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En Lerma se vive un milagro.

Cuando los seminarios y los conventos se están quedando vacíos, en un pueblo de Burgos, abogadas, farmacéuticas, ejecutivas, actrices, piden los hábitos. Llegan de toda España, con sus títulos bajo el brazo: farmacéuticas, físicas, actrices, publicistas, abogadas, estudiantes, empresarias o empleadas. De todas las clases sociales. De Neguri, pero también de Leganés. Algunas, amigas del presidente de Endesa o del director general de la Policía, Juan Cotino. Otras, de barrios humildes de Madrid, Sevilla, Badajoz o Bilbao. Chicas como Alejandra, brillante ejecutiva de Arthur Andersen. «Estás loca, allí no pegas», coreaban sus compañeros cuando les dijo que se metía a monja de clausura. «Comprendí que luchar por el dinero y por el prestigio social no era suficiente para dar sentido a una vida», dice ella. Al cardenal Rouco Varela se le llena la boca cuando hablan de sus monjas: «¿Pueden imaginarse que haya un monasterio de clarisas de 72 religiosas cuya edad media no supera los 30 años? Todas ellas proceden de las profesiones más exitosas en las que se mueve la mujer en España. No caben, están durmiendo en literas, ocho están en espera de poder entrar en el monasterio. No les digo qué monasterio para que no las perturben en su paz». El nombre que el cardenal no da, el lugar donde se obrado el milagro de la fecundidad vocacional, no es otro que el de La Ascensión de las clarisas de Lerma (Burgos). LA APUESTA DE ROUCO Mientras casi todos los conventos y monasterios (incluidos los otros dos de Lerma) languidecen o se rejuvenecen con novias de Dios importadas de África o la India, las clarisas de Lerma no dan abasto y tienen que apretujarse para acoger a todas las muchachas que llaman a sus puertas en la flor de la vida. Un 10% de las novicias de toda España se concentran allí. El cardenal Rouco está entusiasmado con ellas. Las visita a menudo y sigue de cerca su evolución a través de su obispo auxiliar, Eugenio Romero Poso. Se rumorea que ya no caben y que están pensando en trasladarse a Madrid. Dicen que el arquitecto Santiago Calatrava va a construirles gratis un convento en Colmenar Viejo para que prendan el fuego de Cristo a este Madrid descreído. Lerma, cortesana y conventual, las echará de menos. La clave que avanza el cardenal Rouco para explicar este fenómeno vocacional es teológica: «Apostar por ir a lo esencial de le experiencia cristiana da resultado». Un religioso que conoce bien a las clarisas afina más: «El milagro de Lerma es y fue posible por una monja, una mujer con un don especial, con un carisma extraordinario para conectar con la juventud actual, y tocada por el dedo de Dios». A sor Verónica, algunos la llaman «la nueva Clara», en referencia a la fundadora de la congregación, Clara de Asís, enamorada de Dios y de san Francisco, que creó la orden guiada por un lema: «Mi Dios y mi todo». Verónica Berzosa nació el 27 de agosto de 1965 en Aranda de Duero (Burgos). Su padre era comerciante y profesor de música. El día de su nacimiento tiró cohetes porque por fin llegaba una niña después de cuatro varones. Un bebé precioso, de ojos verdes, que creció feliz en una familia unida como una piña. Una niña que desde pequeña recibe indicaciones de Dios. La primera, según cuenta ella misma en el libro Clara ayer y hoy (editorial BAC), se la da un confesor el día de su primera comunión: «Si quieres ser feliz un día, estrena un par de zapatos; una semana, mata un cerdo; toda la vida, monja de clausura». Verónica crece, se convierte en un chica guapa que se lleva a los chicos de calle, estudia, forma parte de una pandilla que va a discotecas y fuma porros y se echa un novio que estaba tan enamorado de ella que hasta le compró un caballo. Pero todo eso no la llenaba. «Algo en mi interior me urgía a buscar sin descanso.Viendo cómo la gente destruía su vida, yo deseaba buscar algo que no se acabara, que fuera eterno». Y lo encontró en un convento de clarisas moribundo. Cuando ella llegó, hacía 23 años que en el monasterio de Lerma no ingresaba una novicia. Algunos apostaron que no duraría nada. No sólo duró sino que hizo revivir al convento. A sus 24 años, optó por Dios, «porque no merece la pena gastar las fuerzas en lo que tiene fin». Las vocaciones comenzaron a fluir atraídas por el imán de sor Verónica, la monja de ojos verdes y pecas convertida en maestra de novicias. Las futuras monjas de clausura se enteran de la existencia de este convento por el boca a boca, a través de sus amigas o en las pascuas juveniles. Se organizan en Semana Santa y durante ellas las chicas, procedentes de monasterios, parroquias y congregaciones de toda España, tienen la posibilidad de conocer a las clarisas de Lerma. Así llegaron sor María Olatz, una bilbaína que lo tenía todo y todo lo dejó: «Cristo me robó el corazón. Él lo llena todo. Siento que vale la pena dárselo todo y que todo es poco». Y sor Isabel, sor Patricia, sor Ana Belén... hasta la última postulanta, que entró el pasado sábado. El monasterio de Lerma, como el resto de los conventos de la Orden, no puede tener rentas fijas. Tiene que vivir de la Providencia (son muchos los novios que antes de casarse llevan a las clarisas 13 huevos para que haga buen tiempo el día de su boda) y de su trabajo en la huerta o como reposteras: pastelitos, trufas y tartas, mostachones, pastas de té o bocaditos de cielo [se pueden encargar en el 947 17 01 22]. En el convento manda Dios y, después, sor Blanca, la madre abadesa, elegida cada cuatro años por las monjas profesas. La campana es, para ellas, la voz de Dios. Y se levantan de un brinco cuando suena a las dos y media de la madrugada para rezar maitines. Vuelven a la cama y se levantan de nuevo a las seis y media. El día está repleto de oración (seis horas), trabajo (cinco horas), estudio y algo de recreo. Una vida al ritmo de las horas del salterio y muy austera: sandalias y hábito negro con cíngulo blanco. Pequeñas celdas con cama, armario y un banquito. Las postulantes, por ser tantas, duermen en literas. Comen y trabajan en silencio, con la mente siempre puesta en su amado: «Todo por Cristo y para Cristo». SALIDA PARA VOTAR No salen del convento para nada. Los recados se los hace Zoilo García, el «demandadero» y sólo abandonan la casa en caso de enfermedad o para ir a votar. Es el momento en que la gente del pueblo las examina de arriba abajo. «Sólo las vemos cuando vienen a votar y son realmente muy guapas. Es una pena», dice el alcalde, Dan Ortiz. El edil socialista se queja de que la Junta les conceda subvenciones sin parar («la última de 150.000 euros») a las monjas y no al pueblo. Algunos en Lerma dicen que «son ricas», que vienen a verlas muchos Mercedes y BMW. Pero también Fiestas y Twingos. Pocos pueblos pueden presumir de tener tantos «pararrayos de Dios», como llaman los curas a las monjas de clausura. Tres conventos: las carmelitas de la madre Maravillas (de estricta observancia, 15 monjas muy mayores y ninguna novicia); las dominicas, (13 monjas y dos novicias) y las clarisas. «Aquí las queremos a todas, independientemente de su número. ¿El secreto de las clarisas? Si lo supiera... Lo que sí sé es que Dios está de por medio», asegura el párroco de Lerma, Jesús Castilla. N.B. Artículo escrito por José M. Vidal y publicado en el diario EL MUNDO con fecha de 12 de mayo de 2002.
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