Los miembros de esta comunidad religiosa han cerrado la sinagoga por temor a la mayoría chií.
BAGDAD.- Hubo un tiempo en que había más de 100.000 judíos en Irak. Hoy son sólo 38 y viven atenazados por el miedo.
«La situación es muy confusa y nadie sabe lo que va a pasar», comenta en un hilo de voz Khalida Izat. «Cuando mandaba Sadam Husein, por lo menos tenías la certeza de que las turbas no entrarían en tu casa para saquearlo todo, robarte o matarte».
Izat tiene 38 años y en 1969 era un niño que acababa de aprender a leer, pero todavía recuerda el día de enero de aquel año en que el régimen declaró jornada festiva para que todos los ciudadanos pudieran ver por la televisión o escuchar en la radio la ejecución de nueve judíos acusados de espionaje.
Por aquel entonces, ya sólo quedaban en Irak 6.000 judíos y la mayor parte de ellos no tardó en huir del país. Sadam, que sólo recurrió al islam al final de su mandato, tenía a gala presidir un régimen secular, bajo el que convivían en paz todas las religiones y los grupos étnicos.
El dictador había establecido un premio de 25.000 dólares con el que compensaba a la familia de todo terrorista que se inmolase en un atentado suicida, pero hace cinco años, cuando un kuwaití de origen palestino llamado Ali al Sharkawi irrumpió con un fusil en la sinagoga de Bagdad y ametralló a dos judíos, ordenó que fuera ejecutado.
Sadam creó una milicia dedicada en teoría a recuperar Jerusalén para los árabes, autorizó campos de entrenamiento y hasta envió tropas a las contiendas contra Israel, pero eso no impidió que financiase con fondos públicos la restauración de la sinagoga y hasta ordenase remozar la tumba del profeta Ezequiel. Lo que no permitía el tirano era la mínima veleidad pro israelí y nadie, en la pequeña familia judía de Bagdad, se atrevió nunca a sugerir la posibilidad de emigrar.
«Le temíamos, pero al menos nos sentíamos seguros con él», repite Izat. «Ahora no hay nadie que nos proteja».
La sinagoga es un edificio amarillento, sin marca o identificación alguna. Por fuera parece un almacén. Queda en Batawin, en medio de un barrio donde abundan los tenderos cristianos y la gente tiene fama de culta y tolerante.
«No son nuestros vecinos los que nos preocupan», explica Izat.«El peligro son los otros, los que han saqueado los edificios públicos y están asesinando a la gente». Los «otros» son los chiíes de los barrios pobres de la capital. Los chiíes representan el 60% de la población iraquí y han entrado en escena agitando desafiantes su fe en el profeta y la necesidad de imponer «criterios morales» al conjunto de Irak.
La última vez que los judíos bagdadíes celebraron el shabbat en la sinagoga fue tres días antes de la guerra. Desde entonces, mantienen el templo cerrado a cal y canto.
Varias de las familias judías residen en los alrededores, pero intentan no llamar la atención y cuando las abordas pretenden ser musulmanes o no entender.
Ninguno admite estar dispuesto a salir de Irak si le dan la oportunidad.Argumentan que no sabrían cómo desenvolverse lejos de Bagdad.Pregunto a Izat si sabe algo de la carta que les envió el primer ministro Ariel Sharon a través de un grupo de periodistas italianos, invitándoles a partir hacia Israel. El hombre -que es el miembro más joven de la comunidad- niega con vehemencia.
«Me siento iraquí», dice con el temor bailando en sus pupilas.
Alfonso Rojo. Enviado especial
EL MUNDO, 10 de mayo de 2003