Obviamente, los intrigantes y alborotadores artistas, el PSOE y tantos otros, no están contra la guerra, como dicen. Ha habido y hay numerosas contiendas en África y otros lugares del mundo, y rara vez se les ha visto movilizarse al respecto. En realidad están contra “esta” guerra, como antaño estaban por “la paz” incluso a riesgo de vernos sometidos al despotismo rojo, o, mejor, para eso mismo, para facilitar el expansionismo rojo. Son los mismos viejos comunistas o simpatizantes y tontos útiles del comunismo, es decir, de uno de los sistemas más belicosos y totalitarios que hayan existido, al cual defendían bajo banderas de paz y libertad, para mayor desvergüenza. Hoy, Sadam se ha convertido en un desafío a la democracia y a Occidente, y por eso, precisamente, lo defienden y protestan contra “esta” guerra. Tal es el motivo profundo.
Por supuesto, el hecho de que Sadam sea un dictador sanguinario no es motivo suficiente para atacarlo: en el mundo abundan figuras semejantes, así que ¿por qué él? Tampoco lo es su agresividad frente a países vecinos, hoy muy mermada, porque su régimen fue apoyado por los occidentales cuando agredió a Irán, de modo que parece como si Usa favoreciera la agresión cuando puede sacar beneficios de ella, y sólo tratara de impedirla cuando le perjudica directamente, como en el caso de Kuwait.
Y algo de eso hay, desde luego, pero el problema es más bien global y afecta a la zona entera, de tan vital importancia económica para el resto del mundo. Sadam constituye allí un elemento permanente de amenaza y perturbación, y su eliminación debería permitir una mayor seguridad para todos. Quienes hablan del petróleo como si fuera un simple interés de algunos magnates y le oponen a la sangre que puede costar, no sólo caen en el ilogismo sentimental de comparar cosas incomparables, sino que, simplemente, no piensan en el significado del petróleo para nuestra civilización actual.
Existe, además, un factor nuevo, nacido del desarrollo técnico del siglo XX, y es la posibilidad, incluso para países pequeños, incluso para grupos terroristas, de disponer de armas de destrucción masiva, poniendo con ellas en el más serio peligro a muchos millones de personas, o pudiendo chantajear por ese medio al resto del mundo. Esto cambia muchos puntos de vista y vuelve más apremiante la acción preventiva, incluso bélica. Algunos se han preguntado, con aparente lógica: “¿Y por qué no se exige el desarme de Usa? ¿Por qué a unos países se les impone toda suerte de limitaciones y a otros no?” El argumento sugiere que el único argumento real en este conflicto es la simple y cínica razón del más fuerte. Pero el armamento de Irak, como el de Corea y otros muchos, es el de regímenes extremadamente contrarios a los principios de libertad política y personal, regímenes que, precisamente, sólo entienden y respetan la razón del más fuerte. Por eso, los ideales de libertad han de pesar decisivamente en la balanza, y debemos felicitarnos de que sea Usa, y no esas dictaduras, el poder más fuerte. ¡Cuánto tendríamos que lamentarnos todos si fuera de otro modo!
Pío Moa, 7 de febrero de 2003