El próximo milagro de Santa Brígida deberá dedicarlo a calmar a la grey católica cubana, indignada por la concesión a Fidel Castro de la Cruz Ecuménica de la Congregación.
¿Por qué una orden religiosa católica condecora a un dictador comunista? Evidentemente, porque entiende que con esta suerte de apaciguamiento logra su objetivo de tener una mayor implantación en la Isla. ¿Y por qué
Fidel Castro acepta esta distinción, pese a sus permanentes sospechas sobre las intenciones últimas de la Iglesia Católica? Porque la interpreta como un arma contundente contra el cardenal
Jaime Ortega, su amable enemigo, quien acaba de divulgar una pastoral muy crítica contra el régimen. El mensaje subliminal del dictador es muy claro: «mis conflictos no son con el catolicismo ni con el Vaticano, sino con la jerarquía católica cubana».
La verdad es que en Cuba el enfrentamiento entre los católicos y el Gobierno va en aumento. Es notorio que la visita del Papa a la Isla, hace ya cinco años, no ha servido para nada. En algunas diócesis, como sucede en Pinar del Río, existe un fuerte movimiento cívico, autorizado por el obispo
Siro y dirigido por el laico
Dagoberto Valdés, que prepara a cientos de feligreses para la transición a la democracia, pese a que Castro jura y perjura que el comunismo en Cuba es «irrevocable». Súbitamente, la figura decimonónica del padre
Félix Varela, un cura liberal e independentista de notable formación intelectual, se ha convertido en una referencia histórica y moral de primera magnitud, especialmente desde que
Oswaldo Payá, otro laico y ferviente católico, Premio Sajarov 2002, lo tomara como bandera para su solicitud de un referéndum capaz de ampliar el marco de las libertades en la Isla. O sea: lo que revelan las fotos de Castro en esa excéntrica ceremonia no es la existencia de un clima cordial entre la Iglesia y el régimen, sino otra forma más sutil de un agudo enfrentamiento.
Carlos Alberto Montaner
ABC, 10 de marzo de 2003