Hay coincidencia en señalar que para que Argentina salga de la desesperada situación actual -un tercio de la población por debajo de umbral de pobreza, 43 meses de recesión, sistema económico en bancarrota, hambre y brotes de enfrentamientos violentos- es necesario un gran pacto entre la clase política, el sistema productivo, el Fondo Monetario Internacional, España y sus multinacionales y los acreedores de la deuda. El ciudadano argentino, con la dignidad quebrada, da por buena cualquier solución honesta. El principal problema es la sombra de corrupción que borra, por momentos, todo atisbo de esperanza. La última investigación abierta sobre De la Rúa y Cavallo, para determinar si expatriaron capitales, es una nueva herida sobre un cadaver cosido a puñaladas.
La economía argentina necesita con suma urgencia una cifra, al parecer, de entre 15.000 y 20.000 millones de dólares. Requiere también de un sistema de justicia donde se acabe con la impunidad de la corrupción y la estafa. Que Menem pida desde México la dolarización y califique de «inepto» a Duhalde revela el estado del país. ¿Quién da el primer paso? Por lo pronto hay un presidente, tachado de populista, falto de credibilidad, con una fortuna de origen dudoso, que está dando la cara. ¿No sería una solución que, en esta situación de emergencia, recibiera un voto de confianza? ¿No era Bush el 11 de septiembre un cowboy inexperto y vengativo que venía de ganar dudosamente una elecciones generales?
La madre patria, con una responsabilidad adicional
Si en Argentina queda excluida la solución golpista y la fuerza militar, parece lógico intentar construir una solución democrática. Eso, o el resultado que derive de un enfrentamiento civil con derramamiento de sangre. Cuando el FMI y España dicen que el Plan Duhalde no es coherente ni creíble, ¿por qué no proponen un plan alternativo? La Iglesia católica, la última institución de prestigio en Argentina, ha aparecido públicamente pidiendo un voto de confianza a Duhalde. España, que no se fía de los políticos argentinos, debe hacer, igualmente, un ejercicio de paciencia y comprensión.
Duhalde ha pedido hoy, miércoles 16, sentidamente, «a la madre patria que nos eche una mano». Desde Galicia ya se están organizando partidas de ayuda, y ciertamente, España, nación unida por lazos humanos, históricos y emotivos a Argentina, debe, en nuestra opinión, colaborar. Las multinacionales -los bancos SCH, BBVA, Repsol, Endesa, Gas Natural y Telefónica- tienen que decidir si quieren abandonar Argentina o apostar por tener clientes de futuro en esa nación. La actitud del wait and see, acompañada de declaraciones críticas sobre la política Duhalde, no hace sino cargar la espoleta. ¿Qué le queda a un ciudadano argentino si además de pasar hambre, pierde todos los ahorros por el efecto del corralito y le suprimen todo horizonte de futuro? Imagínense cómo puede reaccionar.
Factores nuevos en un mundo que, aunque no lo parezca, es distinto.
La cuestión ahora es sumar, no menoscabar más la situación. ¿Puede ser Eduardo Duhalde quien aúne voluntades? ¿Y si no, quién? El panorama es muy doloroso y dramático. Y como hemos visto en Afganistán, donde el presidente es un pastún y se gobierna con etnias enemigas entre sí, en política, y más cuando se trata de sobrevivir, todo es posible. En algún momento hay que trazar una línea para empezar de nuevo. ¿Por qué no puede ser este el instante? ¿Por qué no transformar la crisis en una oportunidad? Empecemos por sumar, pediremos cuentas más tarde.
Convenzámonos de que, esta vez sí, Argentina, una vez abandonado el corsé de la paridad con el dólar, puede cambiar. La situación mundial post 11 de septiembre, la globalización económica, la interrelación de los mercados financieros, el impulso tecnológico en el nuevo milenio, la era digital, Internet, la formación bajo el euro de los Estados Unidos de Europa, con la presencia semestral de España, la esperanza de Mercosur... son éstos ingredientes inesperados que trazan un panorama nuevo e introducen numerosas variables que hacen imposible prever el futuro y determinar, ni siquiera a los analistas más cualificados, qué va a suceder en el mundo, incluyendo en él a los argentinos (máxime ahora que parece existir el deseo de integrarse en el mundo y abandonar esa perniciosa arrogancia de creerse el mejor)
Pensemos, persuadámonos de ello, que este descenso abismal al infierno en Argentina es, definitivamente, el estallido final. Impidamos un baño de sangre ahora que estamos a tiempo. Tarde o temprano la política termina reconciliándose con la economía. Mejor que sea temprano. Hagámoslo, aunque sólo sea, por el beneficio egoísta que deriva del votante o el cliente.