Una revista neoyorquina, cuyo nombre no me importa, ya que entre mis proyectos inmediatos no está el de suscribirme a ella, hace todos los años la clasificación de la liga de los ricos. Una investigación detectivesca de las mayores fortunas del mundo. Bill Gates, el fundador de Microsoft, sigue siendo el campeón. Se le calculan unos 37.700 millones de euros, menos los veinte o treinta que haya gastado hoy. Sus envidiosos admiradores aseguran que es un roña de mucho cuidado.
En el ránking figura por vez primera un compatriota, Amancio Ortega, el dueño de Zara. Ocupa el puesto dieciocho entre los hombres más ricos del planeta, lo que sin duda debe enorgullecernos a todos, aunque en menor medida que a él. El segundo español más acaudalado es un constructor (hubiera sido sorprendente que fuera un albañil), y en tercer lugar están los banqueros hereditarios Juan y Carlos March. También figura en la dorada nómina la bella empresaria Alicia Koplowitz, y como es natural y como su nombre indica, el señor Botín.
Es de suponer que a ninguno de los nominados les desvele la rencorosa afirmación de que les va a costar trabajo entrar en el reino de los cielos. Aproximadamente el mismo que le costaría a un camello, incluidos los 'camellos' que venden droga, entrar por el ojo de una aguja. Desde que sabemos, por Su Santidad el Papa Juan Pablo II, que el cielo «no es un lugar físico», hay que olvidarse de la agrimensura. Peor que lo del dromedario es lo que decía León Bloy: para saber la opinión que tiene Dios del dinero sólo hay que fijarse en las gentes a quienes se lo da. Por otra parte, hay que reconocer que los milmillonarios en euros o en dólares están preocupados siempre, sobre todo porque la mortaja no tenga bolsillos. Un error de diseño.
Mayor mérito tendría hacer la lista de las personas más pobres del mundo, entre los mil millones que viven con un dólar o un euro al día. Cuando estuve en la India comprobé que existen muchos candidatos, pero también hay algunos en mi barrio.
Manuel Alcántara
EL CORREO, 1 de marzo de 2003