Quizá al ciudadano vasco no le quede ya más recurso que el diálogo consigo mismo, el de preguntarse por respuestas que parecen no llegar nunca desde ámbitos de decisión que no le pertenecen pero que marcan su vida diaria. Ser vasco, esto es, sentirse vasco, supone hoy sumirse en la perplejidad, esa situación confusa en la que a uno las dudas le superan la razón y se le incrustan en el ánimo.
Escribo esto desde esa misma confusión mientras contemplo las imágenes del desalojo de la sede de Batasuna en Bilbao y apenas horas después de oir a Arnaldo Otegi en “Radio Euskadi”. «Que el vasco no vaya contra el vasco, ése es el llamamiento que nosotros hacemos», dijo Otegi desde su condición de «portavoz de la Izquierda Abertzale» con palabras que hubieran sonado más sensatas si no se hubieran echado en falta cuando otros vascos, éstos encapuchados tras unas siglas, han ido contra otros vascos distintos.
Palabras que de haberse pronunciado entonces tal vez hubieran evitado este hoy, perplejo desde que ayer Otegi también pronunciara «no es nuestra intención que haya incidentes» cuando todo estaba abonado ya para que se produjeran y, al menos gráficamente, se reprodujeran. Palabras evitadoras de esta inocente perplejidad desde la que uno también puede preguntarse si en el otro lado no era posible, evitar o, al menos, prever, preparar y llevar a cabo la operación sin necesidad de sacar la porra. Sí, ser vasco, sentirse vasco, hoy exige respuestas.
Jose Uriarte, en el diario DEIA del 28 de agosto de 2002.