Los responsables de muchos actos criminales evitan hacerlos a la luz. La nocturnidad pone un punto de anonimato en la conciencia del asesino. En la sublevación fascista de 1936, los matones buscaban a sus víctimas entre la luz difusa de la medianoche y la clareada de la mañanita. Los nombres de aquellas sacas de opositores y paseos nocturnos tenían eco de tiniebla, se llamaban Brigadas del Amanecer y, como en la canción de Aute dedicada a los fusilamientos de septiembre del 75, sus fusiles y pistolas tronaban al alba. Hoy, Bagdad o la Basora de las mil y una noches son bombardeabas preferentemente con el ocaso del sol. El fuego apocalíptico de los misiles se enturbia en unas imágenes neutralizadas por un color verde-tapete como de mesa de casino. Una guerra transmitida a media luz parece menos guerra.
De niños, oíamos un consejo previsor que los padres usaban cuando nos poníamos melindres: «Una guerra os tenía que tocar para saber lo que es bueno». Y en la guerra estamos. Lejana, televisada, virtual, «limpia», pero con mayor efecto movilizador que otras injusticias más domésticas.
Aunque Occidente parece apuntar siempre para otra parte, a veces le sale el tiro por la culata y acaba dando en el blanco, es decir, en el ciudadano que se opone a esas masacres amparadas en un supuesto derecho internacional. Si bien el tiro al blanco se practica preferentemente con la gente de color del tercer mundo, también se ejercita con el ciudadano propio, blanco sí, pero poco fiable. Y es casi más peligroso manifestarse aquí contra la guerra que tomar parte en ella en el bando agresor, porque hay mucho valiente de retaguardia, autoridad uniformada, que se lía a mamporrazos con los conciudadanos que le pagan el sueldo con sus impuestos. No otra cosa significa reta-guardia, guardias que retan al vecino, en vez de embarcar su ardor guerrero hacia la primera línea del frente.
Los ejércitos de ahora, con sus aviones invisibles, tiran la bomba y esconden la mano, y nadie les llama cobardes por no batirse cara a cara y de tú a tú con el enemigo. No les puedes faltar al respeto pues ellos mismos se han bautizado como «ratas del desierto», con lo cual te han agotado el listado de calificativos previstos para acompañarles en su ofensiva.
Estamos en una guerra que ha reunido a esos tres mensajeros del infierno que conforman el eje del Mal: Sam, Sadam y un Satán que engloba a todos los diablillos menores que hincan su tridente en carne ajena. ¡Qué tíos, qué trío calavera! -
Xabier Díaz Esarte, Profesor y escritor
GARA, 28 de marzo de 2003