga o de los verdad. O un tablao al completo. La música europea vuelve a las raíces. Sólo falta que baje del árbol. Manuel de la Fuente, Riga ABC, 25 de mayo de 2003
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