La semana concluye como empezó, con una terrible cadena de atentados suicidas el martes, en Riad; el viernes, en Casablanca contra objetivos estadounidenses y de sus aliados, o, al menos, identificados como tales por los islamistas. Además de manifestar la solidaridad con las víctimas y sus familias entre ellas, en este caso, algunas vascas, y con independencia de la conmoción, indignación, incomprensión, condena o todo a la vez que este tipo de acciones puedan provocar, es preciso hacer una lectura de los hechos que vaya más allá que la del Gobierno de Bush y sus adláteres, que se limitan a afirmar que los atentados evidencian que el terrorismo es una amenaza internacional y que es preciso actuar contra ella como hasta ahora.
La primera conclusión que cabe sacar es que los ataques hacen que el discurso oficial sobre seguridad se tambalee. Un discurso que Jaime Ignacio del Burgo resumía en un diario navarro precisamente ayer: «El mundo es hoy algo más seguro desde la liberación de Irak». No es ésa la percepción de la mayoría de la población, según los datos de una encuesta reciente de la OCDE. Y los atentados de Casa- blanca, como los de Riad, vienen a constatar que esa percepción es correcta: el mundo es más inseguro.
La segunda constatación que cabe hacer es que, a partir de ahora, la inseguridad afecta de forma especial a personas con nacionalidad española (se hayan opuesto al ataque a Irak o no), porque han pasado a estar en la diana de grupos islamistas, como los estadounidenses o los israelíes. Y el mérito es exclusivo del Gobierno Aznar. En su apuesta por salir del «rincón de la historia» de la mano de EEUU, no todo iban a ser ventajas. Desgraciadamente, el PP no rectificará y, como Bush, seguirá usando la seguridad como coartada para recortar libertades.
Una tercera constatación que cabe hacer es la de la «globalización» de la yihad. Pero, también en este caso en contra del discurso oficial, el peligro no procedería de Siria o Irán, sino de las poblaciones de regímenes aliados de los propios Estados Unidos, como el saudí o el marroquí. Porque no hay que olvidar que, a pesar de operaciones cosméticas, el de Rabat, como el de Riad, es un régimen despótico, con masas de población muy depauperadas en cuyo seno el islamismo ha crecido notablemente en los últimos años. Con la particularidad de que, si Arabia Saudí está «lejos», Marruecos está «muy cerca» de España, de Euskal Herria y de Europa, en todos los sentidos.
GARA, Editorial.
18 de mayo de 2003