El dominico Arnould relata su apostolado en el mundo de la calle.
El padre Jacques habla del «poder de fascinación» de la prostitución, un poder que proviene de una «atmósfera de la que es muy difícil sustraerse».
¬ Padre, ¿ejerce usted alguna actividad apostólica?
¬ Por supuesto, hago la calle una vez a la semana.
¬ ¿Cómo dice?
¬ Sí, que deambulo por el barrio de Saint-Denis. Me encuentro con las prostitutas que trabajan allí.
Y es que una cosa es leer en la Biblia que las prostitutas nos precederán en el reino de los Cielos, y otra muy distinta seguir a una prostituta con su «ropa de trabajo» para ir a tomar un café con el riesgo de que te tomen por un cliente, que es lo que viene haciendo el padre Jacques desde hace bastantes años.
Jacques Arnould, dominico, 42 años, teólogo francés, es uno de los mayores expertos en darwinismo. Además, es un sacerdote comprometido con el mundo marginal. Ha escrito «Cómo acoger a las personas prostituidas», una visión directa, humanísima y llena de comprensión hacia el oficio más viejo del mundo.
«Combatir la prostitución no es luchar contra una enfermedad que nada tiene que ver con lo humano; al contrario, es luchar contra el pecado del mundo, y esta batalla debe incluir necesariamente un acto de presencia junto a las personas prostituidas, para ayudarlas a reconstruir una verdadera red de relaciones», sostiene el padre Jacques.
«Se invoca el fatalismo, y hasta la razón, para no tener que reflexionar sobre las causas profundas de la prostitución y sobre la posibilidad de su desaparición. Yo rechazo la postura de san Agustín, que la justifica como cloaca destinada a recoger los vicios sexuales de nuestras sociedades. La prostitución nunca podrá constituir un mal necesario, y por consiguiente, aceptable».
El objetivo del padre Jacques es ayudar a las prostitutas en sus problemas inmediatos: «A las toxicómanas, conviene ofrecerles productos alternativos. A las extranjeras, un permiso de residencia; a las que van tirando en los hoteles de mes en mes, una verdadera residencia; a todas, un trabajo correctamente remunerado». La buena voluntad, la confianza, y la libertad son sus principios de acción. «Si una prostituta nos da dinero para una misa, ni se me ocurre rechazarlo. En general lo hace por afecto, y para honrar a parientes difuntos, a una amiga, a un niño enfermo. Nadie en el mundo de las prostitutas bromea con la religión». Y cuenta la anécdota de la prostituta que le pidió que bendijera su nuevo apartamento para «visitas». «Le expliqué que como sacerdote y como cristiano, estaba en contra de la prostitución, y que bendecir su apartamento sería una contradicción. En compensación, subimos al apartamento, leí el Evangelio de la samaritana, rezamos juntos por ella y por todos los que recibiera en él, y la bendecí. Creo que obramos como convenía», cuenta el padre Jacques.
«Cuando deambulo por la noche ¬dice el padre Arnould¬ no llevo ningún signo distintivo. No porque sienta vergüenza de mi sacerdocio, sino más que nada por discreción: es más sencillo responder a una proposición con una sonrisa que deja abierta la posibilidad a un diálogo que verse tratado con aspereza por una persona sorprendida de ver un sacerdote y poco dispuesta a entablar un diálogo. Al final, son raras las personas que, al saber qué soy, no aprovechan para hablar de Dios».
Mar Velasco, Madrid
LA RAZÓN, 9 de abril de 2003