Un estudio denuncia las raíces económicas y políticas de la epidemia de obesidad que padece Estados Unidos, donde el 61% de la población sufre problemas de sobrepeso.
NUEVA YORK.- La obesidad, como «respuesta natural» a la sociedad de consumo. La obesidad, como el espejo convexo en el que acabaremos mirándonos todos. La obesidad, como «parte de la cultura mental y biológica de los americanos», que son los más gordos del planeta, superados sólo por los habitantes de un par de islas en los Mares del Sur. Greg Critser, perodista diagnosticado hace años como clínicamente obeso, venció su batalla particular contra la gordura y decidió escribir sobre la marcha un libro denuncia que dispara contra «las contradicciones dietéticas del capitalismo»: Fat Land (La tierra de los gordos).
Según Critser, la epidemia de sobrepeso, que afecta ya al 61% de los americanos, tiene profundísimas raíces económicas. La obesidad es una «enfermedad social» a la que han contribuido generosamente los políticos norteamericanos y las grandes multinacionales de la alimentación. Y lo malo es que este modelo enfermizo, que empezó a ganar grasa a finales de los años 80, se está exportando a toda prisa al resto del planeta.
La obesidad le cuesta al sistema sanitario de Estados Unidos 93.000 millones de dólares al año. Más de 50 millones de norteamericanos son clínicamente obesos, y cinco millones padecen obesidad mórbida (que hay que intervenir quirúrgicamente). La sobrealimentación y el estilo de vida sedentario están pasando una tremenda factura a los niños americanos. El sobrepeso afecta ya al 25% de la población infantil y castiga a los pequeños a edades cada vez más tempranas.
Pobres e inmigrantes
Hace apenas dos semanas, la Asociación Nacional de Pediatría lanzó la voz de alerta a los padres de niños menores de cinco años: «Apaguen la televisión y sáquenles al aire libre para que se muevan y jueguen». Curiosamente, la epidemia se ceba aún más con la América pobre. En la reciente conferencia sobre Obesidad y Pobreza en la Universidad de Chicago, quedó demostrado que la proporción de obesos sube un 13% entre las clases bajas y los inmigrantes.
En los estados del sur, como Mississippi y Alabama, uno de cada cuatro habitantes es obeso. Los negros y los hispanos tienen mucha más propensión a padecer la diabetes y las enfermedades cardiovasculares, ligadas al exceso de peso.
Un recorrido por los barrios de la periferia de cualquier ciudad americana, plagado de establecimientos de fast food, bastará para hacerse una idea del paisanaje. Y una visita a Disneylandia o cualquier centro comercial de las afueras servirá para confirmar la sospecha: la epidemia se extiende como una mancha de aceite por la América suburbana. El Centro de Control y Prevención de las Enfermedades ha puesto incluso en marcha un estudio entre 8.000 residentes de Atlanta para determinar hasta qué punto los urbanistas y los propios ayuntamientos tienen la culpa del sedentarismo galopante de la sociedad americana.
Dependencia del coche
Tan sólo el 6% de los americanos hacen sus desplazamientos a pie; tres de cada cuatro reconoce depender exclusivamente del coche para poder moverse. Y por último, los perros y los gatos.«Sube la obesidad en los animales domésticos», decía ayer un titular del USA Today. Según el Purina Pet Institute, el sedentarismo de los dueños y «un mal concepto de lo que debe ser una dieta sana» están surtiendo efecto en el volumen de canes y felinos.
Este es el retrato fugaz de La tierra de los gordos de Greg Critser, que apela a la responsabilidad individual -sobre todo a la de los padres- para hacer frente a la «marea social» que nos arrastra hacia la orilla de la obesidad. Según Critser, el viraje colectivo se dio en los años 70. Hasta entonces, con el 25% de la población sobrada de peso, los americanos no abultaban mucho más que los europeos.
El cambio empezó a perfilarse en la época de Richard Nixon y su secretario de Agricultura Earl Butz, a quien muchos consideran el padrino de la alimentación industrial. Butz impulsó en el mercado americano dos productos -el sirope de maíz y el aceite de palmera- que abarataron tremendamente los costes, pero que acabaron pasando factura en forma de calorías y grasas.
El estilo de vida de los americanos cambió también paulatinamente: la gente se marchó a vivir lejos del trabajo, el coche se convirtió en segundo hogar, el 40% de las comidas se hace fuera de casa, y cada vez que se come en un restaurante se tiende a consumir más calorías, más azúcar, más grasa, y eso por no hablar del munching, el picoteo a deshoras, actividad predilecta en las oficinas americanas.
«La única manera realista de afrontar la obesidad es reduciendo el consumo», afirma con convicción y por experiencia Greg Critser.«Pero consumir se ha convertido en la mitad de nuestra identidad.Y la otra mitad es producir. Y éste es un mensaje que nadie quiere escuchar en la sociedad que hemos creado».
Carlos Fresneda
EL MUNDO, 21 de mayo de 2003